1.10.09

Un Pac-Man en el Pool


" Las nuevas supersticiones/
y todo el hambre del nuevo Pac Man..."

Oh prohibiciones, siempre arrojando un plus de adrenalina doble ahí donde lo necesitamos.
Llegará el día en que debamos erigir un monumento a las prohibiciones, por el solo hecho de darle trascendencia al curso de las banalidades, por el solo hecho de intensificar y de volver heroicos aquellos pasajes de la vida en que los meros movimientos libres, indudablemente, nos hubieran conducido a la abulia y al desencanto.
Oh prohibiciones, sal y pimienta de lo insulso. Maquinaria del acecho, juego que excita el fuego.

Godzila que ahora es sencillamente, el Gordo, desde una de las mesas centrales del Bar Avenida levanta su ginebra y la hace chocar con la de Sendic y con la mía. Nos reimos de sus palabras aunque en el fondo nos emocionan.
Oh prohibiciones, vuelve a declamar, ebrio y teatral, artaudiano y maldito.

* * *

Godzila mira antes de entrar, el chico también.
Con sus ojos barren toda la 27. Los reflejos amarillentos de la Recova de un lado y los canteros de la 30 del otro. Nada.
Después, la 28. Toda la cuadra del Tribunal hasta llegar a lo de Barbatto y para atrás, hasta el gris cemento del Correo. Nada.
Apenas Panchito Piombo con su caja de lustrabotas a cuestas. Parte del paisaje habitual y que en tanto habitual, no cuenta.
No hay un alma en la calle. Es sábado, es la hora de la siesta.
Entrar a Pool. Respirar el olor a desinfectante de ambientes. Frutas artificiales que se mezcla con el olor de los chips recalentados de las maquinas.
“Pool” es el lugar prohibido. El local de entretenimientos vedado para el chico y sus amigos. Así lo determinaron padres y maestros en la última reunión. Dijeron cosas terribles de “Pool”. Varias. Entre otras acusaciones: que está regenteado por gente de poca probidad moral, que los sábados a la noche venden drogas, que agregan estupefacientes en la gaseosas y que sobre todo, esto lo recalcaron con especial énfasis, poseen una maquinitas infernales que lava el cerebro de los chicos. Así de determinantes fueron. Para cerrar la reunión, después de firmar una carta donde se le solicitó a el intendente, la clausura del lugar, acordaron no permitir a sus hijos ir a aquel antro de perdición. Así de integristas han sido. Han agregado que incurrir en ese tipo de actitud podría volver en una evaluación negativa a los alumnos que no respeten la regla.
El viejo y querido “Pool”. Es que para el chico como para sus amigos Godzila, Sendic y el Gamba, “Pool” es lo más parecido al paraíso. La extensión más clara a la satisfacción de sus deseos. No porque ya consuman drogas o porque los sábados a la noche vayan a adquirir los servicios de las patinetas que paran en ese boliche. Sino que como muchos chicos están a full con el apasionante mundo de los videogames, los denostados jueguitos electrónicos, los primeros que traen a la ciudad. Algunos ya los conocen de sus vacaciones en la playa. En la costa esta lleno. Los más grandes dicen que ya hubo un local en la calle 24 y 25. Pero no de este tipo de juegos, seguro que no, puede que algún prehistórico tiro al pato o algún más prehistórico todavía rompepared. Pero no las nuevas creaciones de Sega, las nuevas maravillas electrónicas que refulgen colores y sonidos por todas partes y te sumergen en un orbe de orden fantástico no bien metés la ficha.
Había tres vidas en Pool, escribirá Godzila en un futuro poema. Tres vidas te vendía el Escocés/ dentro de una moneda de hierro.
En Pool atienden sus propios dueños. El Escocés y el Colorado. Dos tipos de aspecto raro pero que se comportan de manera irreprochable con los pibes que llenan Pool por la tarde.
