23.4.10

Recital de poesía (del volumen virtual "Has visto tu a Rosa Pantopón")

Trabajaba duro por aquellos años. Era el único de los poetas que trabajaba. Los demás poetas ganarían su pan, claro, pero con labores de niña.


Me levantaba de madrugada para descargar los fletes que venían hasta el techo con empaques. Ha veces yo mismo o mi compañero Randy conducia el camión. Debíamos cargar cajas desde el mayorista que estaba en las afueras de Maine.

Me había pasado los primeros años de mi juventud pudriendome en un delicioso pantano de ocio. Había visto crecer en esas horas muertas toda la magnifica naturaleza de mi espiritu hasta convertirme en un ángel ciego con la fuerza extraordinaria de un caballo muerto.

Ahora había llegado la hora de purgarme de tanta contemplación. Diez horas diarias de trabajo forzado.

Los primeros meses sentí como si los músculos fueran a reventar. Hasta irme acostumbrando. Después de todo era un hombre (solo un parado o un ocioso desprevenido puede dar fe del proceso de amebificación que se sufre en tales casos, algo que contrasta efectivamente contra la idea que tenemos de hombre)

Si hay algo que de veras me forzaba a realizar estas duras tareas de estibador era la enfermedad de mi madre. Hacia menos de un año que estaba viuda y cobraba una pensión que no alcanzaba para costear los gastos de la familia.

Estaré contigo madre- le había prometido. Y lo estaba cumpliendo.

Otros motivos fueron mis problemas con el alcohol. Siempre fue uno el problema: no conseguirlo. No trabajar reporta sus ganancias claro no lo voy a discutir, pero hay que ser un monje zen para bancarse sin dinero. Y alcohol es dinero. Es muy difícil salir a emborracharse sin un duro en el bolsillo. Aunque salgas a atocigarte de ginebra barata debes llevar uno de esos sucios papeles que imprime el estado con el rostro de alguno de nuestros patriotas pintado de verde y que no se cual es el cuento que han hecho, posee algún valor. Bueno esto ustedes lo saben bien. Quería decirles que bebía mucho y no tenía dinero para pagarlo, un verdadero infierno.

Estaba descargando uno de los camiones cuando llegó Christian.

-Oye participarás de nuestro recital de poesía?

- Cuenta conmigo, dije.

Jamás me atrajeron todas esas mamonadas en torno a la cultura. No quería transformarme en un mamón atraído por una mamonada en torno a la cultura. Por Dios! Creo que el ligero afecto que sentía por Christian hizo que le diga que si sin pensarlo. Si Christian estaba a cargo de la organización, la cosa tendría algo de mitin rebelde. Un mamón mitin rebelde, claro. Pero mitín rebelde al fin.

Un día antes Christian telefoneó a mi casa. Me preguntó si recordaba lo del recital. Me confirmó hora y lugar. A las 22 en Balcony. Voy a estar le prometí. Justo a esa hora voy a estar de regreso de Maine. Llegaré cansado espérame con una buena copa de ginebra con tónica, le pedí.

El día del recital fue un día muy duro de trabajo. Desde temprano partimos a Maine . No dejamos de echar empaques en el trailer del vehiculo, parecía como si a todos se le hubiera dado por planchas de tocino, baldes de judías, mantecada y reses de cerdo congeladas. Terminamos de descargar todo a la nueve de la noche. Pase por mi casa antes de ir hacia Balcony. Besé a mi madre. Coloqué unos bocadillos en su plato y le dejé el té preparado. Solo tenía que calentar el agua y verterla sobre la taza. Miré si quedaba algo para beber dentro del refrigerador pero no había nada. Cogí de entre las páginas un libro de MClure el pequeño atajo con mis poemas. También cogí los pocos dólares que quedaban dentro del libro – no en el de Mclure sino dentro de los obras completas de Edgar Allan Poe- y salí hacia Balcony. En el camino me dí cuenta de que no me había bañado. Una capa de sudoración y tierra se solidificaba sobre mi piel como una caparazón, dura y molesta diré? No mamones, como la honorable chaqueta de un poeta obrero.

