11.12.09

Mora Remolachas



La oscuridad de una sala de cine. Más o menos así.
Un poco de luz cuando alguien entra.
Jesús Lance mira que tiene delante. Una pelirroja de 30, un viejo, dos gorditas, dos adolescentes tomadas del brazo. La proximidad excita a Jesús. Suda algo salvaje y fresco.
La oscuridad de la sala le presenta un nuevo escenario. Distinto a las habitaciones abandonadas, a los hoteles de paso o a los callejones.
Un salón sin luz. Un viejo teatro devenido cine. Hace años que no pisa uno. Un ciclo de Herzog en Baviera. Cuando se casó con Herta. Ella lo llevó sin preguntarle si en verdad tenía ganas de ir. Una petaca de anís y un film extraño sobre las aventuras de una banda de enanos que recorre España. Herta reía y lloraba al mismo tiempo. Jesús daba cuenta de su petaca de anís. Tragos, buches, abluciones de un licor espeso. El miércoles siguiente una película sobre los bombardeos. ¿Es posible extraer belleza de actos tan horrendos?. Era la pregunta que se hacía Herzog. Era lo que Herta le pregunto aquella noche a Jesús Lance mientras volvían a su casa en un taxi conducido por un tunecino tuerto.
Desde esa noche de 1981 no volvió a pisar un cine. Ahora está con Patty. La sostiene de su mano como debe hacer un novio. En instantes dará inicio la película que lo tiene de protagonista.

Esta es An. Hace catorce hora que no se despega de la butaca del avión.
Repasa una revista de arte africano. Vuelve a mirar por la ventanilla los últimos tramos de océano.
Apenas si comió. Un poco de líquido y un largo soliloquio. Un autojuramento de confianza y esfuerzo.
Un mantra surgido desde las más íntimas latitudes.
An pisa el aeropuerto de Madrid. Ni jet-lag, ni pavura.
Se enreda con el aire de Europa. Parecen conocerse desde hace tiempo, la vieja meretriz continental y la joven argentina.
Muchos se vuelven para verla.
De lejos observa la figura de Pe que la espera.
Un beso. Una limousine. Un viaje a toda pastilla por avenidas circundadas de naranjos.
Todo va a comenzar de una vez.
Pe grita por el megáfono.
An ya se puso en la piel de la Inspectora Mora Remolachas. Pe se disculpa por la urgencia con la que acaban de arrancar.
-De verdad me hubiese gustado que entraras más en clima.
An dice que está todo bien. Sería capaz de concebir una innumerable serie de rostros, de expresiones y de vidas en escasos minutos. Así que la rapidez con que Pe decidió dar comienzo a la filmación no la toma por sorpresa.
Las botas de Mora Remolachas chapalean en los charcos del baño del bar. El agua se escapa por el water .
Levanta las solapas de su sobretodo y se cubre la cara. Debe sortear dos puertas más para llegar donde supone procedió el grito.
Mora Remolachas detective madrileña de treinta y seis años, viuda, bipolar, lectora de Boris Vian y de fotonovelas vamp parece comenzar a resolver el caso: detrás de la puerta, con la cabeza hundida en el water yace la segunda víctima.
Mora se acerca al cadáver. Una mujer con cresta punk, vestido de monja y una hipodérmica clavada en la nuca.
Un flashback a la escena del crimen: Jesús Lance acaba de llegar al bar después de violar a su hermana. Se sienta en una mesa y pide una cerveza. Su serenidad no es creíble. Menos para la monja punk que irrumpe en el bar con prepotencia.
Se planta frente a Jesús Lance.
-¿Quién coños te has creído que eres, Jesús?¿Acaso no quedamos en hacerlo juntos? Sería tu hermana, vale, pero me parece que no estamos en tiempos de dejar de compartir nada.
Jesús la ve irse. Ahora sí se siente sereno de verdad.
Mira entrar al bar a una mujer de sobretodo amarillo. Luego, sigue los pasos de la monja hacia el subsuelo. Juntos descienden al lugar donde están los baños.
Otra vez una trama policial en el cine de Pe. Sin ser la columna vertebral del relato otra vez las variaciones de un crimen dándole oxigeno a la narración. Esto piensa An mientras mira en el espejo del camarín como le queda el sobretodo amarillo.

