18.9.09

En lo de Ramona



"Se adelanto el regreso de Mao

el hijo de Mao, el Mao blanco..."


Estamos en lo de Ramona. Ramona es la abuela de Josema. En realidad, era. Hace unos días decidió volarse la cabeza con un .32 corto en el interior de su pieza. Cansada de esta vida de mierda, garabateó en un papelito, que dejó extendido sobre la mesa de luz.
Brady y yo, ayudamos a Josema, a borrar los rastros que la decisión de Ramona imprimió en la pared.
Ahora que Josema viene a vivir solo a lo de Ramona no quiere por nada del mundo que sus sueños se vean invadidos por pesadillas luctuosas ni por visiones sanguinolentas.
Con una rejilla y ayudín limpiamos las marcas.
Brady dice que los grumos negros sobre la pared encalada son pedazos de cerebro.
A Josema y a mí no nos causa ninguna gracia su revelación.
-Andá a buscar una birra, le sugerimos.
Se sugestiona en los primeros días, Josema.
No debe ser fácil dormir en la misma cama donde alguien se suicidó. Algo, algún resto de energía inquieta permanece para siempre en el lugar del hecho.
Antes de que Brady vuelva con la cerveza, suena el timbre.
Bangui en bicicleta.
Sobre el caño de la bici trae los chorizos y el asado.
Atraviesa la doble puerta de lo de Ramona. Un extraño doble frente que oculta una antigua fachada corroída por los años por una de reciente construcción medio metro delante de la anterior.
Rozamos la cara interna de nuestros pulgares a modo de saludo y Bangui pone en el grabador un cassette que saca del bolsillo de su pantalón. Zeppelín IV .
-Me fumo un fino y me dan unas ganas bárbaras de escuchar a Plant, dice.
A mí gusta el eco vegetal del apellido del cantante de Led Zeppelin. Plant repito, botánico.
Guardamos la carne en la heladera.
Todavía es temprano, aunque no tanto, para que alguien ya se haga cargo del fuego.
-Seguro que el carbón está húmedo y va a costar prenderlo, advierte Josema.
Está debajo de la parrilla desde la época en que Ramona vivía.
-Vamos a esperar al Paragua que le copa prender el fuego, dice Josema, como si buscara estirar la compañía de sus amigos en lo de Ramona.
Sobre la mesa de la cocina hay un ejemplar de una revista local. Bangui la toma sorprendido por la calidad del papel y el diseño de la tapa. El intendente vestido de Papá Noel, debajo un título que ironiza sobre algunos aspectos de su gestión. Mientras la hojea y busca la nota central le digo que la escribe el Gordo. Casi todas las notas.
-Seguro que cae esta noche lo vi hace un rato con el Shiri. Iban con unos discos de Sui Generis viejísimos en la mano, me informa Bangui.
Brady vuelve de comprar las cervezas con el flaco Stalin y Satoque que vienen a conocer el lugar donde se va a instalar Josema.
De esta forma lo de Ramona se va convirtiendo en lo que va a ser durante un par de años. El gran centro de reunión de todos nosotros. Antro querido elevado a la condición de templo. Este viernes tendrá su noche inaugural.
Aprovechan que el flaco Stalin anda en la camioneta del canal. Salen con Josema a buscar el televisor que tiene en la casa de la 17.
Con Bangui nos quedamos en lo de la muerta. Escuchamos Perro Negro. Pone el volumen muy alto para que no se nos ocurra escuchar ruido provenientes de la pieza de Ramona.
-Es imposible tocar mejor que Led Zeppelin. Debe ser un bajón para cualquier banda de rock saber que nunca en su puta vida van a componer un tema como Rocknroll o Escalera al cielo, me dice Bangui.
Asiento con la cabeza aunque a mí la estridencia proveniente del hard rock más heavy me molesta un poco. Escucho uno o dos temas pero después me cansa los oídos. Zeppelín, Purple, AC/DC me parecen bandas increíbles, pura potencia y sangre pero yo prefiero la cadencia blusera de Memphis y su poesía urbana o el vértigo lujoso de Sumo con su multifacético juego de ritmos. Regaee, rock, punk, dark, de todo.
Por el living, con su estudiado paso de pendenciero de poca monta que intenta ocultar algo de su origen aristocrático, reaparece Satoque. Se quedó un rato en la habitación donde se amasijó Ramona. Nos cuenta Brady después que Satoque hizo la reconstrucción de los hechos. Lo cuenta delante del mismo Satoque. Que sentado sobre la cama y apoyando el dedo índice doblado sobre su sien simulaba dispararse para después imaginar la trayectoria de la bala.