No era mi costumbre bañarme para salir a beber. Pero tal vez el recital lo requería. Estas cavilaciones de gilipollas duran demasiado poco en el cerebro, así que en poco tiempo olvidé si me había dado una ducha o si no lo había hecho. Que más daba. Era un maldito recital de poesía. No estaba citado a follar con Julia Roberts ni con Pam Anderson. Antes de llegar Balcony decidí darme un buen lingotazo de escocés en Old Corner. Quedaba a una cuadra del Balcony. Bebería una y saldría para allí. Me siento de mal humor sin tener un trago encima. En Old Corner hallé a Bud Ciollari y a Saul bebiendo la primera cerveza de la noche. Charlaban de las nuevas bandas de rocknroll que andaban pululando por ahí y de la hora precisa en que llegaría Harry Moonsky.

-Harry Moonsky?- pregunté asombrado. Lo hacía en el talego, dije.

-Acaban de pagar su fianza, en cualquier momento tiene que estar por acá me dijo Bud.

Revisé mi bolsillo para sacar el dinero y pedir un whisky. Medité un rato mientras bebía el whisky y le dije a Bud que qué tal si entre los dos comprábamos algo al patán de Harry Moonsky. Era una vieja costumbre que teníamos con Bud y con otros de los habituales concurrentes a Old Corner, poner diez dólares cada uno para hacernos de una dosis de perico. Habíamos sido socio del sobrecito de perico en miles de oportunidades con anterioridad.

-Venga, dijo Bud, estaba necesitando la otra parte.

Pedí otro whisky. Y otro más. Bud me dijo si andaba con sed. Algo así Bud estoy un tanto apurado dentro de unos minutos me esperan en Balcony para ser parte de un recital de poesía. Bud y Saul me miraron sorprendidos. Creo que deben haber preguntado con tono de gilipollas ¿un recital de poesía?. No debería haberlos sorprendido tanto mi participación en algo así. Los dos tenían mi único libro autografiado. En ese mismo recodo de la barra hacía menos de un año yo le había escrito una dedicatoria en la hoja de cortesía de mi libro: “Mientras llego al infierno”. Sabían los dos que escribía. Les debo haber contestado en forma evasiva mientras me atragantaba con el último whiskey que podía pagar de mi bolsillo (hay algo estremecedor cuando pagas la última copa que puedes pagar. Miras el billete como si pudieras multiplicarlo. El pan y los peces. Por que no soy Jesús, maldita mierda. Por que no lo soy , dices en ese momento. Por que diablos no lo soy. Solo querría hacer que ese billete no se me escurra de las manos. Solo querría ser dios para poder retenerlo y que John Adana vuelva a llenar mi copa de whisky. Solo eso)

Se estaba haciendo demasiado tarde. Bebí el último trago y me despedí de Bud y de Saul.

-Bud, esperaré por ti en Balcony.

-No bien arribe Harry iré por ti, amigo.

Llegué al recital con los cuatro whiskies zumbando dentro de mi estómago vacío. Christian estaba probando los micrófonos. Junto a el estaba Philip Moran otro de los organizadores del evento. Los saludé y me quedé con ellos por el solo hecho de que comenzaron a llenar mi vaso de cerveza. Philip Moran era un actor de poca monta al cual le gustaba participar de todos los eventos culturales que se organizaban en la ciudad. Era el lider de la Agrupación Harpo Marx un reducido grupo teatral que levantaba las pancartas de la independencia. Hacía poco había estrenado una obra basada en un cuento de Kafka. Charlamos un rato con Philip. Me agradeció que sea de la partida esta noche y yo elogié la puesta en escena de su obra (la cual no había visto) con el solo objetivo de endulzarle los oídos para que me costeé un vaso de whisky, la cerveza entraba a mi garganta como la más insípida de las aguas.