La fatiga vuelve al mundo irreal. An ve como todo se desvanece. Sólo quedan las estelas espectrales de los objetos en fuga.
Pasa crema sobre los párpados y luego los tapa con algodón rosa. Apaga las luces. Solo queda un spot encendido. Recuesta la cabeza sobre el sillón y se duerme. El precio de treinta horas de filmación.
Pese al cansancio sus facciones transmiten felicidad. Sus ojeras no tienen la hinchazón de la pena sino que marcan el peso de unos ojos demasiado vivos, demasiado puestos en la piel Mora Remolachas.
Pe se apoya en la baranda que divide los camarines del set de filmación. Sentada sobre uno de los apoyabrazos del sillón An dormita.
El director observa el equilibrio de su cuerpo sobre el sillón. Piensa que no estaría mal si alguno creyera que está volando. Intenta no hacer ruido. An en suspensión, es deliciosa. Se lamenta de no tener nada para filmarla.
Se acerca antes que despierte. Corre el pelo del costado derecho y An parece despertar pero es apenas un escarceo del sueño, un respingo, que muestra lo que Pe quiere ver.
Bajo la luz, la quemadura es más bella. La marca que la atraviesa desde la sien hasta el lóbulo de la oreja izquierda. An pronto despertará y aunque el sea el director más famoso de la historia del cine español y estén rodando juntos lo que se sospecha será el último y más importante film de su extensa carrera no colaborará con un buen despertar su rostro de viejo búho pansexual.
Pe domina el impulso de pasar su pulgar por la herida en el rostro de An. No hay sadismo en su apreciación. El rélampago que cruza la cara de An es perfecto. Mientras An termina de despertarse, Pe finge haber entrado solo hace un segundo. Ahora se acerca, la toma de los hombros y le practica un masaje alrededor de la clavícula. Ni Vi, ni Né ni Ca y ni siquiera mi entrañable Bib han hecho que esté tan pendiente de mis actrices. La voz afectada de Pe hace reir a An. Sabe la devoción que el viejo monstruo siente por ella. Si no, no hubiera volado desde Roma, luego de verla en la RAI. No hubiera tomado un taxi para buscarla primero en el Hotel Alvear, después en un restó de Puerto Madero y por último esperarla durante dos días en su habitación hasta que un llamada diera por fin con ella.
An es consciente que Pe la valora como no ha valorado a nadie. Es lo que al menos él le repite. Recuerda cuando se sentaron por primera vez en Doolite.El gran director y la joven actriz. Café irlandés y vino blanco. Pe elogió una y mil veces su trabajo, le preguntó hasta que punto se sentía identificada con aquella psicópata.
Le ofreció trabajar en su próxima película. Desde Erre que no veía una mujer así. No sabía bien que parte de An era la que más lo inquietaba. Algo de su belleza física. El charme de su mirada. Su cuello. El tono irreverente de su voz.
Faltan unas escenas de exteriores. Las van a grabar en las afueras de Cádiz. Mora Remolachas debe cruzar el parque y llegar hasta el cadáver de su amiga, para esto recorrió cientos de kilómetros en tren. Consulta a Pe si debe llorar antes de llegar al cuerpo muerto de Chus o recién cuando esté tendida sobre el cadáver.
La noche cae sobre Cádiz y las cámaras nocturna se encienden. An y el efecto lluvia. Empapada termina de sollozar junto al cuerpo de Chus. Los aplausos del equipo de producción luego de la escena parecen anticipar lo que el público vivirá en las salas. Esa noche, pese a que el film, el último film del más grande director español de todos los tiempos todavía no ha terminado de rodarse, habrá fiesta en las mesas de Primavera Negra.
Tanto en Né como en Ca que existe resentimiento. Es evidente. Los mimos del director irritan a todo el elenco. Eu no deja de mirarla con un dejo de desdén.
- Eres un viejo pasota inflamado de rabias Eu, das vergüenza ajena. Qué harás cuando la muñeca de An inunde las bateas de El Corte Inglés y las adolescentes corran a comprarla como quien compra una dosis de fama purificada. Te lo cortarás ?
Eu rie sin ganas. Se acercan a la mesa. Eu pasa la mano sobre el hombro de Pe y pregunta de donde a sacado An su nombre. A Vi la has bautizado tú. Dijiste que solo podía llevar como apellido el nombre de la primavera. Erre misma nos contó que abrevió su apellido porque completo era un exceso de música moishe para su imagen de artista progre. El que habla ahora mientras abraza a An es Pe, toma un largo sorbo de Martini y dice que Ca prefirió el apellido de su padrasto porque el Saenz Solís de su primitiva progenie daba arcadas de franquismo. Y tu niña, de donde has sacado semejante apelativo, acaso de un viejo pastor de ovejas del Languedoc o de un horrendo monje de la Inquisisión. La risa de Pe es contagiosa. An rie como una campana de cristal arrastada por el viento. Sus ojos esplenden abejorros de luz. Es el nombre de un odioso poeta dice casi a media voz. Né que está a su lado la mira. Eu y Pe también.
-Vamos chica, que la vida no es la lánguida travesía de ningún palabrista desmañado.- dice Pe mientras besa paternalmente las manos de An.
Nadie sabe bien porqué An calificó de odioso al poeta del cual lleva su nombre.
Quieran o no, el centro de atención es An. Hasta Pe dió un paso al costado.
La joven argentina. La nueva figura de la productora. Los ojos del mundo en ella. Locuaz arremete contra las actrices que la circundan en la mesa. Todos se deleitan con su tono alegre y argentino. Se conmueven cuando ciertas palabras se le traban como si juguetearan en su lengua. La historia que An cuenta sobre su primer embarazo psicológico los mantiene en vilo. Eso aquí en España no se conoce dice Ca y ríe alterada por los tragos de Primavera Negra.
La madrugada comienza a consumirse. An por segunda vez y esta vez a pedido de Né recita “Conducta en los velorios”. Todos vuelven a prestar atención a su voz, a la expresión de sus ojos subrayando con particular encanto el texto del escritor argentino.
Aunque mañana es día de filmación nadie quiere irse. Sobre una de las mesas An se ha largado a bailar con Pe. Un tango. Né le da voz. Su Volver es mucho más ardiente que el que interpretó en la película. A capella sobre los ecos del bar amanecido brilla con la nostalgia plena de un arrabal en llamas. La coreografía de An y Pe recortandose en las sombras es registrada por el celular de Eu.