-Sabes la cara de felicidad que ponía el hijo de puta cuando se gatillaba.
Bangui se pone a armar otro cucurucho. Hasta que Stalin y Josema lleguen con la tele.
Satoque estudia la hierba con la yema de sus dedos. Extrae las semillas. Después le pasa a Bangui las hebras libres de todo elemento que obstaculice el paso del humo por entre el papel.
-Para que tire bien, man, -dice con la boca torcida.
Bangui le pasa la lengua al papel engomado y luego lía con cuidado rolando la seda hasta dejar confeccionado un grueso cilindro de papel.
Me lo pasa y dice que le de mecha. Con los dientes arranco la puntita de papel aplastado. Aproximo apenas la llama del encendedor en uno de los extremos y lo enciendo. Brady me mira sentado sobre un pilar de cemento en el patio de lo de Ramona ansioso por que pite rápido y se lo pase.
-Carioca, loco, me dice Brady.
Con distorsión, reteniendo el humo en mis pulmones le digo que me ayude a encender el carbón mientras le paso el cucurucho.
Brady lo toma entre sus dedos y con la intensión de que nada del humo se desperdicie, luego de dar una breve calada, absorbe del aire el humo que se desprende por los costados de la brasa.
-Aguantá loco, que ya va a caer el Paragua.
Me responde con la misma voz distorsionada con que yo lo conminné a iniciar el fuego en la parrilla.
Brady tose un poco.
-Esto está curado con gamexane, loco.
-Si es gargantero el huacho, le dice Satoque.
Cuando tiene un color celestito es gamexane, explica. Ahora usan eso, un plaguicida. En otra época lo curaban con meo de mina.
-De mina con regla, complementa Bangui.
Brady vuelve a toser. Me contagia la tos. Mientras toso me pregunto con que estará curada la realidad. Seguro que algún pesticida tiene también.
El flaco Stalin y Josema caen con un Zenith 20 pulgadas. También llegan con ellos el Cabezón y Martín . Se encontraron en La Recova. Estaban tomando una cerveza con Peluca.
Lo de Ramona se ha transformado en un selecto club. Pero todavía nadie los advierte. Nadie se siente socio fundador.
Martín quiere conocer el lugar donde se disparó la vieja. Satoque, pletórico de morbo es quien lo acompaña hasta la pieza.
-Seguro que se cuelga otra vez y hace que se gatilla, dice Brady. Esta reloco este Satoque.
Advertí la atracción que ejercía la muerte de Ramona en cada uno de los que llegaba a la casa. Me di cuenta de que el espíritu de la abuela de Josema nos acompañaría en cada una de las antológicas veladas que pasaríamos en esa casa de la calle 18. Una presencia tutelar que unos pocos veríamos aterrorizados unos meses después -no bien iniciado el invierno- efectivizada en sombras imposibles, ruidos y desapariciones de lo más extrañas.
Bangui empieza a prender el carbón a un costado de la parrilla.
El resto entramos a la casa y nos distribuimos en torno a la mesa de la cocina. Vamos a ver a Boca. Esta noche el maestro Tabarez se la juega y pone a Amato, a Boldrini y el Turco Mohamed juntos. Queremos ver si es verdad que de esta forma se acrecienta el como le llaman, el poder ofensivo. Creo que nadie tiene demasiadas esperanzas en que estos tres muertos aporten la cuota de gol que nos hace falta. Y tambien creo que todos en el fondo oscuro de nuestros deseos esperamos que los pobres fallen algún disparo bajo el arco para caerle con saña. Como sucede.
Nos cansa putear tanto a los tres advenedizos. Abrimos una botella de Gancia y nos vamos a otra cocina contigua -todo es doble en lo de Ramona- más chiquita, más íntima. Hacemos zozobrar los vasos con gruesos chorros de soda que diluyen el Gancia.
-Volvé a Newells, pecho frío- escuchamos del otro lado.
-Sacate esa vincha quemero puto- siguen los insultos.
-Al Bati, no lo remplazamos más- dice lapidario el Negro. Nostálgico ya de los bombazos implacables del 9.