El chico nunca escuchó ninguna acusación de sus amigos ni de otro chico hacia los supuestos corruptores de menores. Los dueños de Pool tienen un concepto de disciplina muy abierto dentro de su lugar. Jamás retan a nadie, ni los advierten por nada. El chico solo los vio meterse cuando dos alumnos de San Patricio se cansaron de golpearse la cara. El Escocés pegó dos gritos y los mandó a su casa; o cuando Chicho intentó evadir el uso de fichas accionando la punta de un magiclik contra la ranura de la máquina. LLevale esto a tu madre que te va a matar, le dijo el escocés de modo paternal.
El Escocés como el Colorado son dos tipos pacíficos. El chico sabe de esto por la música que ponen el lugar. No ponen rock satánico, heavy metal, gritones oscuros y borrachos, como dicen en las reuniones del colegio sino la voz dulce y afinada de Paul Mc Cartney cantando Ya no habrá más noches solitarias.
Ahora es el furor del Pac-Man. Del Ms. Pac-Man. La hermana del Pacman original. Una bichita amarilla con un moño rojo que traga y traga. Al comer los puntos más gordos de las esquinas se agiganta y se transforma de perseguida en perseguidora. Engulle un fantasma, dos fantasmas. Es maravilloso el sonido que produce el juego cada vez que Ms. Pac-man devora un fantasma, eso piensa el chico. Eso le comenta a Godzila que espera ansioso a un costado de la mesa su turno para jugar. Para sentir como corre por sus brazos el uac-uac-uac metalizado y chillón de Ms Pac-man mientras arrasa con el laberinto de puntos. Ni el chico ni Godzila saben que dentro de poco, sociólogos marxistas, escribirán que PacMan es la metáfora más clara del sistema capitalista, mejor dicho de su sujeto primordial, el consumidor. Ese personaje no crea ni produce, no piensa ni reflexiona corre tras los puntos con la voracidad autista de los nuevos zombies del consumismo. Otros irán más allá diciendo que el PacMan es una inteligente propaganda de la cocaína, comer y comer puntos blancos, comer uno más grande y transformarse en un ser poderoso. Pero el chico como Godzila, como Sendic, no saben nada por ahora.
Sendic se quedó en la puerta de Pool. Mira cada una de las esquinas. Teme que lo vean quebrar las reglas que les han impuesto: no ir a Pool. Pero la atracción de las maquinitas es muy fuerte. Demasiado hermosas para abandonarlas así porque si.
El chico sale a la puerta con Sendic para acomodar las bicicletas. Las ponen una sobre otra. Quieren tapar la de Godzila que es el más seriamente advertido por sus padres. Si lo llegan a ver en Pool por un año no va a salir a la calle. Así que camuflan bien su Aurorita celeste. El chico pone la suya y Sendic tapa a todas con su cross amarilla. Es que el padre de Sendic como el del chico no son tan tajantes con la prohibición de ir a Pool. Dos hombres que conocen la noche y que saben que lo que dijeron en la escuela no es más que mera fantasía de mujeres asustadas y de paranoia protofascista. Igualmente les han advertido que no se dejen ver pelotudeando en la puerta. Que jueguen sus fichitas y que rajen lo antes posible del lugar. No quieren que una cosa semejante arruine el estudio de sus hijos.
El interior de Pool es el de un clásico boliche de principio de los ochenta. Semioscuridad, música pop de fondo y mesas de madera rústica. Su piso está cubierto por una alfombra agujereada por las colillas de cigarrillo. En un rincón unos sillones de cuerina negra conforman el reservado. El chico escucha por primera vez esta palabra. Reservado. Puede imaginarse decenas de escenas lúbricas sobre ese tapizado negro. Escenas que supone se deben concretar ya entrada la noche, cuando ellos ya no están. Cosa que agiganta más su imaginación. Las máquinas están metidas en el pasaje de un estrecho pasillo. Dos mesas negras cubiertas con un vidrio que parece polarizado, pero que una vez encendidas se convierten en los más modernos caleidoscopios.