Mientras charlaba con Philip observé en una de las mesas a Danielle Traum y a Josefina O‘Hara dos de las viejas representantes de la poesía de la ciudad. Dos señoras entradas en años que escribían sonetos a las mañanas soleadas, a las cúpulas de las iglesias y a los rosales de su jardín. Poemas en verdad de una naturaleza inconcebibles que a mi me divertían mucho por su tono de mamonada pero que representaban el último escalón de la dignidad de alguien que se precie como un verdadero poeta. Hice alguna broma al respecto. Philip intentó regañarme. Pero fue lo suficientemente lúcido para no hacerlo. Queremos que esta noche estén en Balcony todos los poetas de la ciudad, dijo, intentando justificar la presencia de aquellas viejas decrepitas. Philip ordenó dos whiskies y yo me sentí más tranquilo. Christian luchaba denodadamente con el equipo de sonido. Sobre la base de una de las canciones de EL lado oscuro de la luna emitia un hola- hola cargado de angustia. Comencé a sentirme nervioso. Siempre me sucedia al leer mis poemas. Ni siquiera la aspereza de su temática me aplacaba. ¿Qué nervios puede tener alguien que lee las cosas que escribe ante un pequeño auditorio de gilipollas? Más bien los nervios debían ser de los otros. Pero no era así. Sencillamente no lo era. Terminé mi whiskey y comencé a mirar desde el fondo del bar hacía la calle. Todo el contorno de Balcony era vidriado y se podía observar muy bien lo que sucedía afuera. Pensé en la posibilidad de que Bud y Saul se hubieran quedado con mi dinero o con la parte de mi perico. Estaba bien si lo hacían. Yo era alguien que admiraba y que alentaba a ese tipo de canallas. Pero justo esa noche no. Por favor Bud recé para mis adentros, no me dejes en el camino. El doctor Languestein se comenzó a acomodar con sus papeles sobre el escenario. Este era una considerable tarima de madera cubierta con una felpa roja. En cualquier momento largaría a despedir de su garganta la miel más putrefacta de la ciudad. Tanto o más que las viejas Traum y O’Hara. Me alejé por un momento del escenario y me acerqué a la barra. Hacía mucho que no pisaba Balcony. Los Scala había arrendado el lugar hacía poco. Querían imponer un estilo al lugar. Pizza, bebidas y como extra algunos números culturales. Me atendió la menor de las Scala. Un pimpollo a punto de estallar dentro de una corta falda de jean. Me acomodé sobre la banqueta y me quedé mirándola. Si mi cuerpo no hubiese estado recorrido por la ansiedad que solía atenazarme mientras esperaba mi dosis de perico se me hubiera empalmado en un instante. Como un resorte. Recordé que no hacía tantos años me solía tirar a la mayor de las Scala. Un diablo sexual. Una amazona cabalgándote hacia la locura. Una tía hermosa a la que le gustaba invitar a alguna de sus amigas para que seamos un número impar sobre la cama. El recuerdo de aquellas noches encarnizadas me insufló confianza. Pensé que algún tipo de ascendencia tendría sobre la joven pimpollo Scala. Las hermanas suelen hablar entre si sobre sus encuentros sexuales como si compitieran por algo y supuse que algo de mí conocería. Miré obsesivamente su tremendo culo mientras se dio vuelta para servirme el whiskey. Mis ojos sintieron la tensión de su diminuta braga ciñéndose sobre su coño. Mi corazón dió un profundo latido. Miré sus ojos verdes rasgados, sus tetitas que caían como dos lagrimas y bebí el whiskey o mejor dicho, lo devoré. El trago excitó mi imaginación como si hubiera encendido la mecha de un cilindro de dinamita

Sentí mi polla dura como la cabeza de un martillo entrar por el agujero aterciopelado de su culo y atravesarle el corazón. Oh! imaginación siempre más veloz y más complaciente que la realidad, maldita y hermosa mentirosa, ¿llegará el día en que por fin me dejes en paz?.

El pimpollo estaba allí con su coño intacto y yo cayéndome de mi taburete. Borré de mi voz esos agudos de cascarrabias o de histérico alcohólico que tanto molesta a las mujeres y aticé mi voz más dura y sensual.

-Cariño me aguardaras a la semana entrante para que pague? pregunté con el mismo tono de quien invita a su amada a casarse con los pies delcazos en una isla del Egeo.

El pimpollo me miró con seriedad.

La casa no fia- dijo con sequedad.

Creí que el mundo era la boca de un monstruo que me devoraba. Todavía podia sentir algo de esa sensación que llaman vergüenza. Otra vez el patético caso del alcohólico sin dinero. Otra vez las ganas de no querer respirar. Debo haber puesto la misma cara que ponen las libre encandiladas por la luz del cazador. Mientras agonizaba mi cabeza o los restos de mi cabeza buscaban una salida salvadora.

-Te dedicaré un poema le dije.

El pimpollo vaciló un instante cogió la botella y me sirvió el vaso hasta el borde.

¡ El único logro de la poesía!!!, el gran triunfo de la poesía jajajajajjaj Brindo por los metales candentes en ebullición bajando por nuestras gargantas gran Arthur Rimbaud- grité para mis adentros.

El pimpollo me miró con piedad. Miró con piedad al poeta pobre y alcohólico debería escribir si quiero ser fiel a la realidad.

Supe a través de sus ojos rasgados, de su culito esquivo y arrogante que jamás me la tiraría, que jamás conocería ni el placer de su culo ni el sabor indecifrable de su coño que se me antojaba en esos momentos a algas orientales pero que al menos por esta noche- Dios santo!!!- bebería sin demasiados inconvenientes.

