28.7.09

Tatuagem



Let me tell you’bout something
Bigger than a big bamboo
And me and you
And the fat guru



El primer clap de las dos agujas penetrando la piel sonó demasiado fuerte. En realidad había esperado sangre, dolor o algo por el estilo; no un sonido a cuero traspasado por balas. Ese ruido seco me impresionó mucho más que el leve dolor que sentí con los primeros pinchazos. Apreté el play del equipo para que la música tapara el ruido y continué tatuándome el interior de mi pantorrilla izquierda.
Iba a darme el tercer pinchazo cuando alcancé a ver a través del pasillo que surcaba mi casa la llegada de Hernán y de Godzila. Suspendí mi tatuaje para recibirlos. En los dos se dejaban ver las marcas de una noche fatal. Sus rostros, como el mío, mantenían aún malformaciones producidas por la borrachera. Vodka y menta, menta y gin, fernet con cola y fernet con agua. Se notaba que Hernán había estado vomitando toda la mañana -no hacía falta que lo diga- dos profundas ojeras violetas hablaban por él. El Godzila más duro de estómago evidenciaba su resaca en unos viscosos ojos rojos y en un ostensible y persistente mareo que hacía que a cada paso incline su cuerpo hasta casi darse con la pared. Enseguida los puse al tanto de lo que estaba haciendo. Les conté que ni bien me levanté había ido a comprar tinta al kiosko. Hernán tomo el franquito y lo miró a trasluz. Acomodamos nuestros agitados cuerpos en los sillones de hierro del patio. Ya nos habíamos dado cuenta que la bebida blanca deja el corazón acelerado. Por eso no nos preocupaba esa leve taquicardia y esa pulsación constante en todas las arterias. Proseguí con mi tatuaje. Godzila emitía una tenue risita nerviosa, no sabía bien por qué, ni el tampoco. Hernán en cambio miraba con atención el proceso que conllevaba el tatuaje. Como si se acordaran de repente los dos a la vez me dijeron feliz cumpleaños con una fuerte palmada cada uno en mi espalda.
-Paren boludos que me hacen escribir torcido.- Nos reímos los tres y las risas parecieron desarmar el desierto de frío de aquella tarde de agosto.
La resaca hacía que la tarde fuera más fantasmal de lo que era, apostados bajo la ventana que daba a la cocina tratábamos de no sumergirnos más en nuestras latitudes más espesas.
Decidí ir a preparar café para combatir un poco el cansancio que nos había provocado una larga noche. Entré en la cocina y constaté a través del silencio ambiente, que todos en casa, estaban durmiendo la siesta. Esperé con los brazos apoyado sobre la mesada que el agua esté lista. Largué el chorro humeante sobre el filtro de tela cargado de café molido. Fui testigo de como el líquido negro llenaba una cafetera abollada con un goteo intenso. Tomé de arriba de la heladera el frasco de alcohol fino. 90 grados leí en un rincón de la etiqueta. No me pude resistir a echarle un chorro dentro del café humeante. Me parecía que de ese modo podía evitar algún tipo de infección provocada por las agujas. También pensé que el alcohol fino serviría de anestesia para el cuerpo si en algún momento de la escritura en la piel pintaba el dolor y por si alguna otra noble virtud le faltara también pensé que podía aplacarnos un poco la resaca.
Cuando regresé con el café Hernán estaba hincado sobre el grabador esperando que terminen los últimos acordes de “Un PacMan en el Savoy” para dar vuelta el cassette al lado B. Los tragos de café me insuflaron el ánimo necesario para acomodarme en el sillón y arremeter meticulosamente contra mi pierna. Terminé de calar la “U” de SUMO. Sospecho que en el intervalo en que estuve en la cocina, sí en ese momento, ellos también habían decidido tatuarse. Hernán me pidió una lapicera y también en el interior de su pantorrilla comenzó a delinear las letras de SUMO. Observé con cuanta dificultad deslizaba la bic sobre su piel, como intentaba con la punta de la lapicera barrer los pelos que estorbaban el trazo. Quería ser fiel al logo original de la banda de Luca, que las letras tomaran la forma de colmillos de elefante, las mismas que había diseñado Timmy Mckern para la tapa de los discos. No le dije nada pero desde el primer momento me di cuenta que esa tarea iba a ser más que compleja al menos para nosotros que apenas éramos unos iniciados en lo que refiere al arte del tatuaje tumbero, no podíamos andar con demasiadas sutilezas.