Ahí están sentados el chico y Godzila. Uno de cada lado, preparados para jugar un doble. Jugaran alternadamente una vida cada uno. El resplandor del videogame ilumina sus rostros tensos en la oscuridad del pasillo. La minimalista Ms. Pacman abre su boca triangular. La abre y la cierra a toda velocidad. En su figura iridiscente y amarilla descansan todas las miradas de los curiosos. Uno de los que mira como juegan le pregunta a Godzila a que cantidad de puntos se le saca muñeco. Esto quiere decir en el idioma de Pool, llegado a que score el juego otorga una vida extra. Godzila concentrado en hacer corre a su Pacman tras el preciado ramito de cerezas, no le responde. Es el chico el que mirándolo de reojo le dice que a los 50000 puntos. Recién cuando le termina de responder se da cuenta que quien preguntó es El Loco Mustang el mismo que cuando juega al Space Invaders le dispara a la naves alienígenas que descienden de la pantalla gritándole: tomen ingleses putos!, tomen la recalcada concha de su madre! chupenme la verga! y oprime el botón de disparo con una furia incontenible. Alguien contó en Pool que a principios de año El Loco fue a la guerra. Al chico le parece mentira que alguien que estuvo en una guerra, en una guerra de verdad sea el que comparte las instancias de un videojuego con él. Siente admiración y a la vez temor hacia El Loco. Es que escuchó en varias oportunidades que los que vuelven de la guerra lo hacen irremediablemente locos. Y Mustang lo parece por sus gritos y por su forma de vestir. Aunque el chico no pueda de dejar de verlo con su uniforme verde oliva, su fusil, su nuca rapada Gustavo anda en ojotas en pleno invierno, con camisas pintadas con flores de colores estridentes y el pelo enrulado cada vez más largo. Todo un hippie parece Gustavo.
Pool se transformó también en una especie de escuela a la que asisten diariamente. Pese a la veda no dejan de concurrir. Llueva o truene , haga un calor insoportable o den en la tele La isla de Gilligan o Señorita Maestra dejan todo por el mundo maravilloso de las maquinitas. Decía que el ámbito de Pool también se transformó en escuela. Un college de pedagogía realista donde se imparten conocimientos de asignaturas mucho menos abstractas que las matemáticas o la gramática. Asignaturas que no tienen que ver con el manejo y la destreza con las mentadas máquinitas electrónicas sino con el riquísimo intercambio que el chico y sus amigos reciben en ese ámbito de rara integración de edades que se dan cita en las entrañas ocultas de Pool.
Entre las dos mesas de video se congrega la fauna más abigarrada de la juventud mercedina. El chico y sus amigos son los más chicos del lugar. No hablan mucho sino que escuchan las charlas de los otros. De los chicos que por primera vez encienden un cigarrillo y de los primeros que empiezan a salir los sábados a la noche. Mientras acomodan sus fichas sobre el vidrio del juego, el chico escucha y observa todo aquello que le es dado escuchar. De un momento a otro comienza a forjar experiencia propia con las experiencias de otros, acopia, modismos y cliches propios de los habitues de Pool. Ya hay muchas caras conocidas. Ir todas las tardes a Pool permite que se vayan reconociendo las voces y se revelen las distintas personalidades de cada uno.
Un domingo mientras juega al Moon Patrol, mientras su vehículo se suspende en el aire ingrávido para saltar los pozos lunares y mientras dispara a las naves enemigas, escucha de boca de Cascote, un chico que les lleva por lo menos seis o siete años, su experiencia sexual con una chica. No es habitual poder escuchar este tipo de cosas, no en el chico y en Sendic que acaba de llegar. No tienen hermanos más grandes de los cuales escuchar un relato de este tipo. Ni pensar en el barrio ni en la escuela. Los pibes más grandes del barrio y los de los años superiores en la escuela son de lo más cerrados en compartir algo con los más chicos. Por eso tanto Sendic como el chico paran la oreja. No quieren perderse