13.7.10

Giros (del volúmen virtual "Has visto tú a Rosa Pantopón")


El tío se hallaba de espaldas a la puerta, haciéndole lo que debía hacerle a Donna. Llaman el misionero a esa posición. Se encontraba en pleno momento. Alcancé a escuchar sus gemidos que se precipitaban sobre el final, pero no era tu día, chico, lo puedo asegurar.
Tosí y amenacé llevar mi mano derecha a la cintura. El tío estaba que se moría. Juro que si por la misma puerta por la que yo ingresé hubiera entrado la huesuda se hubiera sentido más a gusto.
Le dije que se levante.
Donna comenzaba a componer el teatro de siempre. Lloraba con la cabeza hundida en la almohada y me pedía entre sollozos que no le haga daño. Es un buen chico repetía. No le hagas daño Martin. Por favor Martin no te enfades con él.
-Dejare que este mamón coja sus cosas y se vaya. En cuanto a ti, ya veremos cuando quedemos a solas.
El tío me echó una mirada de soslayo. Se sintió en el aprieto de intentar aplacar mis ánimos cuando dije aquello de quedar a solas con Donna. Volví a amenazar con meter mi mano en la cintura. Esta vez con más vehemencia. El tío dio un respingo sobre la cama y se cubrió la cabeza con los brazos. Un ominoso pedo salio de su aterrado culo. Le arrojé su chaqueta y comenzó a colocársela. Hice que sollozaba mientras le replicaba a Donna cuantas veces más pensaba hacerme lo mismo.
-Es que me has tomado por gilipollas.
-Juro Martin que no volverá a repetirse. Lo juro por mi madre.
El tipo estaba a semivestir arrodillado en la cama. Volví a dar un sollozo. El esfuerzo hizo que mis mocos saltaran por mi nariz. Me limpié con el antebrazo. Donna se levantó de la cama y tapo sus pechos con una toalla sucia que había debajo de la cama.
-Ahora si pareces una dama- le dije con ironía.
Se acercó y me preguntó que iba a hacer con él.
-Lo dejaré ir, coños. Dije que con el no es el rollo. Sino contigo.
El tipo seguía mirando todo sin poder incorporarse del todo de la cama. De a poco había recuperado el suspensor entre las sábanas y se lo había colocado.Un tanto atravesado. Se le podía ver la parte superior de la línea de su trasero. Cogí su pantalón. Lo sostuve en mi mano sin mirarlo. La prenda era de lana gruesa. No iba con la época pero debía valer por lo menos lo mismo que diez botellas de bourbon. Miré al tipo y luego el pantalón.
-Bonita prenda, no- le dije con tono apagado para que el tipo sospechara que en mi puñetera vida había tenido una prenda de esa clase.
El tipo que estaba mudo hasta hace un momento comenzó a tartamudear.
-Que- que- quédatelo si quieres-me dijo casi al borde del colapso.
Donna ya tenía en sus manos la prenda baja de un mugriento joggins.
-Tomá cogelo le dijo Donna.
El tipo se lo calzó de inmediato y miró la puerta. Era hora de dejarlo salir. La función había terminado. Corrí mi cuerpo de la puerta. Eructé el último gin que había bebido minutos antes en el bar y le dije al mamón que podía retirarse. Que tenía muchas cosas que arreglar con mi esposa.
Como si la sirena del edificio hubiese dado alerta roja de incendio el tipo corrió hasta la puerta y desapareció.
-Oye, Martin. Procura hacerlo menos extenso la próxima vez.
-Es que me causaba gracia el rostro de gilipollas del tío. Gozaba en verlo sufrir.
-Te estas convirtiendo en un psicópata Martin.
-Veamos cuanto llevaba este mamón en sus bolsillos.
Metí mis dedos en los bolsillos del pantalón de lana y extraje la billetera. Miré a Donna. Ella se acercó y besó mis labios.
-Eres un amor cariño, me dijo.
Antes de abrir la billetera apostamos.
Donna fue a que el tío poseía más de doscientos dólares en su billetera.
Yo, que tenía menos de cien. Tenía el cuerpo pálido de un empleado bancario y todos eso tipos son unos amarretes.
Conté.
220.
-Gané -exclamó Donna.
-Al menos ve y enjabónate.
-Claro, cariño.
Vi como el hermoso culo de Donna desaparecía por la puerta del cuarto de baño. No demoró más que unos segundos en sacarse de encima los rastros del tipo que se acababa de ir.
