13.11.09

Hijo de jipi, sobrino del Barba


De goma la pierna que se estira. Apenas para llegar a tocarla.
El ruso; el rusito Ribolzi, lo empata. Apenas lo empata. Dos a dos.
Antes de que termine, después de un corner que ejecuta Zanabria, el Heber tiene una oportunidad única: un frentazo abajo. La pelota lame el palo derecho. Así dice el relator de la tele, que lame el palo derecho. El Barba se lleva las dos manos a la cabeza. Lo imito. Mis dos pequeñas manos en la cabeza.
Las camisetas nuevas con el nombre de los jugadores estampados en la parte superior, son leche.
Jamás se volverán a poner esas camisetas con los nombres de los jugadores estampados en la espalda, se juramenta en silencio el Toto.
Apaga rápido el televisor. A dormir. Al sobre borrego, así dice el Barba.
León, nebuloso, pregunta desde la cama como salimos. Empatamos, sucio- le dice el Barba mientras me lleva a caballito hasta la pieza. Cuando pasamos al lado de la cama de León yo también le grito: sucio. León, todavía nebuloso, gira en la cama y simula dispararme con una ametralladora.
-Estamos muertos, pequeño saltamontes me dice León que ahora sí parece que le gusta jugar a la guerra. Los pelos largos desparramados sobre su cara. La voz lenta por efecto de las pastillas.
-En Alemania nos meten ocho jopende, y dispara su ametralladora contra un blanco extraño en el techo.
El Barba pone mis cuadernos en el portafolio, para que León no los olvide mañana cuando me llevé al colegio.
Antes de dormirme le pregunto cuando se juega la revancha. La revancha contra el Borussia.
Dentro de cinco meses, en agosto. Después del Mundial. Así lo han dispuesto los nazis.
Los nazis del Borussia.

Guitarras que marean.
Grateful Dead dice la tapa del disco.
Una calavera coronada de rosas rojas.
El Barba le dice a León que se deje de joder con la música. Que ya esta por empezar el partido.
León tirado en la cama, a oscuras. Grita que ya va, que termina el lado 2 y lo saca.
Desde hace unos meses escucho la misma música. Guitarras que marean.
Grateful Dead dice la tapa del disco.
Una calavera coronada de rosas rojas.

¿Por qué si al Barba le gusta tanto el fútbol no quiere ver el Mundial?
Se lo pregunto pero no me contesta.
León, en cambio, me dice que el no va a gritar los goles del equipo de los milicos.
Pero no es por eso que a León no le interesa el Mundial, a León no le gusta más el fútbol, solo le interesan sus discos, tenderse en la cama y escuchar todos sus discos.
¿Por qué el nuestro es el equipo de los milicos?
Ayer lo dije en el recreo y los chicos se me rieron.
Es el equipo del pato Fillol, de Kempes, de Luque me dijeron.
No entiendo por qué lo del equipo de los milicos. Por qué León me dice que es el equipo de los milicos.

León fue a buscar plata a la boutique . Va a tardar varias horas en volver. El Barba hace dos días que no aparece. Enciendo la tele. Aprovecho que no están para mirar el partido. A la hora que me dijeron los chicos en la escuela. Pablo me dijo que si en mi casa no miraban los partidos de Argentina que vaya a la suya. Se disfrazan de celeste y blanco para mirar los partidos. Esta buenísimo dice Pablo. Todos disfrazados de celeste y blanco. Pero León no me puede llevar a lo de Pablo. Tiene que salir rápido a buscar plata. Giro la rueda de los canales. Ya están los brasileños en la cancha. Corren para todos lados, tienen frío, seguro que tienen frío.

El Negro Saldaño corre sobre el césped del Willparkstadion. El Negro Tesare también corre sobre el césped del Willparkstadion. El Negro Salinas es otro de los que junto a Saldaño y Tesare corre sobre el césped inmaculado del Willparkstadion.
En cambio el Colorado Suárez habla con Lorenzo en un costado de la cancha. El Toto lo advierte sobre las subidas de Bertie Vogts sobre el andarivel derecho. Pero nadie los ve en sus televisores. The Toto’s Band. La junta militar logró su invisibilidad. No quieren que nadie ensombrezca la figura de César Luis Menotti. Otro pecé al servicio de la basura, le oí decir al Barba.
Otro pez al servicio de la basura, entiendo.
Una merluza, un bagre al servicio de la basura.
El Barba me acaricia la cabeza y me dice que soy muy chico para entender ciertas cosas. Pero que no me olvide, que Menotti es otro pecé al servicio de la basura.


Imaginar lo que el relator de la radio dice que pasa en la cancha. Igual que cuando el Barba, antes de ir a dormir, me cuenta algún cuento. Las palabras forman imágenes dentro de la cabeza.