-Che, dice impersonalmente el Cabezón, como si quisiera erigirse en la voz de todos. Esta noche abría que traer un par de locas. Si quieren me voy para el hotel para arreglar…
Pero nadie le da bola. Solo, interrumpe la frase que estaba por terminar de decir y se calla al ver que ninguno le presta atención. La mayoría por no decir todos los presentes tenemos a esa altura de la noche la libido direccionada hacia otro lugar. Hacia otro polvo. Semen up.
Bangui aparece desde el patio quejándose de que lo han dejado solo con el fuego.
-Si sos hincha de Velez, nosotros no tenemos la culpa- lo chancea Josema y acto seguido le pregunta si ya está listo para poner la carne.
-Sí me parece que sí, dice, y se vuelve a quejar.
-Este carbón es una verga, loco. Está húmedo, repite Bangui mientras aviva las brasas con un cartón y su rostro moreno se llena de sudor.
Nos enteramos que el partido terminó sin goles.
-Es al pedo poner tantos delanteros juntos, dice el Cabezón.
-Por eso el narigón Bilardo es un genio. Siempre te mete cinco en el medio y uno que corre por las puntas. Centro atrás y alguno de los perros de presa que viene empujando desde la mitad de cancha la manda a guardar. Tienen que aprender del doctor, le contesta Josema.
El timbre de Ramona es débil. El trino entrecortado de un pájaro moribundo.
Antes de que el Cabezón diga que le parece que sonó el timbre. Josema ya está en la puerta. Hace pasar a Pepeu. Debajo de su brazo trae una carpeta. Cada vez que viaja utiliza el mismo escudo protector. Simula ser un estudiante universitario. De arquitectura, lleva pensado por si acaso.
Pepeu llega de Capital. El 57 lo dejó en la esquina de Supercoop. Solo tuvo que caminar derecho por la 18 unas cuadras hasta llegar a lo de Ramona.
Pepeu tarda en saludar a todos. Se queda con Josema unos minutos en el living. Bangui, entra desde el patio y anuncia que vayan poniendo platos y abriendo los panes que en quince salen los choris. Antes de volver al patio ve a Pepeu que conversa con Josema y se acerca a saludarlo. Lo abraza y se besan en la mejilla.
Bangui no vuelve a la parrilla a seguir con el asado. Con el puño cerrado igual que llevara una granada, se mete en el baño.
Pepeu se sienta y nos dice que vino escuchando el partido en el bondi.
-Un desastre Boquita. No le hacemos un gol ni al arco iris, dice.
Ahora el que entra al baño es Josema. Miro su puño. También va cerrado. Debe llevar otra granada.
Afuera quedó el asado. Solitario. A merced de las brasas. Los chorizos comienzan a achicarrarse . Bangui abandonó el timón de la parrilla. Y nadie se interesa en reemplazarlo. Indudablemente, de un momento a otro, la cena ha cambiado de menú.
Abre la heladera y saca una cerveza. Se frota la nariz del lado derecho y inclina la cabeza hacía atrás.
Josema enciende una hornalla de la cocina y seca un plato. El mismo sobre el cual iba a comer el asado. Ahora el plato contiene una plataforma considerable de sustancia blanca.
Mientras con el filo de un naipe, un seis de oro, la estira y la pica, el negro canta Antiimperialismo Espacial.
La roca bestial / llegó de Marte para hacerte temblar !!!
Ahora la sacude y agacha la cabeza hasta que sus ojos quedan en una misma línea con el ras del plato. Comprueba si el polvo baila. Si es que ruedan algunas piedras por el plato. Si el polvo quedara estancado y no se moviera sería un mal anuncio. Mucho corte de novalgina. Pero una buena cantidad de esferitas rosadas se separan del fondo del polvo y corren de una punta a otra del plato.
-Guarda que se caen, grita alguno.
Tomo la bic y aspiró fuerte el cordoncito que me fue destinado. Miro el plato blanco con una casita azul en el centro. Los mismos que había en casa hasta no hace mucho.
Parece que a ninguno le importa que la carne se consuma sobre las brasas. Solo Mojo que recién llegó y pese a ya haberse sacudido con una viborita que le peinó Pepeu, regresa del patio con una lonja de vacío que corta sobre la tabla.
Mi garganta gotea un líquido frío y amargo. Mis dientes se incrustaron en menta helada y verlo comer a Mojo me parece un espanto. A todos nos parece un cuadro desgraciado. No soy el único. Pepeu le dice que si quiere comer que se vaya solo al patio.
-En San Justo la gente come igual. Por más que tome, intenta justificarse Mojo levantando los hombros.