Donna se tendió sobre la cama y yo procedí a pagar la apuesta. Hundí la poderosa paleta de mi lengua entre los pliegues rosados de su coño.
Mientras se lo hacía Donna contemplaba el reloj de pulsera bañado en oro que el tipo había olvidado sobre la almohada.
No quiero interrumpirte Martin pero creo que con lo que vale este reloj podré costearme la peluquería durante todo el año.
Fueron estupendos aquellos años con Donna. Luego Donna se cansó. No se si de mi o de nuestra profesión. O de las dos cosas a la vez. Debo confesar que muchas chicas fallaron en el intento. En más de una oportunidad tuve que lidiar con el tio en cuestión. A puñetazos o acercandole el caño frio de una pistola a su cabeza. Odio hacer esto. Odio las armas de fuego. Soy tan cobarde que tiendo a cerrar los ojos cada vez que veo una. Solo que hay veces que la situación sencillamente lo amerita.
Luego de Donna llegó Daisy, después Patti y la cosa fue empeorando. Hoy no hay tantas tias dispuestas a ganarse la vida timando tios bajo la estetica consolidada de una profesión como la mía. Ya no hay chicas con aquel temple. Se los puedo asegurar. A veces pienso que han encontrado un camino más fácil. Soy un tipo sofisticado según ellas. Me doy cuenta de ello cuando me largo a explicarle de que va la cosa y se marchan. Se largan sin explicarme de que otro modo, con que otro plan intentarán comer y vestirse como dios manda. Estoy seguro que tienen otro plan mucho más sencillo que no me quieren revelar. Claro que para que yo pueda llevarlo a cabo debería poseer un coño propio.
Esto mismo que les cuento a ustedes es parte del mismo relato que una noche le conté a Digby en The Star. Recuerdan The Star aquel bar de borrachos alla en el fin de la calle 24. Cerró sus puertas la misma noche en que unos matones balearon a Carl Morgan.
Estabamos aburridos mirando como las moscas revoloteaban sobre nuestras cervezas. Digby me dijo que esa misma noche cuando llegue a su bohardilla se iba a colgar.
-Estoy harto de levantarme cada día y de respirar la mierda de este mundo, Martin. Ya no lo volveré ha hacer.
-Escucha, Digby. Te contaré una buena historia. Quiero al menos te vayas a la tumba con una de las enseñanzas de tu amigo Martin. Puede que del otro lado del mundo te sean de utilidad.
Dije que ya que era su último día entre los vivos disponga de todo su dinero para compartir copas con su amigo Martin.
-Tienes razón amigo. Ben trae una buena botella de bourbon. La mejor que tengas, Ben.
Ben cogió la escalerilla y trepó hacia lo alto del estante. Sopló el polvo que escondía la etiqueta.
-Este bourbon está aquí desde el día que los malditos japoneses atacaron Pearl Harbour.
Digby escucho la historia mientras bebíamos aquel bourbon.
Pensé que el mamón de Digby se dormía en medio de la historia. Pero que importaba si teníamos una botella aún llena. En la mitad del relato Digby se comenzó a comprometer con la historia. Me interrumpía después de cada frase para que abunde en detalles.
Terminamos cogiendo una borrachera fatal con Digby aquella noche. El muy cobarde no se colgó el día después. Le faltaban agallas para hacerlo. Tomó un bus a California y terminó cargando los equipos de sonido de una banda de rock. Cuatros yonquis gatos sucios. Digby debería trabajar por una botella de aguardiente. Imagino al pobre cargar y descargar caja de sonidos sobre su lomo en pocilgas infectas donde se reunirían a arruinarse los oídos todos aquellos malditos rockeros de la costa oeste.
Los tipos comenzaron a lograr fama. Recorrian la costa de punta a punta. Sus discos sonaron en la radio y cruzaron el Atlantico. En un periquete Digby se había convertido en el fiel colaborador de unos tipos con éxito.
Debe haber sido en aquellas giras que Digby contó mi historia de timador al marrano que escribía las letras de la banda. Parece que el tipo cogió papel y lapiz y copió lo que Digby le narraba. Tienen que conocer a Martin, Mi viejo amigo Martin. Estoy seguro que los va a divertir mucho,les debe haber dicho.