El fútbol pudre la cabeza hermanito, le dice León al Barba. Me extraña de un tipo como vos tan preocupado por los dramas sociales. Con tanta Unidad Básica encima con tanta jotapé. Con tanto contacto con la efervescencia popular. Que no te hayas dado cuenta, me extraña.
El Barba se queda callado, todavía no le responde, come aceitunas con bronca, le echa más soda al gancia.
Nunca se si León y el Barba se pelean en serio o juegan a que pelean. Cuando León pone la voz finita me parece que esta jugando.
-Esa poronga de pastilla que estas tomado pudre la cabeza hermanito, eso pudre la cabeza le dice el Barba. Y también por la voz sé que el Barba no está jugando esta vez. Aunque no sé, me cuesta entenderlos.

El Caballero Rojo, La Momia y Martín Karadagian, el Barba utiliza estos tres muñequitos de los chocolatines Jack para demostrar de qué modo se van a mover Salinas, Saldaño y Felman. El mendocino, como siempre, abierto por la izquierda. Pero duda si será Saldaño o Salinas el que juegue de wing derecho. Es probable que vayan rotando dice. E intercambia al Caballero y a la Momia de lugar mostrándome que tipo de variantes puede tener Lorenzo para esta noche.
Vamos a salir a atacar a los alemanes. Tres delanteros. Todo o nada. Eso ha dicho el Toto a los periodistas. Toto o nada. Eso me repite el Barba. Toma gancia. Mira hacía los costados a cada rato. Me hace sentir importante el Barba contándome que le dijo el Toto a los periodistas. Vuelve a tomar gancia. Me da un traguito. Es amargo le digo. Y se ríe, despacio se ríe. Vamos a ganar huachito, vamos a ganar hoy huachito y me pellizca fuerte un cachete.

Me cuesta entender lo que me explica el Barba, como en la escuela, las cuentas, no me salen bien.
Me dice que los goles de visitante valen doble. Si empatamos cero a cero o uno a uno, perdemos. Pero cómo?, vuelvo a repetir. El Barba toma el lápiz negro de mi cartuchera y me vuelve a explicar. Ellos nos metieron dos en La Boca, y dibuja un dos grande en el medio de un pedazo de papel que encontró sobre la mesa, si nosotros empatamos en uno, y dibuja un uno abajo del dos, o en cero, el cero del Barba parece un caracol, estamos abajo, perdemos.
-Entonces tenemos que salir a hacer goles, le digo y el Barba asiente preocupado.
-Está todo en manos de Giancarlo, él sabe que hacer.
El Barba le dice Giancarlo al Toto. Como si fuera italiano. Giancarlo sabe que hay que hacer esta noche.
Por qué el Barba me dice esta noche, si todavía hay luz. Si el partido está por empezar y todavía por la ventana que da al patio veo el cielo celeste del día. La explicación del Barba, la nueva y paciente explicación del Barba acerca de las diferencia horaria me resulta mucho más difícil de entender que los goles de visitantes.
De que modo puede ser que en un lugar sea de día y en otro de noche, cómo.

León dice que para qué vamos a escuchar el partido, si ya perdimos. Estas loco Barba si crees que le vamos a ganar a los alemanes en Alemania.
El Barba hace que no lo escucha y me mira. León se levanta de la cama y toma una pastilla con vino.
A mi la panza me hace cosquillas. Como en la noche de los penales contra el Cruceiro. Cuando el Loco le atajó el penal a Vanderley. El Loooooooco gritamos con los chicos en el recreo y volamos hacia un costado estirando bien los brazos. El Looooooooco.
Le pregunto al Barba si vamos a jugar con la camiseta blanca que usamos en la final contra el Cruceiro. León dice que la camiseta blanca es un concepto zen. El Toto es zen. No, responde el Barba, ni con la blanca ni con la que jugamos el partido de ida en Buenos Aires, la que tenía estampado el nombre de los jugadores en la espalda. Menos mal digo. No me gusta la camiseta blanca.

La corrida de Dario Felman a los dos minutos. Un flaquito mendocino bajo el cielo alemán. Un pibito que trabajó en las vides de Maipú, las manos negras por el jugo de la uva oliendo la gloria en la noche alemana. Una estocada letal para la defensa del Borussia, la corrida con final feliz de Darío José Felman.
El Barba mira a León. Los tres gritamos el gol. Rodeamos la radio que esta sobre la mesa. La radio es un dios al que estamos adorando. El Willparkstadion se torna más frío que de costumbre. En menos de media hora volveremos a realizar el mismo ritual dos veces más. Tras el gol del Heber y después tras el gol del Negro Salinas. Hijo del Tucumán, le dice el Barba, al Negro Salinas. Y una vez más cuando termine el partido. Cuando el uruguayo Roque Cerullo pite el final. Y los treinta y ocho mil alemanes se vuelvan a su casa sin pena ni gloria, casi como llegaron.
El Barba me alza, me arroja al aire y me vuelve a agarrar. Abrite el gancia, León. Abrite el otro gancia.