Jesús Lance se mira en el espejo.
La habitación de paredes rojas nublan el aire.
Un serial killer aguza su mirada. Sus manos son finas y blancas y un cuchillo entre ellas es el elemento perfecto, el mejor negocio de su alma con el mundo.
En otro lugar de Madrid, Mora Remolachas, recostada sobre su cama repasa viejas fotonovelas vamp.
Algo le ha dicho que el asesino, al igual que ella es un devoto de este tipo de arte.
Las hojas se deslizan, los cuadros de la fotonovela caen en sus ojos.
La mirada de Mora se detiene en un actor secundario de la fotonovela. El taxista. Sigue con atención el desarrollo de la tira. Arroja la revista contra el piso y sale en busca de su sobretodo. Se recoge el pelo y baja por el ascensor.
Jesús Lance y Mora ya están en la calle. En una de las callejuelas que conducen a El Rastro. La luz del día hace más patética la piel de Jesús Lance, su jodida oxidación de HIV. Mora piensa en Chandler. Un detective obligado a acostarse con su presa. Esa es su tarea. Una tira de condones se aloja en algún lugar de su sobretodo. Mira a Jesús en unos de los puestos de El Rastro. Juntos se conducen a un hotel. Ella deberá arrancarle una confesión . El piensa en arrancarle la piel.
-Recuerdas, cuando eras una niña- dice Jesús.
-Claro que lo recuerdo, como también recuerdo tu rostro de marrano golpeando a la madre de Chus.
-Perdóname, Mora, he sido una bestia-
An amartilla su pistola y la apoya sobre la cabeza de Jesús Lance mientras canta “Amor de ti”.

Ca y Eu felicitan a An. La escena salió de maravillas. Eu dice que ni en sus mejores noches a tenido una partenaire tan dominadora en la cama. Le invita un pase de cocaína pero An retira su nariz. El rubio actor español se disculpa mientras recibe los insultos y empujones de Pe.
-Monstruo endemoniado deja a esa niña en paz si no quieres que haga de ti escombros.
An vuelve a su camarín. El paso firme y decidido de una nueva estrella. Falta poco. Unas escenas nomás para cerrar lo que ya todos intuyen una obra maestra.
Tendrá que volver a maquillarse para la conferencia de prensa. Antes se relaja bajo la ducha y piensa en el renovado destino de su carrera. Vuelve a su ciudad de origen, al fondo del pasado donde todo habita en forma pausada y monótona. Algo de sus fantasmas vuelven a ella.
Le pide a su asistente que le pase una botella. Abre la mampara de cristal que cierra la ducha y continúa bajo el agua tibia. Sorbe un poco de gaseosa.
-Niña que te parece si te preparo un te, tengo unas hierbas de Andalucía que son muy buenas. Hasta Vi las tomó después de que Bo le hiciera eso tan feo allá arriba trepada del caño.
La voz de Rossy atrae a An. Envuelta en una toalla se sienta en el borde de la bañera. La atrae esa voz sencilla en el exceso y el ego que trasuntan el set. Convivir con ello es parte del trabajo pero por ahora prefiere el remanso de Rossy.
-Trabajo con Pe desde siempre. Yo sujete el brazo de Alaska para que se enchufe caballo antes de cada escena. Un verdadero aquelarre.
An observa a Rossy, las arrugas que surcan su rostro, la experiencia que marca su cara y que la convierten en la memoria de la productora.
Sorbe el último trago y le pregunta que es lo que más le gustó de Pe. El rostro de Rossy baja hacia el piso. Esta es la cocina del cine. An escucha a la anciana. Se seca el pelo, sacude su oleaje de bucles y se llena de los relatos de Rossy. Anécdota y fábula. Encantamiento y chisme. Confesiones y consejos ocultos. Un largo aprendizaje que asimila.
-Toda esa lata de las monjas era verdad. En esa España ultra católica y todavía franquista, el set de filmación se parecía mucho a un conjuro de libertad contra tantos años de penumbra. Aunque algo se removía en mí, algo formado por mi vieja conciencia religiosa, sentí que éramos parte de una movida de gran valor. Algo estaba rompiendo Pe. .
Si hubieras visto a todas esas locas poniéndose sus cofias. Aquello si que era un verdadero infierno. Tardo muchos años Pe, en exorcizar sus demonios. Los que lo habían torturado durante su juventud. Luego se convirtió en un artista maduro, preocupado por los grandes problemas humanos.
An besa a Rossy en la frente como a una madre. Sabe que lo que la anciana le cuenta es la verdadera historia de todo.
Hay que proseguir con la filmación por eso Rossy a dispuesto la bata roja y la lencería dorada y negra.