Vi el video en MTV hace una semana. Podrian haberme convocado para filmarlo. El actorzuelo que hace de mi. Ese mierdecilla con cara de poco hombre no se me parece ni en el modo en que respira. Pero eso a quien le importa. A quien de los millones que compran sus putos discos les importa quien es el verdadero Martin de la canción. Martin el timador. Asi le han puesto por título. Un enjambre de guitarras desafinadas que termina por hacer arder los oidos. La tía que hace de Donna no esta mal. Una rubiona con rostro de zorra que relaja los labios a cada segundo en que la cámara la pilla. Aunque observando en detalle debería decir que la putita del video no podría ni enjuagarle los pies a la verdadera Donna. Había un charme muy especial en todo el contorno de su figura. Donna si que era una verdadera diva.
Hace un par de días Digby me telefoneó desde el Oeste. Dijo que Morton Calavera quería conocerme. Ponte en marcha Martin. Saca tu maldito coche y ponle proa hacia California. Corté y me imaginé frente a esos tipos. Esos sucios pelilargos junto a su musa fetiche. O sea yo. Pasaríamos largos días bebiendo y fumando mota. Largos días y noches derrochando dinero en fichas de casino y en tragos preparados dentro de una coctelera. Nos tiraríamos a algunas fanáticas después de los conciertos y después nos tostaríamos como lagartijas bajo el sol del Pacífico.
Salí a la calle después de echar llaves al fregadero de coches. Caminé unos metros y giré sobre mis pasos. Vi como la luz de la luna iluminaba el cartel. FREGADERO MARTIN. Fue la primera vez que me sentí orgulloso de poseer lo que poseía. De algo había servido timar a tantos tipos. Sentí que no todo había sido en vano. No todo el dinero se me había ido en apuestas y tías. Esa noche me pase sin dormir. Pensaba una y otra vez en Donna. Di vueltas sobre el colchón hasta dejar las sábanas convertidas en un nudo.
Me levanté temprano. Había tomado la decisión de viajar a Califorrnia. Sobre todo quería estrechale un abrazo a Digby a quien realmente extrañaba. Aunque también quería verle la cara al tipo ese que me había hecho famoso. Morton Calavera. Seguramente un niño de pecho jugando a psicópata. Algo me decía que debía viajar acompañado. Fui hasta la oficina del fregadero. Lucy estaba pasando el paño sobre el piso.
-Buen día Martin- dijo.
La saludé y comenzé revolver los cajones del escritorio. En alguno de ellos tenía una fotografía de Donna. En el dorso de esa fotografía Donna había escrito con un bolígrafo su dirección. Le dije a Lucy que deje de fregar el piso y que me ayude a buscar.
-Parece que es una mujer muy importante para usted-dijo lucy.
-Ya lo creo niña- le contesté.
Al cabo de unos minutos de búsqueda cuando ya creía que no la hallaría Lucy dio con ella.
-Es verdaderamente guapa esta Donna, señor. Espero que se conserve tan bien como usted.
-Guarda cuidado Lucy. Gracias por ayudarme, puedes irte a tu casa.
Me puse una chaqueta roja y un sombrero de ala blanco. Las gafas negras me ayudarían a conducir en la carretera. Golpeé la puerta. Me atendió un niño.
Pregunté por Donna. Los músculos de mi estómago se contrajeron. Sentía que los nervios subían en bandada por todo mi cuerpo. No sabía de qué modo podía reaccionar Donna después de tantos años. Recordaba la fuerza de su carácter. Sabía que podía asomarse de una de las ventanas e insultarme o sacar un arma y dispararme. En pocos segundos la vi atravesar el porche. Se metió dentro del carro como si alguien la persiguiera. Miró hacía atrás y le hizo señas al niño para que vuelva al interior de la casa. Me miró un largo tiempo sin decirme nada. Yo hice lo mismo.
-Martin el timador -dijo después de unos largos minutos.
-O veo que no olvidas nada Donna.
-Es que es difícil Martin dejar caer en el olvido los años más intensos de la vida.
El rostro de Donna rebozaba de frescura. No obstante parecía como si el peso de algo hubiese desarticulado sus facciones hasta dejarlas muertas.
-No fue facil abandonarte, Martin
Temí algún pase de factura que igualmente no tardaría en llegar. Le dije que si estaba al tanto de los famosos que eramos.
Donna comenzó a canturrear aquello de Ohh Martin y Donna/ si te los cruzas/ te esquilmaran Ohh Martin y Donna si duermes con ellos/ no los olvidaras.
-Mis sobrinos no dejan de cantarla como todos los jóvenes del barrio.
-Como todos los jóvenes del mundo- le respondí dandole a entender el alcance que habíamos obtenido.
-Creo que mis sobrinos sucumbirían de sorpresa si supieran que Donna es su tía.