No es un dato menor que la televisión no haya mandado a nadie a cubrir el partido, le dice León al Barba. Ni que Lorenzo haya sacado a Pancho Sá y a Mouzo. Dos zagueros demasiado pesados para correr a los alemanes, completa y escupe el carozo de la aceituna en la mano. La casa se puso oscura. Apenas
un foco nos alumbra desde el techo de la cocina. El Barba mira la camiseta que me regaló para mi cumpleaños. Qué colores, me dice. Es la primera vez que veo al Barba contento. Es porque ganamos. El Barba es más hincha de Boca que León. A León no le importa mucho el fútbol. De chico sí, pero ahora no. Se pone a leer libros de poesía mientras escuchamos los partidos. Le tengo que avisar que metimos un gol.
El Barba va a buscar la otra botella de Gancia a la heladera. De paso me trae un vaso de Crush. León corta cuadraditos de queso sobre una tabla de madera, la misma que usa para cortar la carne. O la que usaba para cortar carne. Ahora solo comemos verduras. Somos vegetarianos. En el colegio no entienden
que es ser vegetariano. Le voy a decir a León que en la próxima reunión de padres les explique. Ah y también que no vaya con las sandalias. No me gusta que las maestras me llamen el hijo del jipi. El Barba es el hermano de León.
La camiseta blanca es un concepto zen. El Toto es zen. Al Barba no le gusta lo que dice León. Tampoco le gusta que ponga la música tan alta. Baja eso, boludo. Y hace señas hacia el tocadiscos.

León carga más querosén en el calentador. El Barba le dice que tenga cuidado. No se carga querosén con el calentador prendido. Podés volar a la mierda. León igual sigue echando el querosén. Inclina cada vez más la jarrita de plástico hasta que caen las últimas gotas de del líquido rosa en el pequeño tanquecito dorado del bram metal. El Barba me aleja del calentador, dice que León esta loco.
Después me sube a caballito y damos una vuelta por la casa cantando sisiseñoresyosoydeboca, sisiseñoresdecorazón.

Barba, le digo: cuantos jugadores de Boca ganaron el Mundial. Ninguno, me dice. Y Tarantini? Ya no era más de Boca. Además Tarantini es gallina en cualquier momento lo ves con las plumas puestas.
Yo no se si el Barba no se da cuenta o lo repite de bueno que es nomás porque desde que terminó el Mundial le pregunté más de diez veces lo mismo. Solo para que me repita con voz de enojado: Tarantini es gallina en cualquier momento lo ves con las plumas puestas.

A veces me gustaría que mi papá fuera el Barba y no León. Sobre todo los días que León toma muchas pastillas y pone uno tras otro los discos con las guitarras que marean. Cuando se encierra en su taller y no deja de hacer ruidos con sus martillos hasta que llega la noche. Y sale transpirado y pálido. Y no dice ni una palabra. Y pone más fuerte el tocadiscos. Y la señora de al lado se viene a quejar. Y León le dice que está bien que ya lo baja. Y lo apaga del todo. Y apaga las luces. Y escucho que toma más pastillas. Y yo me quedo con los ojos abiertos en plena oscuridad. Sin poder dormirme.

A León le faltan dos dedos. El meñique y el anular de la mano izquierda. Al principio me daba impresión mirar esos dos dedos que no están en su mano. La piel arrugada donde debería comenzar el dedo. Hasta que León comenzó a jugar al tridente. Su mano herida era un tridente maldito que me perseguía por toda la casa. Sus tres dedos tensos buscando atravesar mi cuello. La cara de loco de León corriendo por toda la casa con la mano tiesa a la altura del pecho. Estaba contento León en esa época cuando inventó el juego del tridente. Ya casi no jugamos al tridente ya estoy un poco más grande. Pero no me olvido. De vez en cuando, cuando me siento aburrido, le digo a León con voz de estudiado espanto: el trideeeente, y León como cuando era más chico me persigue por toda la casa hasta que logra atravesarme el cuello con su tridente y yo muero. Primero me muero y después río.
Río de contento al ver que León todavía es capaz de jugar conmigo.

Un bosque en el sur. La madera helada. Es difícil imaginarse la madera fría, la madera helada. Como también es difícil imaginarse a León, al joven León hachando árboles en un bosque. En el sur. Talando árboles para encender el fuego. Para que él y los suyos puedan tomar algo caliente, para que puedan cocinar algo sobre el fuego, una sopa de habas o unas zanahorias y unas papas que le acercó algún vecino generoso conmovido por las penurias que están pasando estos chicos.
Fue el momento más intenso de nuestro idealismo dice León y algo de orgullo todavía cuelga de su rostro. El Barba se ríe. Yo no se que hacer, si imitar el rostro serio de León ese rostro serio o de loco o si reírme con el Barba.