Hernán no creyó lo mismo y siguió con sus marcas en la pierna con la misma idea con la que había comenzado. Volví a la cocina para armar otro juego de agujas. Por la ventana podía observar a Hernán, tomando insistentes tragos de café y jugando con una naranja recién caída del árbol como si quisiera matar la ansiedad de alguna forma. El Godzila permanecía recostado en el sillón como en una tensa espera, con su puño cerrado marcaba el ritmo pesado de Ropa Sucia contra la mesa de mármol. En su interior se definía la decisión de tatuarse. Terminé de hervir las agujas como me indicó Amarildo y con los dedos temblorosos le até dos o tres vueltas de hilo de coser blanco cerca de las puntas. Ya estaba preparado el elemento punzante que le serviría a Hernán para marcar en su pierna la palabra SUMO. Cuatro letras, cuatro letras que simbolizaban poder según Luca, cuatro letras de poder según el I Ching, un nombre contundente con el peso de un elefante la agilidad y furia de un tigre.
Volví con las agujas. Hernán ya tenía el jean arremangado hasta la rodilla y estaba más que ansioso por comenzar a tatuarse. Mojó las agujas y el hilo en la tinta, vio como el hilo de coser se embebía de azul y como entre las dos agujas se guardaba una especie de gota aplanada, descargó con un frenesí acaso despiadado las puntas de metal sobre su pierna. Nos miramos con Godzila pero no dijimos nada. Dejamos que Hernán a su modo le de forma a su tatuaje.
El sonido de las agujas entrando y saliendo de la piel era solo perceptible para quien se las clavaba como si el eco quedara encerrado en la propia epidermis y no pudiera ir más allá. Por mi experiencia cercana sabía que Hérnan debería ser presa de innumerables explosiones en la superficie de su piel. Más que el clap clap de cuero seco que yo había sentido debería estar sintiendo unos crash crash de bayoneta en pleno campo de batalla. Lo vimos tan posesionado en su tarea que comenzamos a reírnos. Pero Hernán seguía imperturbable perforándose la piel con la velocidad de una maquina de coser. Yo tomé de vuelta mis agujas y me levante el pantalón para proseguir con mi tarea. Busqué con la yema de los dedos la zona donde me estaba tatuando hasta que percibí la piel irritada y ondulada. Miré entre la maraña de pelos y con estupor descubrí solo los puntitos rojos de los pinchazos pero no la marca de tinta que debería persistir entre la epidermis para darle vida al tatuaje. Corrí hasta costurero de la vieja y saque la tijera. En el patio y bajo la luz difusa de la tarde nublada corté todo el pelo que obstruía el dibujo. Me di cuenta que solo quedaban como pequeñas mordeduras de serpientes las marcas de la agujas, la tinta se había escapado de la piel dejando apenas un espectro celeste que desaparecía cada vez más de mi pierna. Hernán que en su ímpetu tatuador estaba terminando ya la “M” se percató que algo estaba saliendo mal. Me miró tratando de descubrir el error. No tardamos mucho en darnos cuenta que habíamos fallado en algo esencial, el que había errado era yo al comprar tinta común en vez de tinta china. Por un momento tanto Hernán como yo creímos que acá se acababa la joda del tatuaje, que como dos pelotudos habíamos fallado y lo mejor sería dejarse de joder.
Creo que algo se desmoronaba dentro nuestro. La voluntad o no se que. Hasta que el Godzila igual que si estuviéramos jugando sobre hojas canson y no sobre nuestro propio cuerpo dijo que Julio César debería estar abierto y que seguro vendía tinta china.
Volvimos con la tinta china, con varias latas de cerveza y con Gerardo con quien nos encontramos en la esquina del kiosco. Llegamos otra vez a casa y volví a apretar el play para que suene por tercera vez el lado A de Bang Bang. El coro de chanchos de la intro de Héroe del Whisky hizo que otra vez pusiéramos manos a la obra.
