28.8.09

Bien Debute


Para Omar González, que se me está aguardando
para debutar, allá, en los quecos celestiales.



Nunca nos imaginamos, que digo un año antes, meses antes que nos íbamos a encontrar de forma tan abrupta con esta instancia trascendental de nuestras vidas. Ni Omar, ni yo ni como ninguno de nuestros amigos. Ni en la intensidad de las más tórridas pajas habíamos pensado en debutar tan pronto.
Es más, no hacía mucho, reunidos en la Plaza de la estación Hernán había abierto una especie de vaticinio que se mezclaba un poco con algo de verdadera planificación, como si un oráculo de moral superior le hubiese revelado cual era la edad perfecta para como decían convertirse en hombres.
-Yo a los veinte- dijo con una firmeza tal que nos obligó a todos, a proponernos también una meta.
Ninguno como Hernán tenía esa certeza. Lo único que teníamos claro era que con catorce que teníamos todavía nos quedaba un trecho de varios años para debutar en las ligas mayores del sexo. Alguno dijo a los 17, y la mayoría a los 18.
Por eso digo que esa tarde, como cuadra a toda tarde inolvidable, nos tomó por sorpresa.
Habíamos viajado a Buenos Aires en plan de erráticos paseantes, sin otro objetivo claro que el de aprovechar un día de vacaciones, recorriendo el centro, comer en un Pumper e ir un rato al Ital Park. El tour normal de cualquier pibe de provincia en esa época mientras visitaba la Capital.
Ahora estamos con mi amigo Omar a punto de ingresar a una vieja casa de la calle Sarmiento. Un ascensor muy antiguo nos eleva entre las entrañas del edificio. A los dos nos recorre un cosquilleo incomunicable en el centro de la pelvis. Un vértigo que nos enmudece.
Si me preguntan como empezó la cosa debo decirles con sinceridad que no lo sé. Solo acude a mi mente la imagen de nuestras cuatro cabezas leyendo los avisos clasificados del diario Crónica recién comprado en un puesto de revistas de la calle Corrientes.
Con Gustavo, Alejandro y Omar realizábamos conjeturas acerca de cual de las direcciones que daba el diario quedaría más cerca de donde estabamos parados. Pero el verdadero problema era que ni siquiera sabíamos donde estabamos parados.
Gustavo reparó en que sobre la calle Sarmiento había por lo menos seis. Nos detuvimos en una esquina y preguntamos a un florista por donde debíamos tomar. Allá nos dirigimos. Alejandro preguntó si antes íbamos a comer algo. Pero nadie le contestó. Comenzó una búsqueda que se hizo a cada minuto transcurrido, más y más frenética. La historia se repetía de modo similar en cada uno de los porteros eléctricos donde comenzábamos a entablar un diálogo.
-Venimos por las chicas.
-Cuantos años tienen?
-14 y algunos 15.
- Son menores no pueden entrar.
Y cortaban sin darnos más explicaciones. Y el sol de las tres de la tarde reverberando en el cemento de la gran ciudad, más que agobiarnos nos volvió embravecidos y obsecados.

Un tipo detrás de un mostrador nos dio dos fichas azules, una para Omar y otra para mí, nos dijo que siguiéramos caminando por el pasillo. Un amplio pasillo con olor a humedad y varias puertas a los costados. Omar comenzó a silbar, no se si nervioso o canchero. Creo que las dos cosas juntas. A mi el cosquilleo en la pelvis se me transformó en acelerado bombeo del corazón.

Gustavo era el más enojado por el hecho de que no nos dejaran entrar a ningún lado, puteaba en todos los idiomas, más por su condición de adolescente termocefálico que por verdaderas ganas de ver y sentir el cuerpo de una mujer desnuda. No podía admitir que nos cerraran todas las puertas en la cara. Acaso mi plata no vale, bravuconeaba contra las paredes. Omar y Alejandro iban más tranquilos creo que tenían una enorme fe en que de un momento a otro la voz desfigurada del portero nos diga, pasen.
Yo, si bien, era el más desahuciado; ya tenía la triste experiencia de haberme quedado varias veces afuera del cine cuando daban alguna condicionada, -todo por portar un rostro demasiado infantil sin la más mínima sombra de bigote, mientras angustiado veía como casi todos mis amigos pasaban- en el fondo de mi alma sabía que aquella tarde tenía el porte, la contextura de una tarde inolvidable.