Cuesta que la cerveza pase por mi garganta. Por suerte Brady abrió la botella de Criadores que trajo el Gordo. Recién llegó el Gordo. Tenía razón Bangui todavía anda con los discos de Sui Generis bajo el brazo. Los acaba de rescatar de la casa de un viejo compañero de secundaria, cuenta. Esta ansioso de volver a escuchar “Mr. Jones” y “Tribulaciones, lamentos y ocaso de un tonto rey imaginario, o no”, dice.
-No puedo creer que una canción se llame así, le digo. Yo conozco a Charly de “Cómo conseguir chicas”, en adelante.
El gordo trae hielo para el wiski. Ahora sí, aunque la mayoría sigue tomando cerveza, Brady, el Gordo y yo, preferimo wiski.
Virtuoso, Tarquino y Niágara recita el gordo nombrando los tres toros premiados que hay en la etiqueta de Criadores antes de sacudirse un trago tremendo.
Nos juntamos todos en la mesa. Arrimamos las sillas como educados comensales. A la espera de nuestro turno.
Pepeu saca otro papel y lo abre a la vista de todos. Es un glace metalizado color verde. El doble del tamaño normal. Yo que estoy sentado al lado advierto que está muy cargado. Desbordante casi. Debe tener por lo menos 8 o 9 gramos. De tiza. También advierto que del polvo se desprende olor a mujer, en realidad a perfume de mujer. Pepeu pasa a contar que a Sylvia se le volcó un frasco de Dix L’ amour, un perfume de moda, mientras la traía en un bolso.
Los primeros saques nos arrancan la nariz. El perfume derramado dejó el polvo muy agrio. Nos reímos. Como podemos. Con muecas esforzadas por el congelamiento facial. Nos parece divertida la anécdota que cuenta Pepeu.
-Al principio se quería matar. Cuando la probó y vio que no se había disuelto ni perdido el efecto, recién ahí se calmo un poco la uruguaya.
-Por lo menos le saco el olor a caca del bolita que cagó la tiza, dice Josema.
Pepeu domina la baraja, ha cambiado el seis de oro por un dos de espadas. Levanta la cabeza del plato y cuenta cuantos somos. Diez.
-Falta uno y salimos a la cancha, eh.
Deliciosas criaturas perfumadas, trato de cantar. Pero la lengua se me traba y apenas si lo recito de modo prosaico. Las palabras salen como atadas de los pies. El Gordo asiente a mi lado. Festeja la ocurrencia y tararea el ritmo del fox trot gardeliano. Busca y estudia cual es el montoncito más cargado. Con una snifada digna del Morsa o Scarface hace desaparecer la minicordillera blanca de un costado del plato. Mojo le advierte que también se tomó parte de otra raya. Zarpado, le dice. Pero hoy no hay lugar para discusiones. Hoy hay mucha.
Los primeros saques nos dejan duros, pegados a la mesa pero los siguientes nos dan un poco de inquietud. Martín, por ejemplo, prueba distintos cassettes. Adrián y los dados negros, después La Portuaria.Aunque nos gustan, los dos han sido rechazados. Nadie quiere dejarse arrastrar ni por la tropicalia pobre de Adrián ni por la sensibilidad femenina de Frenkel. Ahora, la voz de Solari canta El regreso de Mao. Nadie objeta esto. Martín se aleja del pequeño grabador contento de haber dado por fin en la tecla.
Salimos al patio en busca de aire fresco. Mis pies entumecidos parecen estar pisando territorio lunar. Una ingravidez a la vez pesada. Seguro que todos nos sentimos así.
Algunos como el Gordo ya soltaron su salva de verborragia. Desde hace unos minutos, escucho su voz de intelectual delirante, su extraña forma de pronunciar algunas consonantes, las eses siseantes como un parisino gangoso, las enes acordeonadas como un tano del sur. Habla con el flaco Stalin y con Mojo. Entre los tres enhebran una serie de discursos absurdos más propios de los efectos del micropunto que de la merca. Entre otras cosas recuerdan un corto que filmaron hace un tiempo en La Fundición. Vestidos de granaderos, me entero. Miro al Gordo, no se si es la droga o qué pero el tipo parece envuelto en un halo de borracha genialidad. Indudablemente tiene un talento extraordinario para ponerle música a las palabras. Lo noto cuando habla. Sospecho que un día va a ser famoso.
