30.3.10

CIELOS DESPENDEJADOS ( del volumen virtual "¿Has visto tu a Rosa Pantopón?")


Le dije a Hughes que mañana le pagaría el resto, luego le pedí la navaja, la introduje y destrocé de un golpe el dosificador de la botella. Bebí un trago enorme como para matar el paludismo.

Hughes eran un gran muchacho. Siempre solía sacarme de apuros en ocasiones límites. Y la de esta noche lo era. En realidad en los últimos años todas las malditas noches lo eran, santo cielo.

Me despedí de Hughes y salí del drugstore con la botella de wiskey tomada del gollete. Los chicos esperaban sentados en la acera. Si no fuera por la ropa limpia o más o menos limpia que llevaban cualquiera los hubiera tomado por unos malditos pordioseros esperando que algún alma caritativa les arroje un centavo.

-Ey no les parece que ya bebieron demasiado por hoy- nos gritó Al desde la otra puerta del drugstore.

- Vete a tomar por culo Al- le grité. El tono no era amistoso.

Antes de subir al coche destapé la botella, sorbí un tragó y traté de alcanzar el cuerpo de Al con un escupitajo.

Al se giró hacía el otro lado y el escupitajo de wiskey dio en la pared.

Arriba del Sedan de Christian atronaba el primer disco de Smashing Pumpkins. Eran buenos esos malditos mamones. Sí que lo eran. Fue una pena que terminaran volviéndose locos chutándose caballo. Ni siquiera podían sostener la guitarra en sus brazos. Se meaban y se cagaban sobre sus pantalones. Bueno pero no debemos lamentarnos, hay finales peores se los puedo asegurar.

Empiné la botella y dejé que mis oídos se llenaran con el sonido de la batería. Christian puso en marcha el Sedan y comenzamos a salirnos de la ciudad. En la butaca de adelante iba sentado Fat Matt, poeta y camello, más dedicado a esto último que a lo primero, pero un buen poeta al fin, un tipo de los nuestros, capaz de emocionarte contando como Will Safransky se convirtió en hombre el día que la sierra de carnicero de su padre le llevó los cinco dedos de la mano derecha.

Christian tomó por Sunset Boulevard. Pisó fuerte el acelerador como si estuviera pisoteando la cabeza una gigantesca rata. Fat Matt gritó más fuerte que el maldito Billy Corgan cuando sintió que el motor del coche respondía a lo que Christian le ordenaba.

-Vamos Christian ponlo a toda pastilla. Quiero que nos demos contra un muro. Quiero que estrellemos nuestras cabezas contra un muro. No podemos fallar esta noche, ya tenemos sellado nuestro boleto al tártaro.

Las carcajadas de Fat Matt eran una oscura oda a la locura. Una locura deseosa y vibrante transponiendo todas las miserias del mundo. Daba gusto escucharlo gritar a Fat Matt. Daba gusto saber que un viejo compañero de la escuela primaria estaba dando una lucha sin cuartel en favor de todas las libertades posibles. Me recosté sobre la butaca del coche y empiné la botella. Otro lingotazo como para matar el paludismo.

-Ey deja algo para mí. No seas glotón.

Desconocí la voz que me hablaba casi al oído del otro lado del coche. Le pase la botella sin mirar. Sentí el roce de una mano de mujer.

-Oye Christian pensé que solo éramos tres.

-Te equivocas . Tenemos con nosotros a la poeta más linda de todos los Estados Unidos. Con ustedes Garnacha alias la Tragaleche.

- Con una dama todo será distinto, dije.

Garnacha tenía la botella clavada entre sus labios como un biberón. Observé como corría el wiskey por los costados de sus comisuras. Otro trago para matar el paludismo, pensé.

Me acerqué para besarla. O para morderla.

Me miró con ojos de niña afligida.

-Quiero pipí, dijo.

-Oye Christian, detente nuestra dama necesita urgente de un vater.

- Quiero pipí, volvió a repetir.

Christian aceleró sobre una calle lateral al boulevard. De un garito vi como salian espantados unos cuantos chulos.

-No me detendré, en todo caso, tengo pañales en el baúl. Deja que Garnacha se vierta sobre si misma, está tan ebria que ni lo va a notar.