Mora y Chus peinan a una muñeca. Pe no ha buscado extras sino que son ella mismas An y Né caracterizadas de niñas. El color sepia elegido por Pe junto a Back to the URSS interpretada por un joven grupo español le da vuelo a la escena. Mientras siguen peinando a la muñeca la música cambia, no es ya la canción de The Beatles sino un bolero con letra de Pe interpretado por An “ a veces sueño, los sueños que perdí...amor de ti.... amor de ti....” Desde la cocina escuchan la voz, los gritos de la madre de Chus. Alguien la golpea. Vuelen los Beatles esta vez con un volumen ensordecedor, como si fuera la conciencia de las niñas tapando el eco de la violencia.
-Crees que mi padre es un ser tan malo- pregunta Chus a Mora
-A veces sí- le contesta Mora sin despegar la vista de la muñeca.
-Crees que deberíamos matarlo.
-A veces sí.
Van hacia la cocina. La madre de Chus en el piso. Las dos niñas la consuelan.
Vamos matar a Jesús se juramentan.
El film concluyo su rodaje. Pe mira a An y ésta al cielo. Sus ojos se proyectan sobre la serenidad de la noche. Su boca es un suspiro de alivio y felicidad. Pronto habrá lágrimas en sus ojos. Né la abraza y Pe aplaude hacia un punto equidistante donde confluyen todos sus fantasmas, todos los motores psíquicos que le dan vida a sus obras, el taller secreto de su mente ubicado caprichosamente allá donde en este momento dirige incesante los aplausos. El director y las sombras de sus fantasías allá lejos. Las dos actrices contemplan la escena. Pe se sube a lo alto de una torre de iluminación, las invita.
-Suban que esto también es suyo.
Né se queda abajo sirviendo copas. An no quiere perderse lo que Pe le quiere mostrar, juntos allá arriba huelen el impostergable sonido de la victoria. Es un punto perdido del paisaje nocturno. Fundamento y cosmos. Como si vieran la antítesis de la muerte. Sus bocas se desencajan.
Haber si se dignan a acompañarme con este gazpacho que está de madres, grita Né.

Las imágenes de la película se suceden de forma vertiginosa. Para Jesús no hay nada peor que esto, que algo se suceda de modo tan veloz. Quiere detenerse en cada estación. Imaginar el contacto de su navaja con la carne elegida.
Por un momento dejó a Patty sola. Descendió las escalinatas que lo conducen al baño.
Se seca con un pañuelo frente al espejo, los rastros de sudor en su frente. Orina y mira hacía atrás como si alguien lo persiguiera.
Ahora ha abandonado completamente a Patty. Su butaca de la fila 11 está vacía. Lo estará por el resto de la función. Es que al volver del baño. En una de las filas centrales camuflada por un maquillaje espeso y por una gorra de los San Antonio Spurs, oh sorpresa, ha dado con Mora Remolachas, An acompañada de Pe. Una butaca vacía detrás de ellos.
Antes de la escena donde Mora Remolachas termina con él. Instantes precisos en que sus muslos brillantes, untados en aceite perfumado suban sobre su vientre, Jesús toca el hombro de An. Entonces su rostro en la oscuridad, su voz de glamorosa hiena, le ofrece una pastilla de cereza. No solo eso.




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