Me demoré buscando otro par de agujas para Godzila que venía embalado para tatuarse. Gerardo nos preguntó de donde habíamos sacado la idea de tatuarnos. Le contamos que fue Amarildo el que nos reveló el proceso. Le contamos entre los tres la anécdota completa que Amarildo nos había contado la noche anterior en el Comu. Gerardo nos miraba con su rostro pálido. Amarildo haciendo la colimba en el sur fue compañero de unos pibes de Moreno. Los chabones decidieron que todos los soldados pertenecientes a ese pabellón debían tatuarse una lengua en algún lugar del cuerpo. Nuestro amigo no tuvo problemas puesto que más allá de la imposición, también admiraba a la banda de Jagger & Richards; así que se tatuó una perfecta lenguita stone en el lado posterior de su pierna. El que la pasó mal fue un pibe de Junín, se resistió tanto a tatuarse que entre todos lo maniataron a su cama y le tatuaron una lengua gigante en el pecho. Gerardo se llevó el vaso de cerveza a la boca y bebió un trago que le dejó un grueso bigote de espuma blanco. Creo que ya en ese momento el Gera había decidido tatuarse aunque esperaba atento la evolución de nuestros tatuajes.
Yo tenía problemas para clavar las agujas donde ya las había clavado. Me impresionaba un poco herir otra vez la piel casi en el mismo lugar donde hace instantes había clavado las agujas. Temía que mi piel se transforme en un troquelado que terminaría por sacarme un pedazo de pierna. Estuve vacilando unos minutos pensando si no debía comenzar el tatuaje en otro lugar pero creo que la comodidad que brindaba la zona por primera vez elegida alejó toda duda.
Conformábamos un cuadro de cierta extravagancia se podría decir. Tres personas cruzadas de piernas, en una postura señorial, dándose con un par de agujas minuciosamente en la pantorrilla. El cuarto que era Gerardo ya se acariciaba la pierna como decidiendo el lugar exacto donde imprimir su marca. La cerveza hacía que la risa de Godzila fuera más estridente. Nos reíamos del error que cometimos con la tinta. A la tercera birra comenzó el morbo. Creo que la persistencia de la aguja clavándose en la piel empezaba a dar un poco de dolor y también algo de miedo. Yo veía que algunas venitas estaban cerca y que la “S” y parte de la “U” se habían comenzado a inflamar bastante. Comenzamos a apostar a quien le amputarian la gamba primero. Le dije a Godzila que baje el volumen de su risa oscura. No quería que en mi casa se levante nadie y nos viera en tal ceremonia esotérica creyendonos iniciados en nuevas prácticas vudú o sencillamente yonkis.
A Hernán parecía no gustarle demasiado que a nosotros se nos escapara de la boca tan indolentemente las palabras amputar o gangrena y proseguía con su tarea ahora, con la gestualidad aséptica de un eximio cirujano.
La tinta china se fijaba en la piel muy rápido y con nitidez. De un breve vistazo pude ver la amplitud de las letras de Hernán, casi el doble de las del Gordo y las mias y la desprolijidad de las del Gordo, una “S” mayor continuada por una “U” y “M” torciendose para el lado del tobillo y una “O” chiquita que parecía un punto.
Había una gran satisfacción en todos nosotros. Yo particularmente estaba bastante emocionado de festejar mis 19 años en una comunión tan original con mis amigos. Hernán parecía estar transgrediendo algunas rigideces que desde siempre lo habían molestado, lo veíamos libre decorar su cuerpo con el nombre de una de las bandas que admiraba. Se notaba que hacía lo que quería que estaba demarcando para siempre zona de libertades. También Gerardo estaba efervescente pese a que todavía no se había tatuado ya se relamía al ver la creatividad que iba a poder desplegar sobre su cuerpo cuando retornase a su casa. También el quería su marca identificatoria, la señal de una rebelión casi impalpable y pobre pero verdadera, que nos integraba de un modo sanguíneo y marginal, instándonos a armar bandas contra la molicie de desidia del mundo. Como en un viejo pacto de sangre, los integrantes de un complot nos abríamos de un tajo los pulgares y conjugábamos en un choque de dedos los diversos y mismos líquidos rojos de la vida.
Godzila se levantó con la pierna chorreando tinta y sangre y nos dijo que a las diez nos veíamos en el Comu.

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