No tenía ni idea de cómo encender una hoguera, pero ahí estábamos. Muertos de frío y cagados de hambre, pero viviendo en comunidad. Eso queríamos. Eso vivíamos. Piel a piel, espíritu contra espíritu, los unos y los otros. Miembros de la comunidad de la Nueva Era.
Maru me dijo que tenía frío. Tiritaba. Apretaba su saco de lana contra su cuerpo y tiritaba. Habíamos estado todo el día componiendo oraciones tribales, música de flautas para convocar a los duendes de la libertad y del amor. Nadie había tenido tiempo de ir por leña. Nadie se había dado cuenta que la noche iba a caer con su frío y con su nieve. Así que salí, a la oscuridad salí. El hacha en la mano. Al tercer golpe, sentí los dedos calientes y húmedos. Gritando de dolor busqué mis dos dedos en el suelo, pero solo encontré tierra fría, nieve y tierra fría.

-Cuanto tiempo más te pensás quedar? El Barba no responde. Solo enrula su barba con un dedo. Después mira al techo. Yo me acerco y me siento al lado de él. Quiero que me cuente otra vez la historia de Robin Hood. Me gusta cuando el Barba dice: el bosque de Sherwood estaba lleno de bribones. También me gusta cuando simula ser Ricardo Corazón de León. Estira su brazo hacia atrás, tensa la cuerda del arco y dispara a la soga con que están por ahorcar a Robin. No sé cuanto tiempo más me voy a quedar. Tal vez mañana me vaya. Pero siempre dice lo mismo el Barba. Por eso no me pongo triste. No del todo. El bosque de Sherwood estaba lleno de bribones comienza a relatar el Barba, mientras León hierve batatas en una olla, arriba del bram metal.

El Chapa Suñé levantando la Copa Europeo- Sudamericana. El Barba me ayuda a recortar la foto del diario. Le digo que tenga cuidado; el papel de diario es muy finito y tengo miedo que se rompa la foto del Chapa Suñé levantando la Copa con el negro Tesare al lado y el colorado Suárez más atrás.
La Copa del Mundo parece la base de despegue de un cohete. Eso dice León. Por decir pelotudeces como esas el gallina de Nando Diez se comió una mano tremenda de uno de cuarto. Nando Diez decía que le habíamos ganado al subcampeón de Europa. Los verdaderos campeones eran los ingleses del Liverpool pero no quisieron jugar. No contra los negros de Boca. El de cuarto le aflojó todos los dientes de un solo golpe. Nando Diez lloró hasta que los padres lo vinieron a retirar. Me dio un poco de lástima Nando Diez, le digo al Barba que aplica cuatro gotas de plasticola en cada una de las puntas de la foto que acabamos de recortar. La da vuelta en su mano y la acomoda contra una cartulina azul que previamente también ha recortado.
Vamos hasta mi cama y la pegamos en el respaldo. La foto del Chapa Suñé levantando la Copa del Mundo. Al lado de la del Loco atajando el penal a Vanderley.

El Barba termina de contarme el último cuento. Amor a la vida. El preferido de Lenin y del Che. Siempre dice lo mismo, el Barba: El preferido de Lenin y del Che. Yo nunca le pregunto ni quien es Lenin, ni quien es el Che. Un hombre y un perro en las soledades heladas del Klondike. Cuando pueda entrar a una librería te voy a comprar Colmillo Blanco me dice el Barba. Y El llamado de lo salvaje. Los chicos deberían leer novelas como esas. Despiertan el instinto hacia las fuerzas de la naturaleza. León sin escucharlo le dice que tiene razón. Acomoda cosas en su bolso. Cinturones, carteras, aros y collares. No soporto el ruidito que hacen los collares y los aros cuando León los mete en el bolso. Debe ser porque el Barba dijo una vez, que fue Maru, quien le enseñó a León a fabricar los aros y collares. León esta preocupado porque clausuraron la feria donde iba a vender sus artesanías. Vino la policía y los llevó a todos presos. Ahora León deja sus cosas en la boutique de una amiga de Maru. Una rubia con cara de loca que me llena de besos cada vez que vamos con León. Alina se llama. Y le da plata a León. La plata de las carteras y collares.

Le digo a León si puedo colgar el banderín de Boca en el taller. Arriba de las latas. Me subo a la escalerita
Y miro si el triángulo azul y amarillo queda bien ahí. Desde arriba miro a León, miro como corta tenedores viejos, cuchillos en desuso. Con la máquina que larga fuego por la punta les da forma, los dobla hasta que toman la forma que él quiere. Le pregunto si no lo pone contento que siempre le salga bien. Me responde que no. Debe ser que el también se acuerda de Maru cada vez que fabrica sus artesanías. Como dijo el Barba fue Maru quien le enseñó la técnica. León está por soldar una enorme piedra en el revés de una cuchara de plata. Está muy concentrado en la tarea. Yo después que colgué el banderín me quede sentado arriba de las latas. Me gusta ver las cosas desde arriba. Tienen otra forma. Por ejemplo nunca había visto la peladita que tiene León en el medio de la cabeza. Ahora no le voy a decir nada porque está concentrado en poner la piedra en la cuchara. Miro el movimiento de sus brazos. El fuego cada vez más azul a medida que dobla el metal. La piedra que brilla en el taller que lentamente ha ido quedando en penumbras.

Lo único que me gusta de los discos de León son las tapas. León los tiene acomodaditos en su pieza. Aunque a veces los desparrama por todos lados. Cuando se encierra en el taller para hacer sus artesanías yo aprovecho y los miro. Me gustan los que tienen dibujos de colores fuertes. Me quedo un rato largo mirándolos y pensando que yo estoy parado ahí en el centro del dibujo. En esa tierra color roja, bajo esos árboles azules y cerca del manantial de agua dorada. Cuando pienso eso siento calor en el cuerpo como si estuviera ahí. León me dijo que ese lugar no existe que es un paisaje imaginario. Inventado por un dibujante. Pero si a mi me gusta estar ahí, que deje volar mi imaginación y me sienta parte de ese paisaje imaginario.

Una pistola en el bolso. Eso he visto. Una pistola en el bolso del Barba. El bolso que guarda debajo de su cama. Mientras se bañaba revisé su bolso. El bolso donde saca los libros que todas las noches me lee. Quería saber que más tenía para contarme. Que otros libros escondía en su bolso. Que yo sepa el Barba no es policía. Y solo los policías tienen permiso para tener pistolas. Cuando el Barba volvió del baño, con los pelos mojados, secándoselo con una toalla, estuve a punto de preguntarle que hacía él con una pistola, pero temí que me fuera a retar. Desde ese día los cuentos que me cuenta el Barba tienen otro color en la voz del Barba. Parecen más verdaderos.

León tuvo varias novias. Tatiana, Leticia, Cristina y la brasileña Zoca. La de ahora no se como se llama. Vino una sola vez a mi casa y apenas me saludo. Tiene el pelo rojo y los ojos celestes. No la quiero por más que sea linda. No me gusta porque León llora cada vez más seguido desde que la conoció en el recital de sus amigos. Yo tendría que haberlo impedido. Decirle que tenía sed o que estaba descompuesto y llevarlo lejos de esa chica. Pero ya es tarde. Yo no me olvido de Tatiana, sus ojos grandes y redondos como los de Astroboy. Una tarde me dijo que si quería le podía decir mamá. Creo que si León no la dejaba como la dejó iba a aceptar decirle mamá como ella me había permitido. Me gustaba mirar los dibujitos en la falda de Tatiana, me gustaba sentarme sobre sus muslos y reclinar la cabeza había atrás y hundirla entre medio de sus grandes tetas almohadas.
El Barba tuvo una sola novia, pero la mataron.

Era muy flaquita Vivi. La novia del Barba. Siempre la misma ropa. Un jean y una camisa blanca. Parecía una nena por la cara, pero una nena seria, muy seria. La última vez me trajo de regalo el disco del Topo Gigio. Tenía el pelo cortito como un hombre. De ese modo resaltaba todavía más su cara de nena. De nena enojada. El Barba la amaba, eso me contó una tarde mientras llovía y se había suspendido el fútbol, por la lluvia, las canchas eran un chiquero decían en la radio. El Barba estaba triste porque hacía muchos días que no la veía, Vivi se había ido de viaje, un viaje muy largo y el Barba no hacía otra cosa que extrañarla, los dos solos en la cocina, lloviendo, sin fútbol, León durmiendo todavía, el humo de los cigarrillos negros del Barba inundando todo y la cara del Barba detrás de las grandes nubes de humo que dejan sus cigarros diciendome que la ama. La amo, dice y va hasta la heladera a ver si todavía hay vino en la jarra o si tiene que sacar, otra vez, de abajo de la mesada la damajuana y volver a cargar la jarra, cosa que León nunca hace, solo toma, solo se sirve en el vaso de la jarra, nunca la llena con las damajuana como hace el Barba.

Una tarde de lluvia. Una lluvia finita que apenas se ve. Entro al patio, desde la cocina, arrastro el tractorcito verde que me regalo el Barba; con un hilo lo arrastro. Esfuerzo la garganta tratando de imitar el sonido del motor del tractor. En el centro del patio esta León haciendo la vertical. Se queda horas León en el centro del patio haciendo la vertical. Medita, dice. Meditar es como rezar. Para mí es como rezar. No se para León.
Pendejo y la raya del orto me grita mientras desarma rápidamente la vertical, mientras de rodillas en el piso de baldosas, me mira como si le hubiera hecho perder un reino. Yo me pongo a llorar y le pido perdón. Por haberlo desconcentrado. Por haberle hecho perder un reino.

Barba Negra, Barbijo, Barbeito, Barbagelatti, Barabane, Barbatto, Barbotante, Barbatelli, Barberón, Barbitúrico; así le dice León al Barba cuando esta contento.