-Para cogerse esa concha hay que tener una pija de acero. Fueron las primeras palabras que escuche no bien terminamos el recorrido del pasillo e ingresamos al salón principal allí donde efectivamente se encontrarían las chicas. Había salido de la boca fruncida de un viejo desdentado que con la cabeza casi metida dentro de la pantalla miraba un televisor donde se proyectaba una película porno. Era el único habitante del lugar.
Creo que las palabras del viejo, la gracia que me causaron me distendieron un poco. Omar estaba parado atrás mio y no veía que hacía pero intuí que seguramente se estaba preguntando donde estaban las minas. En pocos segundos una mujer, muy linda, calzada en unos diminutos short rojos hizo su aparición por una de las puertas nos dijo que nos pongamos cómodos y que nos sentemos, que enseguida venían las chicas. La misma mujer, yendo y viniendo de un pequeño barcito de cañas nos trajo dos vasos de güisqui, pero llenos hasta la mitad de gaseosa de naranja. Omar me miró preguntándome si debíamos tomar. Yo a modo de respuesta me acerque a la mesita ratona donde se depositaban los graciosos vasos y sorbí un trago mínimo que ni llego al estómago intentando estudiar con las papilas el contenido del mismo. Era solo gaseosa tibia. Nos quedamos callados, creo que los dos pensando en lo mismo, como sería la chica que nos tocaría en cuestión. Omar seguro la imaginaría con unas tetas enormes, como las de Yuyito. Fue el él, que se quedó con la Playboy que entre todos habíamos comprado y que tenia a la fabulosa hembra rubia en la tapa, por lo que creí estaría obsesionado con ella. Yo en cambio diseñaba en la mente un puzzle femenino, tetas italianas, culo brasileño y concha sueca, así de complicado.

Cuando Omar poniendo la voz más ronca que nunca para aparentar más edad de la que tenía, con la oreja pegada al audífono del portero recibió la enésima negativa por parte de los que regenteaban estos lugares. Casi que nos dimos por vencidos. Gustavo y Alejandro nos conminaban encaminarnos a una sala de videojuegos que vimos en Corrientes. Omar y yo los seguimos unos pasos hasta que, figura inconfundiblemente arltiana, apareció Porro, así se presentó el tipo, nos dio la mano a cada uno y con el automatismo clásico que tienen los hombres de su profesión, pasó a enumerarnos los servicios con los que contaba la casa para la cual trabajaba y seguidamente las tarifas.
El nombre del tipo ya me había intimidado un poco. Porro, droga me dije. Este tipo nos quiere vender falopa. Mejor que nos vayamos a la mierda. Pero en pocos segundos descubrí la voz cordial y cansada de Porro. Lo miré a los ojos y me di cuenta de que el pobre hombre solo estaba haciendo su laburo. Nada más que eso.
Escuchamos con atención:
-Con participación bucal 15, con participación anal 25, con franeleo 20. Y sino 10, a lo gaucho –acotó.
Omar ,tartamudeando un poco, le preguntó como era a lo gaucho. En realidad, dada nuestra total inexperiencia en estos lances le tendría que haber preguntado por todo, que significaba participación bucal (¿no parecía un término referente a la imposiblemente erótica odontología?) participación anal (cierto terror, puesto que no estaba muy en claro el culo de quién participaba) y el sugestivo franeleo (¿sería como ponerse de novio con la chica y hacerse mimos?), en que consistían todos esos conceptos nuevos aplicados al comercio sexual?
A lo gaucho, dijo con naturalidad Porro como si no necesitara más explicación: te subis, la ponés y te bajas.
Si bien en nuestra cabeza ya se iban prefigurando con mucha rapidez los nuevos concepto aprendidos con el maestro Porro que no eran, en definitiva tan difíciles de interpretar, optamos por una cuestión meramente económica por el mentado “a lo gaucho” y Porro recogió, en plena calle, el billete de diez de mis manos y de la de Omar. Con sorpresa me di cuenta que Gustavo y Alejandro se encaminaban hacía la esquina donde se emplazaba un local gigantesco de Frávega. Los esperamos acá gritaron desde lejos.
Me sorprendió Alejandro, el precoz Alejandro que siendo mi compañero en el jardín de infantes un día me preguntó:
Sabes por qué tienen tetas las mujeres.
-No, le respondí con la transparente inocencia de un querube de 5 años.
Para que se las llenen de dulce de leche y los hombres se las chupen.
El alto juerguista infantil, el enfant terrible de sala verde me estaba aflojando justo ahora a la hora de los bifes. Después cuando volviamos, a modo de excusa, creíble por cierto, me dijo que en ningún momento le gustó la cara de Porro.