la lección del maestro. Escuchan palabras raras, como desvirgar, darle bomba y acabar. El misterio de esas nuevas palabras es mucho más poderoso que las luces que emite el Moon Patrol. El chico tiene ganas de dejar el juego y ponerse a escuchar a Cascote. De prestarle atención como si Cascote estuviera dando una clase especial. Pero ellos no son a quien Cascote está dirigiendo las palabras. Sino a los dos o tres conocidos de su edad que esperan que el chico termine de jugar. Cascote sigue con su relato, ahora lo retrotrae al inicio de la cosa, a la oscuridad de la pista de baile de CdP, ahí donde mientras distrae a la chica hablandole del colegio, le va deslizando la mano bajo la blusa, allí donde amparado por la oscuridad esta besandole el cuello. Allí donde sus manos también se van encontrando con esas tetitas duras y tibias. El chico quiere que Cascote abunde en detalles de este tipo espera ansioso, escuchar la fórmula secreta. Como decirle a una chica que van a ir a coger. Debe ser increíble ese momento se dice. Increíble por lo difícil. En algún momento lo va a decir. Sin embargo Cascote cambia de tema y los deja en bolas al respecto. No solo en bolas sino también ante la prematura responsabilidad de forjarse las estratagemas que también a él, llegado el momento, lo lleven a internarse en la intimidad del cuerpo de una chica.
Más tarde entrará El Brasileño, así lo conocen todos en Pool, El Brasileño o Carlo. Petiso, mulato, con un cerrado castellano como lengua. Es uno de los pocos a los que temen dentro de Pool. El no juega a los videos, el solo juega al flipper. El chico y sus amigos basan su temor en que es sabido por todos que Carlo se droga. No saben si fuma marihuana, toma pastillas o qué. Para el chico y sus amigos el brasileño se droga y punto. Desconocen por completo el mundo de la droga. Salvo los ojos rojos y desorbitados de Carlo su risa oscura y su malhumor creciente si alguno se acerca al flipper donde juega. “Saca mano concha”, suele decir para espantar a quien se apoya sobre su flipper.
¿Que clase de aprendizaje obtiene el chico de la junta brancaleónica de Pool? ¿De todos esos retazos de juventud componiendo un rompecabezas imposible de armar? ¿Que puede obtener de bueno en tales circunstancias?
Solo la voz de la parte maldita es capaz de responder con acierto a esta incógnita. Solo desde esa oscuridad se puede corroborar la intensa propedéutica en la que están siendo aleccionados. En ese tipo de lecciones que el padre del chico por ejemplo o el padre de Sendic no se animan a impartir, no por cobardía o vergüenza, no porque no lo sepan hacer o no tengan experiencias propias que volcar en sus hijos sino porque saben que esas cosas se aprenden y se asimilan mejor en el imperio indómito de lo anónimo y lo azaroso como si de allí, solo de allí, se extrajera igual que de un libro aún no escrito, el conocimiento silencioso.
Ahora disparan desde la pistola de un esmirriado espía o detective. Balas lentas que llevan por destino el cuerpo de otros espias o detectives que entran y salen de las puertas de un gran edificio. Elevator Action se llama el juego que todos requieren. Godzila es el que más lejos llegó en el juego, hasta la etapa nueve. La velocidad de los disparos se incrementa mientras se asciende de niveles.Saetas endemoniadas, las balas en la etapa nueve. La balacera que producen los espías enemigos es imposible de sortear. El cuerpo del espía que maneja Godzila cae abatido antes de volver a entrar en el ascensor. La música incidental que los creadores del videogame dispusieron para la muerte anuncia que el juego ha terminado.
Game over, Godzila, debemos volver a nuestras casas. La muerte, gueim ouver, con Godzila, con Sendic tenemos la impresión de que hay juegos que no terminan nunca.

















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