Reimos juntos. Observé el rostro de Donna que parecía ir recomponiendo poco a poco esa sonrisa encantadora de hace tiempo.
-Estaba enamorada de ti dijo Donna. No podía soportar ser solamente tu socia. No podia soportar que después de cada atraco salieras a cenar con esas zorras. Que te tiraras a esas zorras.
-Perdoname Donna. Es que…
-No tienes de que disculparte, Martin.
Le conté que había cambiado de vida. Que desde hace un año solo bebía algo liviano por la noche. Que ahora era un hombre decente que llevaba un fregadero de coches.
-Me alegro por ti, Martin. Estas en edad.
-En edad de qué.
-Nada Martin, déjalo así.
Me dijo que desde que dejó mi apartamento vivía con su hermana. Confeccionaban ropa para niños a pequeña escala y la vendían en tiendas de los alrededores.
Le dije si quería ir conmigo a California. Vamos a conocer cara a cara a ese maldito Morton Calavera. Vamos a cantarle nuestra canción.
Pisé el acelerador. La carretera estaba vacía. Quería hacerle sentir a Donna un poco del antiguo vértigo.
Crees que hay dinero tras el viaje a California- me dijo. Pensé que Donna había recuperado parte de su ánimo, parte de su incansable forma de encarar la vida. Pero solo me estaba estudiando.
-No lo sé Donna. Pero algo me trajo hasta ti. Algo quiere que viajes conmigo a California.
Solo eso, preguntó.
Vayamos de a poco.
-Tienes alguna treta legal entre manos para darle por culo a ese Calavera.
-Nada de eso Donna. Sabes que nunca me he llevado bien con la ley. Ni siquiera con sus aspectos más oscuros. Tampoco quiero nada de ese sucio rockero.
Advertí que a Donna no le interesaba viajar a California.
La vera de la carretera comenzó a cubrirse de arboledas y campos sembrados de cebada. Grandes bandadas de grajos formaban letras consonantes en el cielo. Tenía suficiente combustible en el tanque para seguir deslizándome sobre la carretera toda la tarde. El aire daba en mi rostro.
Donna dijo de detenernos. Había elegido el tramo más desolado.
Una hilera de hayas se erigía sobre el costado de la carretera como un ejercito imperial de la naturaleza. Bajo ellas comenzamos a caminar.
Donna tomó mi mano.
-Nunca deje de pensar en ti.
-Yo tampoco Donna.
-Crees que aún es nuestro tiempo?
-No lo sé. Acaso hay alguien que lo sepa?.
Sentí un enorme deseo de tomar un gran vaso de whisky con leche. Me solacé viendo como el cielo comenzaba a perder la nitidez del celeste para ir virando a un azul rojizo, la fuerza del cielo es una buen placebo para un ex-alcohólico. Donna parecía frágil. La sentí volar sobre sus pies mientras caminaba a mi lado.
-Podría prepararte el desayuno- dijo- Podría colaborar en el fregadero.
-Podríamos coger una canasta los fines de semana y llegarnos hasta el lago a pescar truchas- dije con un lento entusiasmo.
-Podríamos pintar tu casa. He aprendido mucho sobre decoración en estos años.
-Podríamos sentarnos a mirar televisión toda la noche tomados de los hombros.
-Podríamos tener un canario rollers. O una cacatúa.
Nos fuimos internando cada vez más en el campo. El coche aparcado al costado de la carretera se fue haciendo cada vez más pequeño hasta transformarse en un juguete. La luz de giros había quedado encendida Los últimos rayos de sol golpeaban sobre el capó formando un haz de brillos plateados.
-Podría cocinarte pastel de peras. Recuerdo como te gusta- dijo y echó a correr como una adolescente entre la hierba crecida del campo. La seguí hasta atraparla por la cintura.
Donna seguía siendo una actriz genial capaz de convencer a cualquiera de lo que se proponga.
Quedamos cogidos de los hombros mirando hacia la carretera. Donna me hizo notar la luz de giros encendida.
-Es increíble la constancia con que repite su juego- dijo.
Nos quedamos contemplado esa pequeña luz roja sobre la extensa cinta de la carretera mientras mi mano acariciaba la suave piel de su estómago.

2 comentarios:

  1. que visiones.cuántas coincidencias.me hizo acordar a Bukowski.
    La lectura que había extraviado.gracias.matias. Neuquén.

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  2. ¡Guau, que disfrute! Gracias.
    Verónica

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