Yo me quedo junto a Brady y Josema. Intensificamos solemnidades. Así nos pega. Hablamos de la muerte; un calor irresistiblemente hermoso en el centro del pecho que un día radiante nos vendrá a buscar. Del Indio; nos emociona hasta cantando Arroz con Leche. En la semana vamos a viajar a comprar las entradas para Obras. De Diego. Es indudablemente Dios. Un Dios muy nuestro. Después del episodio de Caballito, más.
Bangui vuelve a la parrilla. Con un palo de escoba aviva las brasas. La carne esta negra. Casi carbonizada. Devuelve un olor acre que se mezcla con el de la química en nuestras narices. Todos nos acercamos a ver esa poderosa imagen que nos provee el asado desintegrandose entre el fuego. Parecemos diez personas ante la pantalla de un cine. Detrás nuestro la luna llena parece una inmaculada roca de mandanga, iluminándonos. No nos sería dificultoso imaginarnos a Pepeu subiendo a una escalera para rasparla con una yilet.
Bangui exalta tanto el poder de las brasas que estas trepan a la parrilla y envuelven en llamas los chorizos y al asado.
Vuelvo adentro para ver si Pepeu sigue peinando boas. Ahí está con la cara oculta por la lluvia de su pelo ensortijado dibujando con pulso cada vez más difuso a la vez que conversa con Brady.
-La bandera inglesa, me dice intentado, describir la cantidad de rayas cruzadas que peinó sobre el plato.
-Es manijera la hija de puta, dice. Toma y arrastra el plato sobre la mesa hasta donde estoy yo.
Recién después de tomar me percato de que Martín, Satoque y el Cabezón están entusiasmadisimos con la tele mirando un dibujo animado en el canal local.
-Que miran, les pregunto intrigado puesto que todavía no es moda que los grandes miren programas de chicos.
-Los Simpson, responde Martín. Por primera vez escucho ese nombre. Me siento al lado de ellos y me pongo a ver los Simpson.
El nenito rubio – Bart dice el Cabezón, esta reloco mira como tiene los ojos- esta pisando uvas. Trato de meterme en la trama. Lo han llevado engañado a Albania y allí lo están explotando. El gobierno comunista albanés hace que trabaje incansablemente para sus propios intereses. Me llama la atención el guiño político inalcanzable para los chicos a los que supuse esta destinado.
-Che este dibujito es para grandes, le digo.
-Sí, está buenisimo dicen a coro.
Homero viaja a Albania a rescatar a su hijo. Vuelvo a la mesa con Pepeu. Han vuelto todos del patio. Del wisqui ya no queda nada. Josema saca una caja de vino de la heladera. Algo le queda.
El Gordo le pregunta a Josema por Ramona. Como fue. Creo que busca la trama para un cuento. Josema lo sabe, por eso se esmera en que su relato sea literario. Agrega cosas que no existieron o que el sencillamente supone. Sobre el aparador de la cocina vi un pequeño volumen de “El color que cayó del cielo”. Pero sus palabras no parecen estar influidas por Lovecraf más bien por Olmedo. Parecen Alvarez y Borges, cómicos que fingen seriedad. Así comentan el suicidio de Ramona. De vez en cuando se les escapa la convulsión de una risa gruesa y cavernosa.
Josema termina su relato en la puerta de la habitación de Ramona. Solo desde ahí se atrevió el Gordo a contemplar el escenario donde se desarrolló lo que previamente le venía contando Josema.
Vuelven sino corriendo casi, con los pasos muy apresurados.
Han escuchado un ruido muy raro en la habitación vacía. Las dendritas del cerebro hiperactivas los conduce a una inevitable paranoia.
Martín y los demás que estaban viendo los Simpon se levantan enseguida del sillón. Yo le aviso a los que estaban en la puerta del patio y todos nos arracimamos en la cocina. Sin atrevernos a cruzar el living y a salir a la calle.
-Nos tomamos la última y nos vamos a lo de Elsa, dice Pepeu; y traza una líneas desprolijas sobre el mármol de la mesada. La oleada de sugestión, su efecto dominó nos moviliza a todos.
Del modo de un pelotón agachamos la cabeza en la mesada y cruzamos corriendo el living. De a uno.
Esperamos que Josema cierre con llave.
Atrás ha quedado un asado en llamas y el anuncio de un espiritu burlón.
Delante, una noche de piedra.
En la calle Pepeu junta los billetes que le vamos dando, lo cuenta a la luz de los faroles mientras cruza la calle.
Paramos en la esquina del Comu a volcar un poco más sobre el documento, Brady le dice al Gordo que peine una más.
-La muerta viene con nosotros.

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