Al fin aparecieron las chicas. Una sola. Morocha, pelo largo enrulado, caderas amplias. ¿Debo decir joven? No, para nosotros en ese momento, alguien de veintitrés era una mujer, no digo grande, pero si que un abismo nos separaba. Se sentó al lado mío. Dejando una silla libre en el medio. Me saludó muy tímidamente, no digo con vergüenza, sino con real timidez. Tenía una malla enteriza blanca y sus piernas color mate se cruzaron, esperando.
Miré de reojo a Omar. Vi que liquidaba lo que quedaba del vaso. Mi cuerpo estaba en llamas. Contuve la respiración e inconcientemente convoqué a todos los dioses de la serenidad.
Uno puede intentar ser canchero o piola muchas veces en la vida pero creo que tres veces como máximo salen bien. Una de esas veces la gasté en ese momento, acercándome a la chica y apoyandole mi mano en uno de sus muslos le dije:vamos.
Extraordinario capo! Escuche que exclamaba alguien dentro mio.
Por un instante me sentí un avezado frecuentador de ámbitos prostibularios, alguien con una cancha suprema para tratar a las minas. Envalentonado con esta salida, la lleve por el pasillo que conducía a las habitaciones con mi mano derecha apoyada sobre su nalgas mientras le preguntaba de donde era.
-De Paraguay- me respondió con una voz muy suave.
Fueron las únicas expresiones de su garganta que le escuche en toda la tarde, además de los consabidos gemidos de rigor que iba a proferir unos minutos después.

Estamos en el tren de vuelta, como no podía ser de otro modo Omar y yo en un asiento, y los timoratos Gustavo y Alejandro en el de enfrente mirándonos como a dos bichos raros. Se que Gustavo, en un lenguaje técnico extraído de algún libro especializado en adolescentes que debería haber hojeado en la biblioteca de su madre, piensa, nos mira a Omar y a mí y piensa: “han tenido su primera experiencia sexual ,se han convertido en adultos”.
Nosotros vamos en otro planeta. La sonrisa es imborrable de nuestra cara. La relajación de nuestros músculos nos da un aplomo tal que nos creemos dueños del mundo. Omar hemos alcanzado la felicidad suprema, tengo ganas de decirle, mientras largo una voluta interminable de humo de habano. Pero todavía no fumo, nadie fuma. Debe haber llegado el tiempo ya.
En un instante nuestros músculos se desmoronan por completo. Omar y yo yacemos como dos borrachos perdidos… de mujer.

La habitación es amplia. Muy amplia. Y muy antigua. Una ventana apenas entornada deja ver las cornisas de los edificios de enfrente. Esto lo asimilará mi cerebro mucho después, por ahora, todo es de la dulce paraguaya. Ya se ha desnudado y colabora en sacarme la camisa y los pantalones.
No, todavía no, todavía el mundo no conoce los motivos por los que murió Rock Hudson, recién los sabrá el año entrante. Justo un año después comenzará el pánico y la paranoia del hiv. Así que mi pequeño miembro entra desnudo, en la tibia carne guaraní. Siento toda su piel pegarse a mi cuerpo. Y esa sensación es única e irrepetible. Después se transforma casi en un mero trámite burocrático de los cuerpos. El final, el estremecimiento final, seco, aún sin semen.

No bien salimos entramos a un cine a ver “Héroes”. Saben los que fue ver el gol de Diego a los ingleses en una pantalla de 12 metros por 5 como si se te volcara todo el estadio Azteca sobre los ojos.

No bien pisamos Mercedes, en realidad la 29 y 10 o la 29 y 12. Los parlantes que ponía el municipio en esos años estaban pasando “Bailando en la vereda” de Raúl Porchetto. Yo hubiera preferido otra canción, pero dejemonos de tontería es esta la que quedará por siempre en la memoria de mis días y en los tuyos Omar, en los que viviste viejo amigo.

PD para Omar: Si, Omar ya se que lo de la canción de Porchetto es una boludez, que lo verdaderamente grave es otra cosa, se con creces que en estos tiempos esta muy devaluado confesar que uno debuto con una puta. Que no es cool y que causa bastante rechazo sobre todo entre los más jóvenes. Si, hubiera sido mejor contar que la primera vez fue con nuestra noviecita de entonces, en un chalet de Pinamar cuando sus padres habían salido a jugar al golf. Decir, entre otra gansadas, que la inexperiencia puso sus vallas pero el amor que junto nos profesabamos pudo más y todas esas idioteces. Saldriamos mejor parados y solo me costaría un poco más de laburo de la imaginación. Pero es la suerte que nos tocó querido hermano, ¿que ahora desde que te mudaste al cielo te hiciste cheto, boludo? te puedo asegurar que no me arrepiento para nada y se que vos en el fondo, aunque desde que el Señor de puso de 8 en el equipo de las nubes estás tratando de cuidar tu imagen, tampoco te arrepentis .Chau, te extraño, ronco puto.

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