26.9.09

Un vestido y un garrón


Al Gamba no le queda nada que empeñar. Nada que el vacío que deja en cada rincón de la casa no se haga demasiado evidente. El vértigo de los sucesivos enrosques arrasa con todo. Todas las cosas de valor a mano tienen un destino único: lo de Abimael.
Primero es el turno del oro; cadenas y medallitas que su madre guarda en el alhajero, después que agota ese filón, llega el turno del farol a gas, la araña de caireles, la repisa de roble, el jarrón de cristal, las máscaras peruanas, un cuadro con motivos chinos, una licuadora, el TEG, el Estanciero y el Ludomatic aunque suene increíble.
Un jueves a la noche enroscado como una víbora entrega un juego de destornilladores fisher que le pide prestado al vecino con la excusa de arreglar un ventilador. Un domingo a la tarde la bicicleta de la madre. No hay límites claros. Por esos días Charly me dice que el Gamba es capaz de entregar un riñón. Vamos a la casa y lo advertimos. Pero que clase de prudencia vamos a poder estimular en él, si nos quedamos con Charly a tomar la bolsa que el Gamba acaba de obtener a cambio de cinco litros de aceite Cocinero.

Ronda en el living. Busca que entregar. Mira los vinilos de Kiss, los trofeos de baby fútbol, los Puma Pelé, todavía no, piensa. Súbitamente le viene a la cabeza el vestido de quince de su hermana. Sobre el ropero de su pieza, envuelto en un celofán amarillo y dentro de una caja con forma alargada, ahí esta, inmóvil desde hace años.
No lo duda. Va por él.
Mientras sube a la pieza ruega que ni el tiempo ni las polillas hayan dañado la tela. Sus ojos arriba del ropero se mueven con rapidez. Está en perfecto estado, un blanco inmaculado. Prende un camel y se pregunta si al gordo Abimael le interesará el vestido. No rebotó con nada, hasta ahora. El gordo agarra todo. Pero el vestido de quince… Me lo va a tirar por la cabeza, me va a decir si creo que es una gheisa o un travesti, piensa. Hasta que se acuerda que Ismael tiene una hija de trece o catorce años. Una linda huacha que puede lucir bien el vestido. Saca la prenda de la caja, baja la escalera y el camel se destruye con pitadas desaforadas igual que si la maldición del inca ya actuara en su sangre.
Pedalea, siente en la espalda todo el sol de la tarde. En la canchita del barrio Esperanza tres pibes corren tras una jalisco descascarada con un birra del cogote.
Cuando lo ven uno le grita en falsete:
-Te vas a casar, Gamba?.
Estallan en carcajadas.
El Gamba les dirige una sonrisa de rigor. No quiere problemas, no, con ellos no.
La gastada de los pibes hace que no bien bajé a la avenida 40 traté de ocultar el vestido en su falda. Encorvado hacia adelante, trata de que el vestido pase desapercibido. Así, en esa posición, lo vi yo.
No paró a saludarme. Me gritó a través de los canteros de la 40, que a las diez nos encontrabamos en La Taberna. Yo seguí para mi casa ¿Que haría el Gamba a las tres de la tarde de un sábado con un vestido de encaje por la calle?

Ingresa a lo de Abimael sin golpear la puerta. Lo hace siempre. Destrabar con el pie la puerta del garage y mandarse. El gordo es un tipo grande, de unos cincuenta años, un ex carnicero en decadencia devenido por los avatares de década, en dealer. Un puntero piola que no tiene la paranoia que tienen los viejos de su edad cuando se exponen en este tipo de transas al juego de las repetidas exhibiciones y de los constantes requerimientos a cualquier hora del día. Por si esto fuera poco tiene siempre una pala por demás de aceptable. Rica, eficaz, ponedora como gallina colorada. Nada que ver con el otro gordo de la 40 al fondo que la corta con anfetas para caballos. Con el Gamba nos cansamos de tocarle el timbre a las 4 de la mañana. El gordo siempre firme. Con tranquilidad nos atiende y entrega aquello que vamos a buscar. Hasta a veces nos fia. Copado Abimael, muy copado. Y con el Gamba más. Le tomó un cariño especial, no solo por ubicarle de vez en cuando una sabol grande en el centro o algún one hundred dollars made in Burzaco a algún comerciante desprevenido, el colorado como le dice, lo hace cagar de risa con sus desplantes y su manera por demás ceremoniosa de hacer y contar las cosas. Siempre fue un tipo educadísimo el Gamba hasta en los más turbios ambientes donde se maneja deja la marca de su señorío de lord surrealista. Y eso, ante tanto pendejo atrevido y maldeducado, le gusta a Abimael.