A León lo llevaron preso. El Barba no fue a buscarlo a la comisaría. Vino la abuela de Córdoba para sacarlo. Lo llevaron del puesto de artesanías. El Barba todavía no vivía en mi casa pero esas dos noches que León estuvo preso vino a dormir conmigo. Escuché que le pegaron, a León le pegaron, en la comisaría. Le contó al Barba mientras yo hacía que dormía. Le pegaron y le cortaron el pelo. Le hicieron un desastre en la cabeza. Sus largos pelos convertidos en una alfombra pinchuda. León se miró en el espejo. No podía creer lo que le había pasado. Tardó mucho para que vuelva a crecerle la melena. Ahora cuando sale a la calle se la ata con un pedacito de tela y la esconde debajo de un sombrero de cowboy.

Esa vez la abuela Mila se volvió enseguida a Córdoba. Pero antes de irse cagó bien a pedos al Barba. Le dijo que se deje de joder, que- se-de-je-de-jo-der. El Barba bajó la cabeza como hago yo cuando la maestra me reta. La abuela es directora de un colegio en Córdoba. Por eso saber retar. No ves que los dejaron solos. No ves-que-los-de-ja-ron so-los le repitió. El Barba se quedó en silencio. Pensando en lo que la abuela Mila le decía. La abuela Mila es malísima. Antes de irse cuando León fue a comprar verduras y yo jugaba en el taller de León escuche que le preguntaba al Barba si había aparecido si la hija de mil putas de la madre de ese chico había aparecido. Me tapé los oídos y me metí debajo de la mesa donde León suelda sus artesanías. No quería saber lo que le iba a responder el Barba. La abuela Mila me dejó tres billetes de los verdes antes de irse. Yo me quedé con las ganas de preguntarle a la abuela Mila quienes dejaron solo al Barba. Y tambien saber donde está, de cómo la llama la abuela Mila, la hija de mil putas de la madre de ese chico.

Después de cenar el Barba y León suelen discutir. En voz baja. Nunca se levantan la voz. Recién antes de acostarnos parecía que León era el hermano más grande retando al hermano más chico. Son unos boludos Barba, unos reverendos boludos, que mierda creían que iba a hacer Perón cuando volviera, darle bola a ustedes, a ustedes, cinco pendejos de mierda.

Perón para mi es un hombre muerto. Un hombre muerto que pasan de forma interminable por la tele. Un muerto en un cajón. Me acuerdo que ese día no pude ver ni Tom & Jerry ni nada, todo el día el viejito muerto en la pantalla. La cámara quieta enfocando su cabeza de muerto. Primero me dio gracia el nombre. Perón. Pensaba que era alguien con la pera muy grande. Y me reía. Perón me debe haber castigado porque esa noche ni las siguientes pude dormir pensando en su cara. En su cara de muerto transmitida por la televisión.
Para el Barba Perón debe ser otra cosa. No como para mí que es un hombre muerto. Digo que para el Barba cuando Perón vivía debería significar algo especial. Porque ese día mientras yo protestaba porque no podía ver Tom & Jerry llegó el Barba con los ojos rojos. Estaba irreconocible el Barba, de tanto que había llorado. Se tiró en la cama de León y siguió llorando toda la tarde.
León le cebó unos mates pero no hubo forma de que el Barba dejara de llorar. Después de lo que les hizo ese viejo hijo de puta, le dijo León al Barba, después de lo que les hizo vos venís a llorar así. Por ese milico hijo de puta.

Pensar lo que nos decía el viejo, no. Es raro el rostro de León hablándole al Barba después de que terminamos de comer el puchero. Como más sensible. Lo que nos decía el viejo cuando nos llevaba a tomar una Pindy al Café de Toño o a la Imparcial. Nos miraba a los ojos y nos decía, mientras tomaba su cinzano con fernet. Les voy a pedir una sola cosa en la vida: Nunca putos, nunca peronistas. Chorros, drogadictos, borrachos, vagos, lo que quieran pero nunca putos, nunca peronistas. El Barba lo mira serio a León, mueve la boca sin que le salga ninguna palabra, mueve los huesos pelados del caracú con el tenedor. Ni putos, ni peronistas repite.