El doctor Languestein terminaba de leer sus horrendo poemas sobre los niños pobres del Harlem. Creo que si alguno de ellos lo hubiese escuchado, digo que si alguno de esos niños pobre del Harlem lo hubiese escuchado, hubiese acelerado su crecimiento para llevarlo a trompicones del Balcony, amordazarlo para que jamás emita una palabra y darle por culo en medio de los callejones más oscuro del barrio. Christian hizo señas para que me vaya preparando. En pocos minutos me tendría que poner al micrófono a leer mis poemas. Me desplacé por el fondo de Balcony como un gato al que no le gusta la gente. Erizé los pelos de mi lomo tratando de espantar a quien me mirara. Solo me faltó gruñir como un tigrecito de salón. Alguien a quien no conocía se acercó para tomarme una foto. Creo que me dijo que tomaría la fotografía para el periódico local. Me imaginé retratado junto al doctor Languestein. Junto al rostro de soplapollas del doctor Languestein y di un respingo hacia atrás. El infeliz iba a fotografiarme de todos modos así que me plante frente al objetivo de la maquina y con extremada cara de loco me puse a tirar golpes. Ganchos y hupper al aire. Preferiría que mis conciudadanos me tengan por pugilista y no como un tierno soplapollas como el doctor Languestein. Bien me dijo el infeliz. Haz salido bien.

Observé que ingresaba a Balcony Louis Guignard. Louis era quien había financiado la edición de mi plaquette. Un gesto que no olvidaré. Absolutamente todo el dinero que necesito la impresión salió de los bolsillos del bueno de Louis. Una mañana se llevó el puñado de poemas de mi casa. Me pidió que busque una ilustración para la portada y a los diez días “Mientras espero el infierno” estaba en la calle. Unas enormes ruedas de bicicleta pintadas por mi hermana decoraban la portada. Unas conmovedoras páginas de papel reciclado llevaban impresas en letras de molde mis poemas. Nunca supe como agradecerle a Louis ese gesto desinteresado. En más de una ocasión reuní el dinero necesario para comprarle un ticket para un concierto de U2. Pero jamás logré comprarlo. El dinero siempre se fue antes con el maldito camello. Así que ahí estaba Louis. Le invité con un whiskey. Louis no era de beber demasiado pero lo acepto. Me dijo que traía también el unos poemas para leer. Leería algo de Ginsberg y de Gregory Corso. Le pregunté por que no leía nada de sus propias producciones. Me dijo que estaba dedicado por completo a la pintura. Que nada de lo escrito por el valía la pena leer. Sorbí el whiskey y le hice señas a Christian de que Louis y yo nos sentaríamos juntos en el escenario.

En pocos segundos Louis comenzó. Sus enormes ojos celestes se llenaron de venas rojas como si hubiese estado fumándose un camión entero de mandanga. Parecía un dibujo de comic al estilo de Robert Crum. Leyó con tono tenso dos o tres líneas de Ginberg, se paró frente al auditorio y extrajo de su espalda una buena replica de un .45. Uno de esos juguetes que suelen comprar los coleccionistas de armas. Mierda que parecía verdadero.

Apuntó hacia las viejas O’Hara y Traum y descerrajó dos tiros en la cabeza a cada una. Las dos viejas contuvieron un alarido de horror. Creo que Josefina Traum deslizó la mano sobre su frente para ver si en verdad el disparo de fogueo del juguete de Louis la había penetrado. Louis disparos los tiros siguientes sin apuntar precisamente a nadie. Hubo un momento de tensión hasta que Louis volvió a sentarse guardo el arma de juguete en su cintura y prosiguió con el poema de Ginsberg. Recién ahí hubo algunas risitas contenidas y un ligero aplauso. A mi me pareció maravillosa la puesta de Louis. Apuré mi whiskey y miré hacia el fondo del público. Allí estaban Bud y Saul. Cruzados de brazos como si estuvieran contemplado aburridos una partida de dardos en el fondo de The Pub. Me levanté de inmediato y llegué a ellos atravesando todas las mesas. Louis tendría para unos minutos más. Miré a Bud rogándole que Harry haya hecho presencia en Old Corner. Lo abracé fingiendo que lo saludaba y Bud, un chico experimentado en manejar el perico ante los ojos de todo el mundo, deslizó cuidadosamente la papelina en el bolsillo de mi chaqueta. Fui hasta el vater. No fue necesario encerrarme. En el medio del vater abri la papelina y jalé de una sola aspirada todo el contenido. En general solía dosificarlo. Como hace cualquier persona normal que cuida su papelina para que le dure una horas. Pero a raiz del cansancio que tenía por estar despierto desde la madrugada y los siete u ocho vasos de whiskey que ya llevaba ingeridos preferí jalar todo el perico de una vez. Salí del vater y me dirigí otra vez al escenario. El perico era 7 puntos. O seis. Sentí una gota amarga caer ininterrumpidamente por la garganta y los dientes y la boca totalmente anestesiados. Demasiado corte de novocaina. Pronto llegaría mi turno. Louis comenzó a complementarle todavía más ironía al poema de Corso y finalmente se retiró muy aplaudido por la concurrencia. Tomé el micrófono y les dije que iba a leer un poema intitulado “La maravillosa noche de invierno en que Joe Deana se hizo lamer el culo”. Un título demasiado largo, no –dije para romper el hielo.