Nuestra tía debe haber fruncido su esfínter porque no volvió a repetirnos sus deseos de mear.

Pasé la botella hacía adelante. Comenzamos a salir de la ciudad. El paisaje urbano se fue convirtiendo en grandes ranchos de fin de semana enclavados sobre campos de césped recién segado.

Volví a mirar a Garnacha. Parecía absorta en algún maldito pensamiento. Que podría estar pensando la zorra a estás horas de la madrugada. Que de interesante. Seguramente estaba pensando en llevarse una gran polla a sus labios para mascarla con dedicación. Las luces de la carretera entraban por la ventanilla cada vez que pasábamos bajo una de ellas y podía ver el rostro de Garnacha bañado de una débil luz iluminarse. Era guapa Garny. Eso pensé.

Me gustaba escarbar en la belleza oculta de Garny como quién revuelve entre los escombros de una gran mansión buscando los restos de una grifería de oro.

Si realizáramos un encuesta Garny sería considerada una tía fea. Bueno a mi me gustaba contrariar esa estadística.

A Fat Matt el ritmo menos endemoniado de los ranchos de fin de semana en contraste con la ciudad lo había apaciguado un poco. Ya no le pedía a Christian que ponga el coche a toda pastilla y que se de contra un muro. Había cesado por un momento sus desbordes suicidas. Escuché que le contaba a Christian que estaba terminando una serie de poemas dedicados al vino que había comenzado hace uno meses cuando viajó con Charlatán a Perú. Miré a Garnacha. Yo mismo la había bautizado de ese modo en homenaje a un excelente vino español que bebimos de forma casual en una taberna de Sunset hacía ya unos años.

Garnacha me sonó a fricción sexual. A cielos despendejados.

No fuimos alejando hasta quedar en medio de unos inmensos sembradíos.Lino, soja, girasol?

-Pregúntaselo a esos putos granjeros, me respondió Fat Matt.

El Sedán de Christian perdió fuerza.

Maldición otra vez el embrague.

Nos detuvimos en medio de la carretera. Comencé a hacerme la idea de que nos quedaríamos a vivir allí. Es imposible que cuatro poetas solucionen el problema mecánico de un coche. Sé que hemos nacido para otro tipo de follones.

Miré a la luz de la noche cuanto quedaba en el botellón. Menos de la mitad. Otro trago para matar el paludismo y otro para Garny.

Aproveché que Fat Matt ayudaba a Christian a reparar el coche para llevar a Garny a la parte posterior del coche y meterle un poco de mano.

Mientras posaba mis manos en sus pequeñitas tetas le pregunté si todavía conservaba mi volumen completo de Blake.

- Oh ese maldito monje inglés.No recuerdo bien, dijo, creo que lo canjeé por un chute de perico a un gilipollas advenedizo a la religión de Jim Morrison.

Hundió su lengua dentro de mi boca. Intenté retroceder. Nadie quería que la mayor mamona de todos los tiempos le meta su lengua en la boca.

Todos se estremecían de espanto ante la posibilidad real que un resabio a semen reseco inunde su boca. Por algo a Garny también la llaman la Tragaleche.

No llegué a dar el paso hacía atrás que la hubiera dejado aleteando con su pico en el aire. Hundí yo también mi lengua en la suya. Después de todo eramos poetas. Fieros poetas en lucha desigual con el puto mundo. Que podía importarme los prejuicios de esos malditos maricas que no se atrevían a besar a Garny, a la soberbia Tragaleche.

Sentí que lo hacía con ternura. Que ella lo hacía con ternura. Que sus labios se volvían tiernos y blandos en mi boca. La aparte de mí. No quería sentir otra vez ese besugo viscoso revolverse en mi corazón.

Nos sentamos sobre la tapa del baúl y bebimos casi todo el wiskey que quedaba en la botella.

-Eres hermoso, dijo-

-Tú también lo eres, le respondí.

Pese a la borrachera tremenda que estaba cogiendo sentí que las palabras de Garny comenzaron a llenarme de sangre el capullo de mi chisme.

Comencé a desabrocharme el cierre del pantalón. Garny me miraba un tanto ausente. Jamás me la había tirado. Sospeché que ella se arrojaría como un ternero mamón hacía mi chisme. Pero no era así como funcionaba. Se recostó del todo sobre el baúl y comenzó a recitar algo de Gerard de Nerval. Yo la escuchaba mientras cascaba mi chisme contra mi mano para endurecerla del todo.

La voz de Garny sonaba demasiado infantil para lo que estaba diciendo. Me recosté sobre el baúl yo también y comencé lentamente a manipularla de la nuca para que baje hasta mi polla. En eso aparecieron Fat Matt y Christian. Tenían las manos engrasadas y pedían por todos los infiernos que le pasáramos la botella de wiskey. Parecemos dos malditos mecánicos.

Mi corazón dio un respingó idiota y socialista.

-Garny cabría la posibilidad de que nos la mames a los tres.

Desconocí mi propia voz. Garnacha nos miró a los tres como si nos estuviera tomando la media de algo. Yo ya tenía mi chisme en la mano, ofreciéndoselo.

Nuestra chica no dijo nada y se quedó mirándonos a los tres.

Christian sorprendido me miró y le hice señas para que saque su polla. Fat Matt ya lo había comprendido. Garny se acercó y se acuclilló entre nosotros. El aire fresco del campo se metió de llenó en mis pulmones. Garny abrió su tremenda boca y vaciló un instante. Sospecho que pensó cual de los tres llevaría primero a su boca. Una decisión fatal que Garny no quiso tener. No esa noche. Volvimos nuestros chismes dentro de nuestros pantalones y subimos al coche.

El sol quería comenzar a asomar por detrás de las enormes alamedas.

Garny nos dijo que nos desviemos de la carretera hacia la derecha. Christian bajó con el coche por una senda inhóspita.

Iré por un poco de merca, dijo Garny.

Descendió del auto y me pidió que la acompañe. Christian y Fat Matt quedaron aguardando dentro del coche. Los dos se estarían preguntando como yo a que maldito lugar de dirigía Garnacha por perico.

El sol daba en mi cara distorsionada por los repetidos lingotazos de wiskey. Garny me tomó de la mano y comenzamos atravesar alto pastizales, mariposas de colores nos circundaban con su vuelo estúpido.

Llegamos al lugar.Ella golpeó las manos y nos quedamos esperando a la puerta de una gran cabaña de troncos de haya. Mi cuerpo quiso sentir algo de temor. Pero solo fue un segundo. Un poeta no teme a nada.

Jamás me había sucedido de ir por perico a un lugar tan extraño. Me imaginé a un granjero con su regadera darnos en la mano un par de gramos. Garny volvió a golpear. Pero nadie salió.

Volvimos al auto. Fat Matt respiró aliviado a ver que volviamos con las manos vacía desde la cueva del perico.

-Hubiese comenzado otra noche y estoy demasiado fatigado para ello, dijo.

Creo que los cuatro nos sentimos tranquilos de no haber conseguido merca. Era una madrugada hermosa para ver agonizar con tranquilidad a los peces en el alcohol de nuestra sangre.

Christian puso Ummagumma en el coche y seguimos camino.

Que disco tan extraño, Santo Dios. El sol de Ummagumma debería ser como esta visión deformada por el wiskey y el principio de la luz.

-Muy cerca de aquí hay un enorme depósito de basura, dijo Fat Matt.

En pocos segundos estábamos ante fabulosas montañas de residuos. Intenté beber el último trago de la botella pero nada salió de ella. Ni la más miserable gota. Garny la tomó entre sus manos y la arrojó a la carretera. El silencio de la mañana se interrumpió con el seco bombazo de vidrio.

Descendimos del coche y comenzamos a acercarnos a las enormes planicies de basura. Las moscas nos revoloteaban alrededor. Su zumbido era el más poderoso zumbido de insectos que oí jamás.

Fat Matt ya esta en la cima de una de las laderas de basura revolviendo con un palo de metal toda la mugre que allí se alojaba.

Era extraño ver el modo en que convivían los desechos. Esqueletos rotos de camas de madera junto a cáscaras de naranjas. Botellas de jabón liquido junto a costillas de pollo. Muñecas sin cabeza junto a profilácticos utilizado hace solo unas noches atrás.

Nos sentimos dentro de un maldito museo del consumo. Garny esquivó un par de jeringuillas y unas botellas de leche y se arrojó hacía el piso. Allí la esperaba el mico de juguete. Una imponente marioneta que aún conservaba perfectamente su estado. Puedo imaginarme la escena de cuando la arrojaron a los desechos: un niño empecinado en hacer hablar a su mico, una madre histérica que no lo pudo soportar y por último un padre gilipollas sepultando al pobre mico en el cubo de basura.

Deformó su voz y comenzó a hacer hablar al mono de plástico. Los cuatro reimos ante el hallazgo de Garny.

Como era costumbre en Garny enseguida los bautizo con el nombre de un poeta que admiraba. Konstantino por Kavafis.

-Dime Mico bonito cual de todos nosotros es el peor de los poetas?

- Dime mono del culo? Dime maldito poeta griego puto como un sol, le dijo Fat Matt antes de que el mono pueda contestar a lo que le preguntaba Garny, Dime mono del culo? Puedes hacerme el favor de soplar mi polla.

Jugamos un largo rato con el mico. Tenía un fez turco en la cabeza y una chaquetilla de tela dorada. Garny lo hacía mover con verdadera gracia. Bajaba y subía de los pilones de basura recitando poemas, esta vez, de Yeats.

Nos cansamos de andar en la basura y nos recostamos en el piso contra las puertas del coche. De un momento a otro Garny dejaría de jugar con ese maldito chimpancé y vendría hasta el coche.

Fat Matt encendió tres cigarrillos y nos pasó uno a cada uno. Yo ya tenia uno en mis dedos así que fumaba de a dos a la vez.

Nos dejamos estar de espaldas al coche. La mañana era fresca y sentíamos como una leve brisa echaba aire fresco a nuestros cojones.

La voz de Garny haciendo hablar a Konstantino se hizo más cercana. Pensé en solicitarle nuevamente que mame nuestras pollas. Había mamado tantas a los largo de su todavía corta vida que no les costaría ningún esfuerzo llevarse de a uno nuestros chismes a la boca hasta dejarnos con esa sensación de ensueño que se siente cuando vez que han quitado de tus huevos todo ese volcánico líquido viscoso.

Advertimos que Garny trepaba por el techo del coche. Fat Matt dijo que se le estaba antojando que había sido una mala idea dejarla tanto tiempo con el mico. Va a creer que es su hijo. Un hijo encontrado en la basura.

Garny hizo danzar a Kavafis sobre el techo del coche. Ella también estaba montada sobre el techo.

Quédense en sus lugares que vamos a hacer pipí dijo.

Miré hacia arriba y vi el ojo del coño de Garny apuntando sobre nuestras cabezas. Una enorme raja revestida con una leve pelambre rubia. Con una mano sostenía los piolines de Konstantino y los hacía bailar sobre el hombro de Fat Matt.

Desde el ojo del coño de Garny, desde su enorme raja comenzó a brotar un maravilloso líquido color oro. Siempre llamó mi atención el fluir del orín desde el coño de una dama, su rebuscado fluir como si procediera de una manguera enredada. Ahora tenía una visión casi ginecológica para descifrar sus arcanos.

-Esténse quietos- sugirió Garny

- Alguna vez recibiste lluvia dorada- me preguntó Fat Matt

- No, le respondí

- Entonces relájate y goza

Garny nos regaba con su lluvia desde el techo del coche. Era quizás su modo de satisfacernos a los tres a la vez. Se que no se sentía del todo conforme al no haberse atrevido a sobarnos el instrumento a los tres juntos.

-La lluvia es algo que sucede en el pasado, amigo- recitó Fat Matt, en que ayer, en que patios de Cartago cae también esta lluvia.

- Es realmente bueno eso, Fat- le dije mientras Garny nos rociaba- de donde los has sacado?

- Un poeta ciego y emasculado.

Un grueso chorro recorrió el rostro de Christian. Me dijo que habíamos pasado una noche maravillosa.

-Ya lo creo- dije- Ya lo creo, amigo.

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