El que sí es peronista es el tío Beto. El hermano del abuelo Chano. El Barba siempre cuenta que el tío Beto tuvo una pelota de cuero que le regaló Perón. Yo escuché como la consiguió cuando vino a casa el verano pasado. El Barba le dijo que me cuente como consiguió la pelota número cinco de Perón.
Al tío Beto se le iluminan los ojos cuando cuenta.
Corrimos atrás del tren, decía Beto. Con todos los chicos del barrio corrimos el tren. Desde que lo vimos aparecer corrimos atrás del tren.
Entre tanta gente no podíamos ver nada. Se empujaban y nos hacían caer. Los más grandes nos hacían caer. Todos tratando de quedar cerca del tren para recibir los regalos. Los chicos del barrio, todos los pibes de El Salado, seguimos corriendo, como perros detrás de un hueso, por nada del mundo ibamos a quedarnos con las manos vacías, pero cada vez que creiamos estar cerca del vagón donde como por arte de magia surgian los regalos, una masa cada vez más grande de gente nos relegaba y seguíamos sin nada. Pensé que nos quedábamos sin nada. No sé de donde sacamos fuerza para seguir corriendo. Estabamos tan cansados que nos caiamos y nos volvíamos a levantar. Nos pisaban. Nos lastimamos con las piedras de las vías, pero igual seguimos. El griterío de la gente. Las pelotas, las muñecas, las bicicletas en el aire eran el único motivo por el que seguimos en esa caravana de locos. Recíen cuando el tren estaba por internarse otra vez en campo abierto, cuando ya había salido de nuestro pueblo para seguir camino hacía el siguiente se hizo un claro entre la gente. Con el Diente y Jesús Otati quedamos de frente al vagón mágico, teníamos las rodillas y los codos totalmente ensangrentados por las caídas, pero no nos importaba.
Perón y Evita salieron por la puerta del vagón. Nos miraron. Parecían dos magos. Evita con su traje azul y Perón con su uniforme blanco.
El Diente le gritó: Perón tiráme una pelota, y Perón se agachó y de una bolsa sacó una y la pateo suave y elegante hacía nosotros y la pelota en el aire y mis brazos en el aire y una volada como Musimesi y la pelota en mi pecho, atenazada para siempre.

Viajamos con León para comprar harina de soja. Tomamos dos colectivos y caminamos un montón de cuadras para llegar a lo de Koko.
Koko es amigo de León. Vende harina de soja a los otros artesanos.
La casa de Koko es muy grande. Los hijos de Koko son más chicos . Igual jugamos mientras León charla con Koko y con Lucía. Cuando volvemos a casa León prepara milanesas de soja. Amasa la pasta y después la pasa por huevo y pan rallado.
Al principio no me gustaban. No me gustaba que la pasta de soja quede pegada en el paladar y los dientes. Pero después me acostumbré. Además León insiste en que purifica el cuerpo. Lo mismo le dijo un día al Barba. El Barba venía con un hambre y se metió un bocado gigante en la boca pensando que eran milanesas de carne. Escupió todo.
-Sos un hijo de puta León, le dijo, no le hagas comer esta porquería al chico.
-El cuerpo purifica, dijo León mientras pasaba un trapo sobre la mesa limpiando lo que había escupido el Barba.

Un papel de diario doblado en varias partes. Lo saqué del cajoncito donde León guarda las piedras brillantes. Adentro
hay un bloque de pasto verde y alrededor otros bloquecitos más chiquitos. El olor es conocido. Es el mismo que hay o que había en la feria donde León iba a vender sus artesanías. El mismo olor que a veces hay en el taller cuando viene Koko o Kojac. Me parece que ya se que es este pastito verde. Me parece que es el que se fuma porque adentro del cajoncito de las piedras brillantes también esta el papel de armar.

Hace poco León me llevo otra vez a un recital. Tocaban unos amigos de él. Siempre me lleva cuando tocan sus amigos. A mi me gusta ir porque tambien va Koko y yo puedo jugar con Azul y Jonás. Nos subimos arriba del escenario y hablamos por el micrófono antes de que empiecen a cantar. En los recitales van muchos amigos de León. Todos tienen el pelo largo y se visten con túnicas o con camperas de cuero. Yo le dije a León que no se ponga más la túnica amarilla y que se compre una campera de cuero que quedan más lindas. Y León por suerte me hizo caso.
El que no va nunca a los recitales es el Barba. Me parece que no le gusta mucho la música que tocan los amigos de León. A mi tampoco me gusta. Me hace doler los oídos. Ponen las guitarras muy fuerte. Me da vergüenza cuando León mueve la cabeza para todos lado cuando empieza a sonar la banda. Hay una sola canción que me gusta. Cuando la cantan me hacen subir al escenario y con los hijos de Koko cantamos los coros.

Yo le pregunte al Barba cuando me va a llevar a la cancha de Boca. Le pregunté porque siempre me dice que me va a llevar a la cancha de Boca. Pero no me dijo nada. Me gustaría ir a la ahora no.

El portazo me hace levantar de la cama. Miró a León pero sigue durmiendo. Estoy a punto de gritar. De gritar de terror. Me abalanzo sobre el cuerpo dormido de León y lo sacudo. León , León gritó. Pero León nada, demasiadas pastillas.
Siento que una mano se posa en mi hombro y estoy a punto de desmayarme, hasta que me doy cuenta que es el Barba, el Barba es el que ha dado el portazo, el Barba es el que entró corriendo, su cara agitada, transformada de miedo, puedo sentir su corazón latiendo como el de un animal pequeño. No te asustes, me dice. Pero es difícil no asustarme con la cara que tiene. Donde están las llaves de la puerta del patio, me dice. Busco en la mesa de luz de León. Se las doy. El Barba corre por adentro de la casa. Lo sigo. Abre la puerta del patio. Trepa el tapial y empieza a perderse entre las sombras de la noche.
León putea a los soldados que vinieron a tocar el timbre. Casi desnudos nos llevan a los dos a la comisaría.