El poema era bueno, muy bueno debo decirle. Tenía la contundencia de un cross en el plexo de un enfermo cardíaco. Esta mal que uno hable bien de sus propios poemas, le sé de sobra, mamones. Pero desde hace tiempo dejó de importarme eso de la maldita elegancia. A por culo la elegancia y la modestia. A por culo todo el puto protocolo de los poetas.

Después de todo yo no era el poeta en este caso. Era un humilde amanuense de los pasos colosales de Joe Deana, el verdadero poeta.

Leí la primera línea del poema: “Esa noche Tom no echó a todos de The Rigby, el maldito Tom Petty y sus Hearthbreaker, a sus tachos mamones, dijo después de que las notas de su guitarra dibujaran el coño de dios en el aire del bar… Me detuve el perico estaba cerrando mi garganta. Le hice señas a Louis para que recargue mi vaso. Con lo que sea. Bebí un vino tibio y agrio. Justo lo que necesitaba. Antes de proseguir miré al auditorio. Estaba colmado. Todos esperaban una gran noche de la poesía. Yo estaba seguro que se las iba a dar.

Continué con mi poema narrativo. Les conté en menos de dos líneas como arribó Joe al “Club de los Deseos”. Bañado en transpiración luego de saltar y bailar bajo la guitarra de Petty. Enfundado en una vieja chaqueta de los Medias Rojas con el numero 7 en la espalda. Un gran atuendo para una gran noche. El frac de un gran señor de la noche. Ken y Titus iban con él. Tomaron asiento en las últimas filas. Unas tias meneaban su coños en torno a un poderoso caño que caía desde el techo. El publico gritaba excitado. Una de las guarras tomo un vibrador del tamaño de un bate de béisbol y comenzó a metérselo. Los alaridos apasionados no dejaban escuchar lo que la zorra decía al micrófono mientras seguía introduciendo el bate. El publico enfervorizado comenzó a pedir que se lo meta en el culo- A por culo, a por culo, a por culo gritaban levantando sus brazos como si estuvieran en las gradas del Michigan Stadium dándole aliento a los Cowboys Dead. La zorra saco el bate de su coño y se acercó al micrófono. Por tres segundos hubo silencio. A por culo hace daño, dijo con voz de conejita asustada. El público redobló la solicitud hasta enrojecer la garganta. La zorra puso el vibrador entre sus nalga y comenzó lentamente a sentarse en una pequeña otomana. Cuando el bate desapareció por completo de la vista de todos, perdido dentro del cuerpo de la chica, cayó un pequeño telón rojo. En el aire quemaba el fuego de los alaridos de la zorra. Ken, Titus y Joe Deana comentaban entre si. Decían que no habían pagado un ticket en vano. El espectáculo lo valía. Pero todavía faltaba lo mejor. Se volvió a abrir el telón. El presentador pregunto si la estaban pasando bien. Dijo que en segundos estarían sobre el escenario las diosas del deseo. Esta noche alguien vera coronado sus sueños, dijo. Detrás del presentador surgieron dos rubias infartantes calzadas en diminutos pantys de cuerina roja. El presentador hizo la invitación. Girls, Girls, Girls de Motley Clue atronaba desde los parlantes del escenario. Quien quiera ver cumplido sus deseos. Solo tiene que confesarlo ante todos nosotros. Las diosas del deseo harán lo que os pidais. Ken y Titus se recostaron sobre sus butacas. Se prepararon para todo menos para ver a su amigo Joe Deana levantar el brazo como un escolar que pide pasar al frente de la clase. Ahí tenemos a nuestro hombre de la noche, dijo el presentador. Joe fue requerido sobre el escenario. Los estrobos rojos rebotaban en la chaqueta numero siete de los Medias Rojas. El presentador le preguntó que era lo que quería que hagan las diosas del deseo. Que me laman el culo, dijo Joe con voz lacónica. Como si fuera realmente humilde su pedido. El presentador lo miró de arriba abajo. Ken y Titus se desternillaban de risa en sus butacas. No podía creer lo que estaban viendo. El presentador dijo que en momentos todo el público