En el silencio de la siesta, el Gamba solo siente el ruido de sus adidas contra el piso del garage. Golpea las manos de la misma forma, que quince años atrás subido al tapial de mi casa pedía la pelota a la vecina, acompasado y armónico pero con ciertos toques de vehemencia que siempre dejaron entrever algo filoso en el misterioso reino de su inconciente.
-Gordo, gordo. Susurra temeroso de despertar a alguien.
Espera que alguien responda. Sus brazos extendidos hacia adelante sostienen el vestido para que no se arrugue.
Avanza por el interior de la casa y sin largar el vestido, con el codo, abre una cortina de tela manchada que lo conduce a la cocina.
-Que gordo hijo de puta, piensa al ver a Abimael dormido sobre una reposera.
-Que gordo puto, repite. Se acaba de deglutir medio lechón el solo y ahora lo digiere en el mejor de los sueños. Eso es vida.
Mira la bandeja sobre la mesa. Sobre está, la otra mitad del animal asado. El cuero color caramelo salpicado por el orégano y el ají molido del chimichurri y cascaritas de pan por todos lados.
El Gamba piensa que el Gordo va ha estar un buen rato desarmando con su estómago lo que acaba de comer. Se arma de paciencia. Sin largar el vestido abre la otra reposera y se sienta a esperar.
Escucha la radio que Abimael dejó encendida a bajo volumen para dormir más tranqui. Perfora una caja de fósforos que se encuentra sobre la mesa y fuma un tucón de nevado.
Mira las moscas revolotear por la cocina, sigue su trayecto. De la cabeza, de los ojos asados del lechón a la cara del Gordo. Con un diario enrollado se las espanta.
El faso y la ansiedad le dan hambre. Tiene confianza con Abimael . Se levanta de la reposera. Cuida el vestido en su falda atento a que ningún trozo de grasa arruine el vestido. Se acerca a la bandeja y mete el cuchillo en el interior de la cabeza. De un tirón le arranca los sesos al lechón. Toma una galletita express que hay sobre la mesa y la unta. En la radio suena Etiqueta negra….dejó un billete que pide a grito que lo gasten…Que grossas son las letras del Indio, piensa el Gamba, mientras con su natural delicadeza, termina de engullir su singular canapé. Mira al Gordo, pero nada, sigue dormido como una piedra.
-Ni ronca el hijo de puta, dice el Gamba ya en voz alta. Habla solo, como si de un momento a otro, hubiera perdido las esperanzas de que Abimael , está tarde despierte.
La guitarra de Skay es la música de fondo. A que hora se va a despertar este gordo. Y si ahora le entro a las costillas. No, voy a terminar por engrasar el vestido. Che, donde guardará el canuto el Gordo. No, loco, eso no se hace. Hay códigos con el Gordo. A la diez en La Taberna le dije al Dumas, no? ¿O que lo pasaba a buscar por la casa? Pueda ser que si no sale esta, le pegue algo a Moon o al Viejo. Me voy a preparar un té.
Cuando el agua hierve, el Gamba detiene con el dedo la tapita tintineante de la pava. No quiere que el Gordo se despierte de mal humor y lo mande al carajo. Mejor que se despierte por sus propios medios. Con cuidado, sin hacer el menor ruido saca un saquito de té de la caja y lo mete en la taza. Que lástima que no hay chizitos, piensa con gula de porro.
Tres horas hace que espera. Normalmente se hubiera ido pero la idea de tener que arriar otra vez con el vestido por la calle y exponerse de nuevo a las gastadas de los pibes de la canchita o toparse con su madre, al llegar a su casa, y tener que dar explicaciones de por qué anda con el vestido de su hermana entre las manos hace, que todavía aguante un poco más.
Dos horas más mirando alternadamente, la cabeza del lechón, la cabeza de Abimael y el puto vestido que ya le produce una especie de picazón muy molesta sobre las rodillas. Y pensamientos, esta vez, intraducibles.
A la 20:30, según la radio decide tomarse el palo.
-Este gordo puto le va a pegar hasta mañana.

Nos enteramos como a las tres de la mañana. Mientras salimos de la Vieja Esquina con rumbo desconocido. Abimael ha muerto. Ha estado muerto durante toda la tarde.
Un bobazo mientras dormía en una reposera. A las cuatro o cinco de la tarde según el forense.
-Parecía dormido, nos cuenta Emiliano.
-Si ya sé, le contesta el Gamba.
-Y vos como sabes?
-Y, como no voy a saber, boludo.
Mientras nos vamos por la 28, después de servirle un monedazo que le deja lagrimeando el ojo derecho siento que algo en el interior del Gamba se acomoda con el peso de un mastodonte incomodísimo y que a la vez me retransmite toda esa enorme pesadumbre.
-Che Gamba, tendrías que ir al velorio no?
-Para que si ya lo velé toda la tarde.
Supe, otra vez, que el dolor aumentaba su tendencia al absurdo y dinamitaba todo tipo de convención temporal.
Cruzando la 29 cargo otra vez la moneda y reparto dos tiros feroces cargados de piedras sin temer que el federico de guardia no vea, como si la perplejidad que nos causa el deceso del Gordo nos volviera invisibles y no tuviéramos que ocultar nuestras prácticas con la química.
-Che Dumas, los muertos pueden temblar, me dice después de vaciar la moneda con un suspiro débil, desganado, irreconocible en él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario