28.5.10

El regreso de Jeff (del volumen virtual "¿Has visto tu a Rosa Pantopón?"


LLamé a Jeff al Guanajuato House. Alguien gritó su nombre y después de unos segundos se puso al teléfono.


La voz de Jeff patinaba como una correa fuera de lugar.

-Tengo algo importante que contarte- le dije.

-¿Qué sucede cabrón quieres que te de una mano con alguna de tus chicas?

Jeff detuvo un instante su voz para luego proseguir.

-¿Ya no se te empalma? ¿Acaso no sabes que hallaron una píldora para ello? Claro, prefieres que sea tu viejo amigo quien cubra el hoyo a tus gatitas.

Desde este lado de la línea pude presentir el vaho a cerveza y a canutos que emanaba de su boca . Quedé tildado unos segundos. No sabía como comenzar. Siempre era difícil comenzar algo con Jeff.

-Mereces algo mejor, Jeff. Sé que los sabes. Quiero que dejes de ensuciarte los dedos con esa maldita mierda mexicana. Eso es lo que quiero, dije.

-Mi turno termina a la 2, dijo. Trae dinero. Iremos por unos tragos a lo de Jinks.

-Ponte cercano a la puerta. Pasaré por ti hermanito.

Allí estaba Jeff. Sin su uniforme del Guanajuato. Sin el ridículo sombrero mariachi posado en su cabeza. Tenía una sudadera negra y un gorro de los Celtics. No estaba tan borracho como se me ocurrió al escucharlo en el teléfono. Más bien se lo veía agobiado.Estreché su mano y pregunté como estaba.

-Tres años parado Marvin. Beber y beber cerveza. Una tras otra. Echarme en la tumbona y mirar series de televisión hasta quedar ciego. Eso hermanito. Un oficio devastador, te lo puedo asegurar. Sabes que aún es difícil para un hombre de color conseguir un trabajo serio en esta ciudad.

Sabía que el dinero recaudado en sus mejores temporadas se había ido evaporando en zorras y demás chaladas por el estilo.

-Lo sé Jeff. Sé lo que es para nosotros buscar trabajo en esta ciudad. Por eso te he venido a buscar.

Nos sentamos en el bar de Jinks. Había pocas personas. Los bebedores de siempre escanciaban ginebra con tónica mientras repasaban los resultados deportivos en el Daily Mirror. Me acerqué a Jinks y sin consultar a Jeff ordené zumo de naranja para los dos.

-Demonios! Has enloquecido Marvin. Desde cuando tú y yo bebemos zumo de frutas?

Jeff se quedó mirando la copa con el zumo.

-Oye Jeff quiero que me escuches bien, quiero que de una bendita vez vuelvas a jugar. Te contaré: mi padre, el viejo Charles es el nuevo presidente de los Camisas Blancas. Conozco el modo exacto de ubicarte dentro del equipo. Solo tienes volver a ponerte a punto. Debes confiar en lo que te estoy diciendo.

Jeff me miró con cara de psicópata.

-Vuelvo a preguntarte si has enloquecido Marvin- su voz era un surtidor de dolorosa ironía- No se si recuerdas que hace años que no juego. Cuatro años. Cinco casi. No se si recuerdas esa maldita torcedura de rodilla que me sacó de las canchas para siempre. Tú estabas allí Marvin. Tú estabas en New Jersey aquella maldita noche cuando salte con Little Robertson y ya no pude levantarme. Aún sueño con esos minutos interminables allá en el piso tomándome la rodilla, sintiendo como la maldita mamona se había corrido de su lugar.

Jeff arrugaba su rostro mientras hablaba. El recuerdo de aquella noche no era un buen punto de partida para empezar a convencerlo para que retorne al rectángulo. Seguro que no.

-Eres joven Jeff solo tienes 27 años.

-Que pretendes decirme?

-Con un buen tratamiento puedes recuperarte. Supongo que no has olvidado eso de lanzar el balón.

-No sé que intentas conmigo Marvin. No se que tramas en tu cabeza. Pero no me gusta nada. ¿Acaso, eres como el pastor Collins y sus fanáticos? ¿Crees de verdad, en la maldita resurrección de los muertos?

Las cosas comenzaban a ponerse realmente difíciles.

Pedí dos hamburguesas de queso. Afuera llovía. El agua crecía en los baches de las aceras. La iluminación de la marquesina de Jinks se reflejaba en los charcos y Jeff estaba a punto de levantarse y marcharse. Saqué el último naipe de la manga.

-Escucha Jeff, recuerdas a Rhonda?

Tardaba en contestarme. Bebía el zumo con lentitud y miraba por el ventanal como arreciaba el aguacero.

-Jeff te he preguntado si recuerdas a Rhonda?

-Claro. Compartimos los últimos años en el colegio. Buena chica. ¿Que fue de ella?

El rostro de Jeff cambió. Hincó sus dientes en la hamburguesa y me miró.

-No ha dado más que satisfacciones a la familia. Rhonda es el orgullo del viejo Charles. Obtuvo los mejores promedios en la universidad mientras estudiaba. Ahora reside en New Cork y dirige el área de traumatología del Hospital Central.

-Te dije que era una buena chica.

- Medical Prominent acaba de editar su segundo libro sobre lesiones deportivas. ¿Te dice algo eso Jeff?

Jeff se quedó callado esperando que yo trague mi bocado.

-Claro, Jeff, continué, ella será quién lleve a cabo tu recuperación. Veo que entiendes lo que digo, Jeff. En menos de una semana la tendremos acá. Trabajará exclusivamente para tí.

- Deja a tu hermana en paz. Déjala en su sitio. No la muevas con el ridículo fin de rescatar a un inválido.Estás definitivamente chalado Marvin.

-Tu lo estarías Jeff si no dejas esa maldita cueva de mexicanos y te vienes a entrenar y a ponerte bien con nosotros.

Nos cubrimos con mi piloto y cruzamos la calle. Jeff silbaba una vieja melodía del sur. Era su forma de decirme que abandonaría a los mexicanos. Hacía años que conocía a Jeff como para no darme cuenta de ello.

Dentro del coche preguntó por que razón renovaba mi apuesta por él.

-Acaso ya no hay nuevos valores en la universidad?

Eres el mejor lanzador que he visto en mi perra vida Jeff. Te parece poca cosa eso.

-No olvides a los croatas que trajo Liberman. Dijo solo para constituir una cota de malla que lo proteja del elogio. Aquello que llaman falsa modestia.

El, como yo, como todos lo que lo habían visto jugar sabíamos bien que era insuperable.

-No solo eso Jeff. No solo eres el mejor lanzador sino que eres capaz de echarte el equipo al hombro para llevarlo a la victoria. Recuerda que si el gallina de Desmond Hart no marra ese tiro en el final del encuentro con los Castores de Halifax ganabamos la liga.

- Ya es tarde Marvin.

-Te pondrás bien Jeff. Te lo prometo. Solo hace falta que pongas algo de ti.

- Escuchame Marvin, dijo mirandome a los ojos.- Rhonda se ha casado?.



Pasé toda la mañana ayudando a Joe a dejar el gimnasio limpio. Quería impactar a Jeff. Que se de cuenta que esto iba en serio. Yo mismo enceré las mancuernas y las pesas. Yo mismo arrojé la esencia de melón en el aromatizador. Pasé por la tienda y compré todo lo que hace falta en el refrigerador de un campeón. Cereales, leche, huevos, pescado.

Le presenté a Jeff la sala donde iba a iniciar su recuperación.

Jeff me miró asombrado.

-Deja ya esa maldita ratonera de Santa Mónica y vete a vivir aquí, le dije. Ya mismo puedes traer tus cosas. He arrendado un bonito apartamento en el piso de arriba para ti. Solo tienes que descansar y bajar las escaleras para ponerte a punto. No lo olvides Jeff. Los Camisas Blancas esperan por ti.

Lo dejé solo. Pensé que tendría que acomodar varias cosas en su cabeza. En ese caso la soledad del gimnasio lo iba a ayudar.

Rhonda arribó antes de lo esperado. De inmediato la llevé para que se encuentre con Jeff. Se abrazaron y bailaron al son de sus tacones mientras saltaban. Parecían dos niños. Luego tomaron distancia uno de otro y se observaron de arriba abajo.

-Parece que ya tenemos el pavo listo para las fiestas de Acción de gracias.

Jeff se tomo su vientre y rió.

-Llevo años de excesos, doctora. Por si eso fuera poco en los últimos meses me he hecho adicto al guacamole y a la cerveza dulce de Acapulco.

- Tu si que te encuentras bien Rhonda. Para ti no pasan los años.

-Te pondré a punto Jeff. Se que tienes un físico privilegiado. No tienes de que preocuparte. Solo tienes que confiar en mí . Ah y echar cuanto antes todo ese guacamole al cubo de la basura.

Me alegré al ver la reacción de ambos al reencontrarse. No recordaba que sean amigos. No recordaba a mi hermana Rhonda hablar de Jeff ni a Jeff hablar de Rhonda. Tenía un agujero en la memoria en cuanto a la relación que ambos sostuvieron.

Fuimos saliendo del gimnasio. Jeff pasó su brazo sobre el hombro de Rhonda.

-Yo también estoy orgulloso de tí Rhonda, dijo Jeff. Me place saber que una vieja compañera se ha convertido en una profesional de excelencia.

-Gracias Jeff. No miento cuando digo que daré todo de mí para que tu rodilla vuelva a ser la que era. Dentro de unos días viajaremos a New York. Quiero observarte bien. Seguro necesitas de una operación.

Jeff nos despidió en la puerta del gimnasio. Se quedó un rato mirando el cielo, los altos edificios que nos rodeaban y luego subió a su apartamento. Tuve la impresión de que en pocos días Jeff había cambiado casi por completo. Ya no parecía el tipo tocado, envuelto en un follón de vicios que pase a buscar por la puerta del Guanajuato hace una semana. Sus ojos se habían vuelto a acomodar en sus órbitas y su boca no emitía permanentes improperios a las circunstancias que imponía el mundo.

Estabamos formando un buen equipo de trabajo. Esa noche mientras miraba los play off por la tv no dejé de imaginarme a Jeff encestar una y otra vez. Una y otra vez. Desde el flanco derecho, desde el flanco izquierdo. Tantas como fuera necesario para coronarnos campeones de la Liga.

La operación de Jeff fue exitosa. Rhonda se mantuvo noche y día a su lado supervisándolo todo. El viejo Charles voló conmigo hasta New York para verlo. No me costó mucho convencer a mi padre para ir a visitar a Jeff. El también como yo tenía enormes esperanzas con el regreso de Jeff. Sabía que clase de jugador estabamos ayudando a recuperar. Sabía que Jeff era un muchacho tocado por la vara de Dios, el cual lo había dotado de un talento especial para embocar el balón en una canasta las veces que quiera. A ciegas si quería, como lo hacía en los aniversarios del club mientras a su alrededor levantaban apuestas. Con mi padre coincidimos en que Jeff no solo era un gran lanzador, sino que tenía la capacidad de convertirse en el espíritu del equipo, de motivar a sus compañeros de tal modo, que hasta mediocres jugadores lograban brillar a su lado.

Ingresamos a la habitación. Rhonda sostenía sus manos y mostraba a Jeff una cinta de la operación donde se veía de que modo la base de la rótula había vuelto a su lugar.

Jeff se sorprendió al ver a mi padre en el Hospital. Se que en la cabeza de Jeff, el viejo Charles representaba muchas cosas. Todas emparentadas a nuestra infancia. Cuando nuestros padres lideraban a los Black Panters del Norte y se reunian en los horrendos edificios de los empleados de comercio de Minessota.

Mientras ellos debatian sus cuestiones, a veces en discusiones acaloradas con los demás miembros de la organización, con Jeff nos escapabamos para jugar básquetbol con los chicos que vivian en las torres del edificio. Lanzabamos por dinero. Al cabo de unas horas Jeff terminaba con los bolsillos de su pantalón repletos de monedas. Yo le ayudaba a guardar las monedas que no entraban en sus bolsillos. Antes de retirarnos Jeff devolvía todas las monedas ganadas. Las encerraba en su puño. Apuntaba al cielo gris de Minessotta y las arrojaba para que cada cual, expuesto primero a una lluvia metálica y a una busqueda exploratoria por el piso después recupere lo que había perdido. Nunca le pregunté si temía que su padre lo reprenda por sacarle el dinero a los chicos del edificio o surgia de el mismo, del interior de Jeff, devolver los que con tanta facilidad había ganado.

-He traido algo para ti Jeff- dijo mi padre y saco del interior de su saco una chaquetilla reluciente de los Camisas Blancas. La sostuvo en sus dedos y dejó que Jeff miré su nombre estampado en azul en el revés de la chaquetilla.

-La he hecho confeccionar con el número 14. Mi número de la suerte. Que te parece Jeff?

-Lo que tu digas siempre estará bien viejo Charles dijo Jeff. No en vano mi padre confió en tí la dirección de los Panteras Negras antes de que lo cojan, antes de que muera dentro de esa maldita cárcel apaleado por los guardias blancos. Se que en el fondo sigues siendo aquel viejo dirigente juvenil luchando por dignificar a los hombres de nuestra raza.

Mi padre dejó caer una lágrima y se estrecho contra el cuerpo acostado de Jeff.

En el viaje de vuelta Jeff se sentó con Rhonda detrás nuestro.

Hicieron un verdadero relevamiento de sus viejos compañeros de escuela.

- John Mancini?- preguntó Rhonda.

- Marine respondió Jeff.

- Mira lo que ha sido de mi primer novio, rió Rhonda.

- Sylvia Cole? ahora el que pregunto fue Jeff

- Tiene una granja de conejos más allá de Old Garden.

Se pusieron serios cuando hablaron de Aaron Bleish, el pobre se había suicidado hacía menos de un año no bien descubrieron hiv en su sangre.

Se quedaron un momento callados pensando quizá en que dirian de ellos sus viejos compañeros. Tuve miedo que Jeff piense que sus viejos compañeros de colegio solo piensen de él que era un rotundo fracasado. Por suerte Rhonda volvió a hablar. Desde ese momento hasta el final del viaje estuvo presentandole a Jeff el modo en que trabajarian para que pueda volver cuanto antes a la cancha.

Primero harían un trabajo de musculación, explicó Rhonda. Debemos tonificar todos tus músculos para que vuelvas a sentirte fuerte y vuelvas a adquirir confianza en tu cuerpo Jeff. Luego pasaremos a labores de potencia. Vamos a exigirle a todo tu cuerpo que alcance lentamente todo su valor.

No podía observar la cara de Jeff desde donde me encontaba sentado pero podía imaginar sus ojos entornados asintiendo a cada una de las cosas que le decía Rhonda.

Cuando estés listo te pondras a lanzar balones como tu sabes Jeff.

Con mi padre no sorprendimos del substancioso y elegante tono psicologico con que Rhonda dirigia sus frases a Jeff. Como si lo suyo no solo fuera una tarea meramente técnica sino que además la complementaba con todo un sustento emocional.

-Una chica muy completa, me dijo mi padre.

-Lo mejor que le pudo suceder a Jeff.

Diariamente daba una vuelta por el gimnasio para observar la evolución de Jeff. Me quedaba horas viendolo correr alrededor de la cancha junto a Rhonda mientras atendía el teléfono de mi despacho para rechazar o aceptar nuevos sponsors. Era ella la que se iba a encargar de todo lo que tenga que ver con Jeff. El día en que salí a contratar un preparador físico Rhonda dijo que no hacía falta, ella misma estaba capacitada para hacerlo. Me costaba creer que esa chica fría, bien dispuesta solamente para los libros y para el estudio pusiera tanto amor y tanto empeño en el proceso de recuperación de un gran jugador caído en desgracia.

A medida que pasaban los día iba de modo más espaciado al gimnasio. En un principio temí que Jeff se escapará a tomar cerveza o a fumar canutos con sus amigos de Santa Mónica. Que intente holgazanear o que se dedique exclusivamente a seducir a Rhonda con la iniciativa procaz que yo conocía tenía Jeff para con las mujeres. Pero nada de eso ocurrió. En manos de Rhonda, Jeff encontraba todo lo que necesitaba. Se sentía a sus anchas y parecía que de un momento a otro había vuelto a colocarse el halo iridiscente que nimba a las grandes estrellas.

Cuando la prensa local se enteró que Jeff practicaba para retornar a las canchas con la chaquetilla de los Camisas Blancas no tardó en presentarse con sus cámaras. Fui yo quien concertó la entrevista. Antes pasaron por mi oficina y se llevaron unos dólares. Fui claro, les dije que no quería nada de golpes bajos.Nada de preguntas guarras del estilo ¿No sientes temor a una nueva lesión? o ¿No crees que los más jóvenes sacaran ventaja de ti por haber estado parado tanto tiempo?

Los periodistas se comportaron de maravillas. Tal como habíamos pautado.

Jeff habló con soltura. Se lo vio distendido y confiado. Constantemente sus agradecimientos se dirigían a la familia Patersson, a mí, al viejo Charles y a Rhonda a la que llenaba especialmente de elogio mientras su rostro tomaba los colores de lo que suelen catalogar como estado de felicidad.

En menos de dos meses Jeff comenzó otra vez a vivir un maridaje, intimo y excepcional con el balón. Me gustaba colocarme yo mismo una camiseta de entrenamiento y jugar unos minutos al lado de Jeff para ver de cerca de que modo botaba el balón sobre el suelo, de que modo lo hacía girar sobre sus manos como si estuviera redescubriendo el punto secreto donde debe ser impulsado el balón para que no falle. Rhonda lo alentaba con constancia desde el banco de recambio. Vamos Jeff que tu puedes. Vamos Jeff demuestrales a esos mamones lo que es lanzar. Ya Jeff, dales su merecido.

Me imaginé el primer partido de Liga. Nuestro estadio lleno vivando a Jeff.

Las porristas agitando nuestros colores. Se me aceleraba el corazón cuando entreveía esas imágenes. Los Camisas Blancas ingresando a la cancha al son de Poison Heart de The Ramones, el tema preferido de Jeff. Pensé que no debía excitarme tanto de antemano que debería reservarme para dentro de unas semanas cuando todo esto sea una verdadera realidad.

Con el viejo Charles concertamos un partido amistoso con un combinado de Missouri. Queríamos ver como funcionaban las nuevas contrataciones, Holmes, Benson y Richard Knox. Pero sobre todo queriamos ver a Jeff. De que modo convivía dentro del campo con sus nuevos compañeros. Esa noche Jeff apareció en el estadio acompañado de Rhonda. Nunca vi a un hombre tan feliz en mi perra vida. El nerviosismo que recorría su cuerpo ante esta prueba de fuego no era impedimento para que esboze una gran sonrisa. Una enorme sonrisa en la boca de Jeff.

Jeff anotó 25 puntos esa noche. Lanzó desde todos los rincones. Asistió a Holmes y a Knox hasta que estos se cansaron de encestar. Tras cada punto apuntaba con su dedo hacia donde estábamos sentados con mi padre y con Rhonda. ¿Hacia falta algo más? El viejo Charles me dijo que sería el quien ese año suba sobre sus hombros a Jeff para que con la vieja tijera del club corte las mallas de la cesta. Al día siguiente del partido cité a Jeff en Ercoli, un restaurante italiano de la calle 53. Quería que nos pongamos de acuerdo con eso del contrato. Mi padre me había dado el visto bueno para que disponga del dinero que sea necesario. Se que buena parte saldría de su propio bolsillo. Los empresarios de las canteras de Chizootale también me habían dado un fuerte espaldarazo en cuanto al dinero que recibiría Jeff. Nuestro hombre podría pedir una fortuna. Nosotros se la daríamos con dinero contante y sonante.

Todos queríamos ver a Jeff, de regreso con la camiseta de los Camisas Blancas. Nada lo iba a impedir.

La cuestión del dinero fue mucho más fácil de lo que creíamos. Jeff había cambiado mucho al respecto. No se veía interesado en recibir una suculenta suma por formar parte del equipo de los Camisas Blancas.

-Escucha Marvin, dejaré todo en tus manos. Pon la cifra que desees en ese maldito contrato. El dinero me trae mala suerte.

Insistí en que esboce al menos una cifra que le parezca adecuada. Pero Jeff intentó enojarse. Me convertí inmediatamente en su representante y en el hombre que iba a cuidar de su cuenta de banco. Por favor, Marvin no vuelvas a hablarme de los malditos números.



Rhonda se presentó a mi despacho. Dio algunas vueltas alrededor del escritorio. Le pregunté que le sucedía y me dijo que iba a partir. Depositó sobre mi escritorio el pasaje de avión con destino Melbourne. Mike, un profesor de la universidad de Oregon, un tipo mayor con aires de importancia que había estado cortejando a Rhonda mientras culminaba sus estudios la había elegido para irse a vivir durante unos años a Melbourne Australia a iniciar una serie de investigaciones sobre no se que diablos intentó explicarme Rhonda. Es el sueño de mi vida Marvin, no lo puedo dejar pasar, alcancé a escuchar que me decía mientras me iba del despacho dando un portazo. Llamé a casa de mi padre. Hicimos todo lo posible. El viejo Charles cogió inmediatamente su coche y fue hasta el apartamento de Rhonda. Se que la sentó en el que llamamos el sillón de los acusados de nuestra vieja casa familiar. Que mi padre llegó en un momento a alzar su voz y que Rhonda se defendió con la astucia de una gata atacada por un perro grande. No pudimos hacer nada efectivo para retener a mi hermana. Cuando nos reencontramos en las oficinas del club mi padre me recordó que hay personas que nacen con el destino marcado. No sé si hablaba de nosotros o de Jeff. Seguramente su comentario se extendía a todos.

Cogí mi coche. Mi frente transpiraba pese al frío. Las líneas de árboles de las aceras efectuaban el mismo movimiento que los limpiaparabrisas. De mi bolsillo cogí un calmante y lo puse en mi boca. Sabía que estaba a las puertas de un final anticipado. De algo dolorosamente irreversible. La situación me hizo recordar demasiado al día en que viajé a casa de Dan a darle la noticia de que su madre había muerto hacía unos minutos. Entré al gimnasio mirando hacía abajo. Estudiaba el modo en que se lo diría a Jeff.

Jeff lanzaba un balón tras otro sin mirarme. Todos iban adentro. Un sonido automatizado provenía del roce del balón entrando limpio en las mallas de la canasta. Intuí que ese balón que tenía en sus manos, esa esfera granulada color terracota sería la última que tocaría en su vida. Sentí un leve mareo.

¿Cómo que se fue a Australia? Me dijo Jeff con un grito desaforado. Colocó el balón bajo el brazo y comenzó a caminar hacía mi. Endurecí mi cuello. Sabía que Jeff vendría derecho a tomarme de las solapas. Lo miré a los ojos mientras venía. Enseguida oculto su furia y sus ojos negros parecieron hundirse en el limo de en un pantano.

-¿Cómo diablos, Marvin? ¿Cómo pudiste permitirlo? Ahora su voz o lo que quedaba de su voz era un murmullo quedo.

-¿Cómo diablos Marvin? repetía-¿ Cómo lo pudiste permitir?.

-Escucha Jeff. Traeré al mejor entrenador de Minessota. No debes dejarte llevar por tus emociones. En dos semanas comenzará la Liga.

Jeff arrojó el balón contra el ventanal y los vidrios estallaron como una poderosa metralla haciendo que el piso del gimnasio se llene de pedazos irregulares de cristal .

Al día siguiente no hubo rastros de Jeff. Ni en el gimnasio ni en el apartamento que había arrendado para él.

No tarde mucho en darme cuenta que se había llevado todas sus pertenencias.

Demoré casi una semana en ir a verlo allí donde sabía que lo iba a hallar.

El viejo Jinks le esta sirviendo un trago. Que por cierto no era el primero que bebía. Sus dos metros de altura tambaleaban como un tentempié. Su brazo derecho se enlazaba a la cintura de una zorra que supondría que a Jeff todavía le quedaba algún duro en el bolsillo. Tomé valor y entré a lo del viejo Jinks.

- Lárgate Marvin. Márchate ya. No quiero ver nunca más tu maldito rostro. Ni a ti ni a ningún miembro de tu maldita familia. No quiero escuchar más tus malditos cuentos de hadas sobre hombres que resucitan y demás chaladas que no se donde has aprendido pero que te puedo asegurar no me caen en gracia.

De vez en cuando suelo pasar por la puerta del Guanajuato House. Los viernes, los sábados. Solo lo hago para ver a Jeff. Acerco mi coche al borde de la acera y estiro mi cuello para observar si su larga figura todavía camina tras la barra de los mexicanos llevando y trayendo los pedidos de los clientes. Es fácil divisarlo. Solo hay que buscar un sombrero mariachi con alamares de falsa platería. El más próximo a la pared del entrepiso es el de Jeff. No me animo a entrar a ese maldito tugurio. Temó a una nueva reacción de Jeff. Como la que tuvo conmigo en lo de Jinks. Solo pasó por el Guanajuato porque me inquietaría no verlo más. Me llenaría de culpa, de terror saber que yo Marvin Patersson sea el culpable, el responsable de cualquier clase de desatino que pueda cometer Jeff. Hay días en que lo sueño colgado del cuello desde una canasta. Me incorporo de la cama absolutamente perturbado y no puedo volver a conciliar el sueño por varias horas.

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