Koko depositó bajo la lengua de todos un minúsculo cartoncito que previamente recortó con mucha paciencia sobre la mesa. Lo observo con atención porque quiero que me devuelva la tijera. La tijerita amarilla que me compró el Barba para que lleve al colegio. Pedacitos de cartón bajo la lengua de todos los presentes.
Nunca hubo tanta gente en mi casa. Catorce, quince personas. Los amigos y amigas de León.
Estoy aburrido porque los hijos de Koko no vinieron. León me dice que me vaya a dormir. Pero no voy a poder dormir con la música que han puesto. Guitarras que marean.

Otra vez vamos a salir campeones. Campeones de América. Siento que si el Barba no viene esta noche, no me voy a poner tan contento como cuando le ganamos a Cruceiro, como cuando le ganamos al Borussia. El Barba no vive más con nosotros. No sé donde vive. León no me responde cuando le pregunto donde vive el Barba. Voy hasta la pieza y traigo el gorrito que me regaló el Barba. Tener algo que me regaló hace que su ausencia no sea tan profunda. Por suerte León dejó los discos, cortó mucho queso sobre la tabla y se acomodó en una silla para ver la final. La final conmigo. León imita al Barba. Me tranquiliza. Me dice tranquilo pendejo que hoy damos la vuelta. Otra vez damos la vuelta. No se si a León le volvió a gustar el fútbol o sólo lo hace para que yo no este triste para que no extrañe a Baravane, a Barbaghelatti, a mi fabuloso tío, el Barba.

León dice que por cábala va a plantar la botella de Gancia sobre la mesa. El equipo colombiano parece débil, sus defensores están asustados al ver cómo gritan los hinchas en las tribunas. Los hinchas de Boca en las tribunas. El equipo cafetero comienza a desmoronarse. León sigue con la cábala. No solo sirve gancia en su vaso, sino que también sirve en el que usa el Barba, el jarrito de cerveza donde toma el Barba.
El Heber, el Mono. Es fácil, todo es fácil esta noche calurosa de noviembre.
Lo que no es fácil es soportar que el Barba no esté con nosotros, pese a que vamos ganando dos a cero, a que vamos rumbo a coronarnos bicampeones de América no puedo estar contento. León canta las canciones que canta la hinchada, toma más gancia, canta.
El también en el fondo de su alma extraña al Barba. Trata de suplantarlo, como si el Toto se parara sobre la línea de cal y dijera sale el Barba y entra León.
Pero no es creíble León. No. No tiembla como el Barba. No se le eriza la piel como al Barba. No.

El negro Salinas la baja de pecho y le tira un caño al mediocampista colombiano. La Bombonera estalla.
León me dice que no tome de vicio. Parece la abuela Mila, León. Que no tome de vicio. Dejo mi vaso de Crush sobre la mesa y cruzó mis brazos molesto.
Suena el timbre y miro a León. Vuelve a sonar el timbre y León dice: cagamos.
Yo me imagino otra vez a los soldados. No, esta noche no.
El grito de León remueve mi corazón.
Casi escupo mi pequeño corazón a causa del sobresalto.
El Barba!!!!
Barbaghelatti viejo nomás le dice León y se le trepa a caballito como hago yo. El Barba viene serio y afeitado. Sí, se sacó la barba y se cortó el pelo parece otro el Barba. Pero es el Barba. Sorbe de un trago todo el vaso de gancia y gritamos el último gol. Lo gritamos hasta desgargantarnos, nos tiramos al piso y rodamos abrazados como hacen tambien los jugadores dentro de la cancha. León lo mira al Barba
Lo mira triste como si fuera la última vez que lo fuera a ver en la vida.

Por que no me avisaste León por que no me dijiste que era la última vez que íbamos a ver al Barba, lo hubiera abrazado mucho más fuerte de lo que lo abrace esa noche. Mucho más fuerte.

El primer porro que arme parecía un sapo. Un sapito aplastado por un camión. Mucha yerba para tan poco papel. Quería que sea poderoso el hijo de puta, por eso le mandé faso a lo loco. La oscuridad de la terraza de la Boca colaboró para que saliera tal deformidad de entre mis dedos. Quería imaginarme la cara de Maru. Por eso arme un porro poderoso. Le pegué una seca sosteniéndolo con los diez dedos de las dos manos para que no se me caiga nada. Después clavé los ojos en el riachuelo, en las luces aceitosas que se reflejaban en el riachuelo. Volví a pitar. La resina del porro quiso hacerme toser pero hice fuerza para no escupir el humo en la tosida.
Sería un boludo si contara que en ese momento de ahogo vi por primera vez la cara de Maru espejandose en las luces que se reflejaban en las aguas aceitosas del riachuelo. La de Maru y tambien la de mi fabuloso tío, el Barba.

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