presenciaría la lamida de culo más importante de la historia. Pero antes Joe, al vater, le ordenó. Joe Deana caminó por un pasillo apenas iluminado. Con un jabón y una toalla en cada mano. Sintió unos pasos a su espalda. Me van a matar, pensó. O me van a dar por culo por pasarme de listo. Pero esta era una gran noche para Joe. Volvió al escenario. Las chicas le hicieron tomar posición sobre la otomana. Joe parecía un viejo perro a punto de levantar una pata para mear. Una de las chicas metió su boca entre las nalgas de Joe y comenzó a desplazar su lengua alrededor del ojo del culo. Luego la otra. Se turnaban hasta que las dos a la vez metieron sus bocazas en el culo de Joe. El presentador aprovecho la ocasión para ponerle el micrófono en la boca y que todo el público escuchara los gemidos de placer de Joe. Vamos a ver como goza el gordito, dijo. Hice un impasse en mi poema. Corte el tono lírico y narrativo. Sorbí mi whiskey, levanté la cabeza y expliqué con afán científico que según los hombres experimentados en el arte de hacerse lamer el culo, se corre un gran peligro en este lance, ha habido casos en que el lamido ha pedido por favor que venga un esclavo negro del Missisipi y le rellene el hoyo o simplemente a pedido que incrusten el el ojo de su culo la lampara de pie que tengan más a mano. Como dijo Big Herman, dije, de la cabeza somos todos muy hombrecitos pero del culo somos todos unos mariquitas. No es el caso de Joe Deana por cierto. El es un gran machote mexicano capaz de hacerse lamer el culo por un oso hormiguero sin conceder nada de nada de mariconería. Dije esto y me quedé un tiempo en silencio. Creo que Christian arengó los aplausos. Se me comienza a empalmar cuando me aplauden. Agradecí y me dispuse a cerrar mi número leyendo unas páginas del Absalón , Absalón de William Faulkner, había allí mucho más poesía que en los miles de volúmenes de poesía que se habían escrito en años posteriores. Bajé del escenario y me fui directo a la barra. Pedí otro whiskey. Uno se siente perdido después de actuar sobre un escenario. Ha dejado de ser dios. Philip Moran me felicitó por el poema y me presentó a Michelle y a Katty dos estudiantes de Letras. La primera era un bombón. Pelo rubio al cuello, boca de mamona y piernas electrizantes. La segunda era sencillamente un sapo. Nos sentamos en una mesa de Balcony sacaron un grabador de mano y comenzaron a hacerme preguntas. El sapo llevaba la delantera en todas las preguntas. Yo respondía sin mirarla. Esperaba que sea Michelle la que pregunte. Cuando de sus labios salieron las más dulces palabras del mundo mi corazón dio un respingo y no pude responder. El perico había dejado de funcionar y todo el whiskey acumulado procedió a invadir mis venas como si se quebraran las paredes de un dique. Comencé a verla en forma borrosa, cogí su brazo e intenté lamerle el cuello. La escena siguiente que recuerdo, es la del sapo cascándomela en el vater. Siempre nos sucede lo mismo. Ustedes poetas saben bien de lo que les hablo. El sapo buscó en vano que le arroje mi latigazo de semen sobre su rostro. La hundía toda en su boca y me masturbaba con la velocidad de un dínamo. Pero yo seguía pensando en Michelle. Salimos del vater. El Balcony había recambiado su público ya no estaban más los poetas. El bar estaba repleto de jóvenes que venían a ver a The Lords unos imitadores de los Rolling Stones. Yo era el único de los poetas que iba a sobrevivir a la madrugada. Ingrese en un estado de amnesia luego de seis whiskies más. Bud me contó que hice el ridículo un buen tiempo bailando con los seguidores de The Lords sobre las mesas de Balcony.

- Te habías empecinado en copiar ese maldito paso de Jagger. Ese en que encoge los brazos como si fueran alas, estira el cuello hacia adelante y atrás e imita el paso de una gallina.

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